"La limosna no es un signo de poder sobre los pobres" advierte el dirigente italiano Virginio Colmegna

23 de marzo de 2018

"Los pobres nos hacen responsables, nos cambian y nos instan a no ser personas que viven en abstracto o utilizan la pobreza explotándola".

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"La limosna es una oportunidad para nosotros, no es un signo de poder sobre los pobres".  Fue la reflexión central, desafiante, que -en el contexto de la Cuaresma y Semana Santa- entregó este 23 de marzo a la agencia italiana de noticias SIR el sacerdote Virginio Colmegna, presidente de la Fundación para la Caridad "Angelo Abriani" de Milán (Italia).

El dirigente italiano (ver en imagen adjunta), citando al Magisterio de Papa Francisco, dijo que el único antídoto ante una "cultura loca de egoísmo” y “cuyas principales víctimas son los jóvenes”, es una Iglesia que da testimonio fiel porque está "enamorada del Señor".

Al ser interrogado respecto a “¿qué implicancias encierra el pedir limosna?”, Colmegna recordó la carta pastoral "Farsi prossimo" del Cardenal Martini, que presenta en su opinión muchas similitudes con el Magisterio del Papa Francisco…

“Lo importante en dar limosna no es tanto lo que das y la relación de ayuda, sino traer de vuelta a ti mismo el sentido de lo que te has dado a ti mismo como un regalo. La limosna se trata de nosotros, nos invita a reflexionar sobre qué cambia dentro de nosotros, por qué queremos hacer el gesto de dar algo a alguien que lo necesita. La limosna no es un signo de poder sobre los pobres, sino algo que vuelve a nosotros como una responsabilidad, que implica nuestro compromiso personal, que nos pide cambiar nuestro estilo de vida y apela a nuestra sobriedad… La limosna es un gesto que, según nuestras posibilidades, reclama de nuestra inteligencia y de nuestra fe una gran responsabilidad”, reflexionó Colmegna.
 
Francisco nos recuerda a menudo la necesidad de tocar la carne de los pobres…
La invitación del Papa a la proximidad no debe entenderse en términos de un bello y buen idealismo, hecho especialmente para nosotros. Todos los días entran personas en Caritas portando su pobreza, sus errores y su devastación. Los pobres nos hacen responsables, nos cambian; y nos instan a no ser personas que viven en abstracto o utilizan la pobreza explotándola.
Tocar la carne de los pobres, como nos exhorta Papa Francisco, implica la responsabilidad de cambiar nuestra mirada para aprender a mirar y abrazar a los últimos con la mansedumbre, la ternura de Dios y la misericordia, que es el eje estratégico de este Pontificado.

¿Cómo ve la coherencia de los católicos… en una sociedad que corre el riesgo de alimentar los muros y los miedos?
La acogida pareciera meter miedo, en el contexto de lo que el Papa en Laudato Si’ llama la economía del descarte. También habló de ello en su reciente visita a los lugares donde vivió San Pío. El compromiso de acogida a migrantes y refugiados nos concierne a todos: no es una carga sociológica, es sobre todo dinámica, porque nos pide acoger el Evangelio "sine glossa", sin recortes.
Como se aprende en este tiempo pascual, es el sentido de Dios que se ha hecho hombre a través del dolor, tomando sobre sí la esclavitud del pecado y redimiendo nuestros pecados... Debemos hablarles de la Pasión y Resurrección, para hacerles comprender que no se trata simplemente de una ayuda, sino de una Iglesia que comparte, que se hace amiga de los necesitados… Dar testimonio de una Iglesia como casa abierta donde estar juntos, en una cultura a menudo loca por el egoísmo.

En la víspera del Sínodo que el Papa Francisco convocó para los jóvenes, ¿hace falta un compromiso extra para educarlos en la caridad?
 

Sin duda es un desafío complejo, pero también es una oportunidad extraordinaria. Somos desafiados por los jóvenes que vienen a quedarse con nosotros. Podemos mostrarles la belleza de ser educados por los pobres, no por los conquistadores.
Los jóvenes necesitan una esperanza que dilate sus corazones, una felicidad que consiste en no perder nunca la esperanza. Evangelii Gaudium habla de la gracia pascual que se ha de inculcar en los corazones de los jóvenes, que necesitan profundidad y normalidad, no heroísmo. Se les debe dar un sentido de vida que no está relacionado con la tecnología, sino con la ternura dentro de las relaciones.
Se necesita una Iglesia enamorada del Señor, que sepa dirigir la esperanza. El Sínodo de los Jóvenes no puede ser una cuestión burocrática, sino una opción por el Evangelio.

 

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