Durante una "Hora Santa" escuchó a Dios, cerró su clínica y lo dejó todo por seguirle

12 de octubre de 2018

Le gustaba ir a las fiestas, los bailes y no se perdía por nada la Semana Universitaria. Era tan buen bailarín que incluso ganó concursos de baile.

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Decidió vender su clínica dental, renunciar a su trabajo como profesor universitario e irse el seminario. Quien lo narra es el padre Guillermo Cabezas, actual Párroco de Nuestra Señora del Carmen, en el Barrio Unión de Cañas, Guanacaste (Costa Rica), y promotor vocacional de la Diócesis de Tilarán-Liberia.

Nació en Guadalupe, San José, en 1970 y cuenta al semanario Eco Católico de Costa Rica que de niño fue activo en actividades extra-escolares como obras de teatro, bailes típicos, actos cívicos y desfiles. También disfrutaba del deporte, el dibujo y la pintura.

Fue en esa época cuando aprendió a tocar guitarra, compañera de misión inseparable, pues hoy la lleva a los pueblos que visita y regularmente la toca él mismo para animar los cantos de las misas.

Entró a la Universidad de Costa Rica (UCR), allí estudió Gerontología y Odontología. “Encontré mi vocación social la cual amé y me desarrollé con mucha intensidad (…) Allí tuve una buena formación humana y académica y amistades como hermanos”, recuerda.

Al joven Cabezas le gustaba ir a las fiestas, los bailes y no se perdía por nada la Semana Universitaria. Era tan buen bailarín que incluso ganó concursos de baile.

Al graduarse fue enviado a hacer servicio social al cantón de San Carlos, en Venecia y Aguas Zarcas. “Por un año y en una unidad móvil conocí esa zona tan hermosa del país”, prosigue narrando el padre Guillermo.

Luego, dice, volvió a su natal San José donde abrió su clínica dental en La Trinidad de Moravia e inició estudios de Maestría en Gerontología; de hecho, sería contratado por la Universidad Latina para impartir clases en ese campo.

Podría haber sido calificado fácilmente como un joven exitoso con un gran futuro por delante, pero a pesar de sus logros y demás “no había encontrado la felicidad”, relata. Salió con “algunas muchachas extraordinarias”, confidencia, pero sin formalizar una relación duradera.

“Había un vacío en mi vida que no sabía cómo llenar”, dice de aquellos años. Recordaba además que desde su ingreso a la universidad no había vuelto a participar de la Eucaristía y menos de grupos parroquiales. “Creía en Dios, pero no profesaba mi fe”, reconoció.

“Fue entonces -señala- cuando quise realizar acción social desde mi profesión a una causa noble y me contacté con los Amigonianos en San Jerónimo de Moravia, y un día a la semana calzaba muelas y realizaba limpiezas a los jóvenes en riesgo social que acudían al convento a aprender un oficio”. Por entonces comenzó a llamarle la atención la paz que se vivía en ese lugar.

Luego, inició su colaboración con el grupo de Adultos Mayores en la Parroquia San Vicente, en Moravia, en calidad de gerontólogo. “Lo que no supe era que me iba a vincular en ese grupo de Iglesia. Fue un inicio que me dio mucha satisfacción y gozo”.

Al año ya asistía a Misa y a la Iglesia. Precisamente fue en una Hora Santa en Moravia cuando escuchó el llamado de Dios. “Recuerdo estar viendo el crucifijo del altar mayor y oír la voz de Dios en donde me manifestaba que su muerte fue por amor a mí y que me llamaba a seguirlo como sacerdote”, testimonia.

 

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