Esposa, madre, abuela y luego monja. ¡El nieto pequeño pregunta si Dios es ahora su abuelo!

26 de octubre de 2018

¿Se puede hablar de vocación tardía? … y, sí. No es algo exclusivo de los consagrados, sino de todos los estados de vida.

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«¿Que soy muy mayor?» “Sí, Madre, ¿y Abraham? Tenía 70 años cuando el Señor le dijo: Sal de Ur y vete a donde yo te diga… Pues yo tengo esa edad”.
 
Con estas palabras -cuenta el portal de la arquidiócesis de Burgos- Mary Carmen Sanjuan debió ablandar a la abadesa de Las Huelgas, reacia al ingreso de esta aragonesa, residente en Madrid, que ya tenía muy claro dónde estaba su sitio desde el momento en que pisó el coro del Monasterio durante una estancia en la hospedería.
 
La dureza de la clausura no amedrentaba en absoluto a esta tenaz mujer, madre de seis hijos y abuela de 17 nietos. Un cáncer de próstata le arrebató a su marido, a quien los médicos solo habían dado dos meses de vida que al final se convirtieron en 18 años, de los cuales solo los dos últimos fueron realmente duros. “Éramos un matrimonio muy feliz, muy enamorados, pertenecíamos a una comunidad de una parroquia, éramos catequistas, dábamos charlas prematrimoniales, como éramos pocos, el trabajo era mucho”.
 
Cuando falleció su esposo, cuenta, siguió haciendo su vida normal, con sus hijos, su comunidad parroquial, sus amigos de siempre… “Yo tenía mucho, tenía a mis hijos, y estábamos muy unidos. Aunque no era consciente de tener tanto. Me parecía normal tener toda esa felicidad… Hasta que una Cuaresma, haciendo oración, dije: «Señor, si ya se ha ido mi marido… ¿Qué más puedo darte?» Y lo oí claramente; el Señor me dijo: «No hace falta que me des nada, déjalo todo y vente conmigo».
 
Me quedé como María, un poco impactada. Dije: «¿Cómo va a ser eso?» El día de jueves Santo, en la Hora Santa en la parroquia se leyó el pasaje del prendimiento de Jesús y el último versículo dice: «Y todos los discípulos, abandonándole, huyeron». Y yo, que soy, de Zaragoza, como Agustina de Aragón, dije: «Yo no te abandono, Señor. Y aquí estoy»”.
 
Después de buscar por internet diferentes monasterios, ese mismo lunes de Pascua Mary Carmen se presentó en la hospedería de Las Huelgas, y unos días le bastaron para convencerse de que había encontrado su sitio.
 
Ni las reticencias de la abadesa ni la reacción de su entorno, tanto de sus hijos («me dijeron de todo menos bonita», cuenta divertida), como de sus amigos, le hicieron cejar en su empeño. “A los tres meses se acababa mi tiempo de experiencia y yo podía salir. Y me aconsejaron: «Bueno, pues sales, estás con tus hijos y cuando vuelvas, pues vuelves a empezar la experiencia». Dije: «No, ¿otra vez seis meses más? Ya no tengo edad para andar jugando… Pues no salgo». Mis hijos iban a venir a buscarme, estaba ya todo organizado, pero les dije que no vinieran (bueno, se lo dijo madre Angelines, porque yo en esos seis meses no podía comunicarme con ellos para nada). Así que a los seis meses tomé el hábito, estuve dos años de novicia, hice los votos simples y a los tres años, la profesión solemne”.
 
Poco a poco sus hijos fueron aceptando la nueva condición de Madre Mary Carmen, hoy hospedera del real monasterio. Cuenta que el día que iba a hacer su profesión solemne, uno de sus nietos preguntó: «Entonces, si la abuelita se casa con Dios, ¿Dios va a ser mi abuelito?»
 
 

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