Soledad y Milton horas previas al matrimonio/ Fuente: Martín Freire

El amor nació en la JMJ de Brasil y ahora se casan en la de Panamá

25 de enero de 2019

El portal de la Arquidiócesis de Montevideo narra las experiencias vividas por una joven uruguaya y un guatemalteco, quienes han logrado cumplir su sueño de iniciar una familia ante Dios.

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El viernes 25 de enero, en la Parroquia Inmaculada Concepción, en Juan Díaz, Panamá Sur, a las 7 de la mañana de Panamá, Soledad Silveira y Milton Álvarez en sacramento celebrado por el sacerdote Gabriel Agustín Guardia Mojica dieron su sí frente al altar ante Dios. Hasta acá algo normal, que se repite muchas veces al día, en muchas partes del mundo.

Lo que hace interesante esta historia -difundida desde el portal de la Arquidiócesis de Montevideo (Uruguay)- es que Soledad es uruguaya y Milton guatemalteco, están casados por civil hace tres años y ahora dan el sí más esperado de sus vidas durante la Jornada Mundial de la Juventud. Su historia, como muchas otras y por tanto como ninguna otra, habla del amor de Dios, en este caso a través de un matrimonio.

El primer encuentro

Comenzó el 27 de julio de 2013, en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro. Y no, ni Soledad, ni Milton estaban veraneando, ni tomando sol. Estaban ambos, sin conocerse entre ellos, formando parte de una representación en la JMJ de ese año.

Entre los millones de jóvenes que estaban en la ciudad brasilera, ambos habían sido seleccionados para representar a su países, Uruguay y Guatemala, a través de sus trajes típicos.“Yo estaba vestida de ‘china’ y él estaba con un traje típico de Guatemala, un traje de sololá”, relata Soledad. En realidad no fue un destello en el cielo, ni algo que remita a cuento de hadas lo que sucedió en ese momento: “compartimos correo, porque nosotros no llevamos cámaras de fotos y él nos sacó unas. Con el tiempo fuimos escribiéndonos y conociéndonos más”, continúa la joven uruguaya.

Igualmente Soledad confiesa que en ese momento Milton le llamó un poco la atención, “charlamos un poco, de manera más informal”, agrega. Y Milton no se queda atrás: “Yo creo que fue algo muy sano, de amistad de la JMJ. Obviamente no puedo ser ciego y decir que no me fijé en una mujer guapa, pero algo muy sano, sin doble sentido, ni nada por el estilo. Es más, de ese día que nos conocimos no tenemos fotos juntos”.

Hora de decisiones

Los días fueron pasando, se convirtieron en semanas, meses y, a medida que pasaba el tiempo, las llamadas telefónicas y el diálogo se hacía más frecuente y profundo, hasta que llegó el 27 de julio, pero de 2014. “Nos hicimos novios un año exacto después de habernos conocido en la JMJ de Río de Janeiro. Y ahí empezó un camino que incluyó mucha oración, mucho diálogo. Nos quedábamos hasta tarde conversando porque la distancia era muy grande y era necesario conocerse y dialogar mucho”, cuenta Soledad.

Ese año Milton viajó a nuestro país y estuvo allí dos meses, conociendo a la familia de su novia, conociendo Uruguay y luego volvió a Guatemala por su trabajo. El tiempo seguía su curso y en mayo del año siguiente Soledad viajó a Centroamérica. Y de pronto, la decisión: “Luego de mucha charla entre nosotros, y también con nuestros referentes, decidimos que yo me fuera a vivir a Guatemala. Eso fue hace 3 años”.

Desde ese momento esta pareja de jóvenes cristianos empezaron a vivir un camino orientado hacia el sí, el uno con el otro, pero principalmente con Dios. “El mismo año que viajé nos casamos por civil, el 29 de mayo de 2016, y desde ese momento estamos soñando con casarnos en una JMJ. Es más, traemos todo, vestido, papeles, todo para hacerlo aquí”, se ilusiona Soledad en plena JMJ, en vísperas de su boda. Al momento de la entrevista no sabe que las barreras se abrirán para ellos al día siguiente.

El objetivo claro

El sueño, el anhelo, el camino estaban claros, pero nadie dijo que sería fácil. “Hay muchos trámites legales eclesiales, en muchas cosas es como un casamiento civil. Pero nosotros estábamos esperanzados de que se podría ablandar algún corazón aquí en Panamá y pudiéramos”, anuncian emocionados.

La odisea para casarse en una JMJ incluyó una espera de tres años porque, entre otras cosas, no pudieron concurrir a Cracovia por razones económicas. “Se nos hacía muy caro. De hecho decidimos venir acá hace un mes. Dijimos: ‘Nos vamos a la Jornada’. Y de hecho vinimos solos”, relata Soledad.

Así, como quien tiene la seguridad de que si algo es de Dios Él proveerá los medios para concretarlo, Milton añade: “Por eso mismo fue que no hicimos trámites, fue una decisión de último momento”.

Peregrinar con la mirada en Cristo

Pero a esta historia le falta algo. Está bien, un matrimonio entre dos personas de países lejanos, que se conocieron en una JMJ, pero… ¿y qué pasó durante estos tres años? La palabra la tiene Milton: “Aunque nos casamos por civil hace tres años, no convivimos, vivimos como novios”. “Ella duerme en un cuarto, yo duermo en otro y en el medio está el de mi madre”, acota con una sonrisa.

Y prosigue: “A pesar de que nos amamos y queremos formar una familia, nuestro amor más grande es Dios. Entonces todo tiene que hacerse según su voluntad. Y sabiendo esto y que ella también está de acuerdo, estamos siempre deseosos de cumplir este sueño: estar en la JMJ y casarnos”.

Es así que Milton explica por qué casarse en la JMJ no es un capricho. “En la JMJ comenzó nuestro peregrinar juntos, pero también sabemos que no podemos correr antes de caminar; las cosas se hacen en un orden y por eso estamos acá”.

Entrega incondicional

Con un testimonio de amor como este, parecía acertado preguntarle a estos jóvenes cristianos si la castidad tiene sentido. Aquí está la respuesta: “Nuestro amor más grande no es el del uno por el otro, el amor más grande es el de Dios. Hay un sacerdote que dice, muy acertadamente, que tú no estás preparado para el matrimonio cuando estás viendo constantemente a tu pareja. No se trata de eso. Se trata de ver ambos hacia una misma dirección, y esa misma dirección es Dios. Con ella entramos en la misma sintonía, miramos los dos hacia el mismo lugar con la misma intensidad”.

“Cuando tú amas a Dios sobre todas las cosas y desde esa perspectiva amas a los demás, te sientes pleno. Y con ella me siento pleno. Obviamente necesitamos este paso para vivirlo plenamente, pero vale la pena porque el amor no es pasión; el amor es esa entrega incondicional”, concluye Milton.

No hacen falta más palabras, ¡que vivan los novios!
 
 

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