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Fueron a curanderos y necesitaron cuatro años de exorcismos para liberarse del demonio

01 de febrero de 2019

El curandero los convenció de estar siendo dañados por envidias, que además había males en su casa, atemorizándolos con un sinfín de embustes, mostrándose él como la única solución a sus males.

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El auge de las sectas, el sincretismo religioso y prácticas ocultistas, es una realidad que involucra a miles de personas en el mundo, quienes engañados por las promesas de gurúes, chamanes o curanderos arriesgan su integridad física, psíquica, moral y espiritual. 
 
Es lo que vivió Eduardo Omar Suárez -un hombre sencillo, hoy de 39 años, dedicado a labores del campo cerca de Lobos, ciudad argentina en la provincia de Buenos Aires- y también su familia.
 
Como muchos chicos de su entorno creció sin mayor educación religiosa y desde pequeño comenzó a relacionarse -sin ser consciente de ello- con el ocultismo… Cuenta a Portaluz que en la región donde vivían era muy normal ir a los curanderos para “sanar” de alguna dolencia: “Yo lo veía de chico en mi familia, al no ser gente de misa, creyente, por cualquier cosita yo iba a un curandero, ya de chico lo sabía. Acá se conoce llevar a los chicos a curar ojeadura, empacho, mal de ojo, esas cosas que existen, esas creencias que andan por todos lados”.
 
El engaño
 
De mayor y luego de algunos años casado, la esposa de Eduardo -Ludmila- presentó síntomas como los que provoca un ACV (accidente cerebro vascular), aunque los estudios clínicos lo descartaron. “Mi esposa tenía medio cuerpo paralizado, estaba en una cama postrada, como si fuese un ACV”, describe Eduardo. 
 
Mientras estaba internada en el hospital apareció cierto día una señora en la sala, de visita para otra paciente. Viendo el estado de la esposa de Eduardo, la congoja que este mostraba, lo llamó a un costado de la sala hablándole en voz baja… “Me pregunta si creía en los curanderos. Obvio que en ese momento le dije que sí, que creía en la gente que curaba y que, si podrían ver a mi esposa”, relata. 
 
Un par de días después el mentado curandero estaba ante su esposa. Aquel hombre inició de inmediato su intervención. Eduardo así relata y comenta lo sucedido: “Le pasa las manos en los lugares, le hace una oración, en silencio, mi esposa se levanta y camina, ¡adelante mío!  Ahí ya creo que me ganó a mí, totalmente. Un falso milagro, me ganó.  Y ya después de ahí como que fui creyéndole mucho, haciendo lo que me pedía”.
 
De mal en peor
 
Efectivamente el curandero los convenció de estar siendo dañados por envidias, que además había males en su casa -atemorizándolos con un sinfín de embustes, mostrándose él como la única solución a sus males- y les ordenó mudarse en dos ocasiones de vivienda. El último traslado sería a la casa del curandero para recibir allí un ‘tratamiento intensivo’. “El hombre era de una ciudad aledaña a Lobos y me convenció que me quedara ahí, a vivir… Como otros curanderos decía sus invocaciones en voz baja, o en silencio, ante un altar con imágenes de santos, también estaba el gauchito Gil y otras imágenes que, bueno, seguro no estaban bendecidas. En ningún momento me aconsejaron tomar la Biblia, ir a la iglesia, recurrir a un sacerdote, no, nunca.  Siempre alejándome de todo, no transmitiéndome nunca ni una palabra de paz, sino aléjate, aíslate; eso, lo que el Demonio siempre quiere hacer que es aislar a la persona, para que sola sea más vulnerable...”.
 
Los días que soportaron en casa del curandero no trajeron la sanación prometida, pues tanto la esposa de Eduardo como la hija de ambos comenzaron a manifestar reacciones de autoagresión inesperadas. En un atisbo de racionalidad él supuso que pudieren ser crisis nerviosas, atribuibles a un estrés psicológico y debía buscar nueva ayuda.
 
Ante el sacerdote
 
Dejó a ese curandero, pero tal como reza el dicho cayó del fuego a las brasas, pues se fue en busca de otro chamán que le recomendaron, luego otro y otro más. “Pasó lo mismo que en todos lados, la solución mágica, pagar y después todo mal de nuevo; hasta que llegamos a la parroquia del padre René Cari un martes 5 de agosto de 2014. Fui a la parroquia (San Vicente Pallotti. Lobos, Argentina) de última, porque hacía media hora había ido a otro curandero”.
 
Eduardo tiene vívido en su memoria aquél primer encuentro con la vida cristiana, que no hacía parte de sus vidas, y menos aún sabía de lo que el sacerdote haría para ayudarles. Su esposa Ludmila, dice, como en un estado de ausencia “la mirada mala, perdida”, reaccionó como un rayo al escuchar que venía llegando el sacerdote. “El demonio se manifestó en ella, no soportaba, no quería estar ahí… ¡Y el color que tomó su cara!, no había visto nunca así a una persona. Estaba desconcertado, asustado, no entendía nada; es más, cuando le hacían las primeras oraciones a ella, yo los miraba a todos porque no entendía lo que estaba pasando” recuerda y se emociona hasta las lágrimas Eduardo.
 
El demonio derrotado
 
Una vez que arribó el sacerdote “arrancó la batalla”, resume Eduardo y fue de tal magnitud, agrega, que temía “perder a mi familia”. Fueron casi cuatro años mediando el sacerdote con oraciones de liberación y exorcismos, apoyado también por la comunidad de la parroquia, hasta que la esposa de Eduardo y su hija fueron liberadas por Dios de la posesión demoníaca que padecían.
 
Eduardo concluye que este fue un proceso de conversión, sanador, de encuentro con Dios para toda la familia. “De a poquito fuimos aprendiendo y aferrando a lo que nos enseñaban, que fue la oración (se emociona) del rosario, la oración a San Miguel Arcángel… Bendito el problema que me trajo a este lugar; sí, le doy gracias a Dios (se emociona) por haberme llamado, porque ha llamado a toda nuestra familia… y tuvimos que tocar el fondo para estar con Él. Mi sueño es llegar al cielo (se emociona), sí, lucho por eso; mi misión es que mi familia no se pierda, mis hijos, mis nietos, nada.  Y sueño con que mis padres, mis hermanos, toda la familia, la familia de mi esposa, que haya conversión, conversión verdadera en todas las personas”.

 

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