El cura argentino Javier Olivera confronta a los enemigos de la Iglesia y alienta una "contra revolución"

08 de marzo de 2019

"El marxismo que hoy llamamos cultural apunta… a cambiar el sentido común de las personas, a cambiar su modo de pensar, su posición. Esto es lo que se llama la revolución cultural. ¿Qué hemos de hacer?, pues justamente lo que Gramsci decía, pero al contrario; o sea la contra revolución, lo contrario a la revolución".

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El lenguaje directo y efusivo del cura argentino Javier Olivera Ravasi es conocido no solo por los feligreses de la capilla San Benito que pastorea en Ingeniero Maschwitz, Buenos Aires (Argentina), sino por miles de personas que siguen las publicaciones -no exentas de polémica- de su blog personal. 

Javier -ordenado el año 2008- es también abogado, doctor en filosofía e historia, académico universitario, cofundador de la Orden San Elías (incipiente instituto religioso en Argentina) y escritor.

Invitado a comienzos del pasado mes de febrero 2019 a dictar el seminario “Verdad histórica y revolución cultural” en la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín, conversó con Portaluz de algunos temas que analiza en sus obras y artículos, como el impulso a la unidad de los cristianos que promueve Papa Francisco y la pretendida revolución cultural de cepa liberal y atea que desafía las verdades de la fe en nuestro tiempo.


Padre, han pasado más de 500 años desde la reforma protestante, y a estas alturas después de tanto debate, ¿Martín Lutero lo considera un testigo del Evangelio o el peor destructor de la Iglesia?
Yo no diría ni una cosa ni la otra. No es el peor destructor porque siempre pudo haber uno peor, pero tampoco es un testigo del Evangelio, ni mucho menos; al contrario, es una persona que durante el siglo XVI lamentablemente ha dividido en dos con su acción a la Iglesia Católica Apostólica Romana, incluso llevándose con ello a casi la mitad de Europa a un movimiento, a una herejía, que fue finalmente una de las más dolorosas en los últimos 500 años.  Llamar a Martín Lutero un gran apóstol de estos últimos tiempos es hacer una enorme injusticia a la historia, porque fue un hombre justamente que lo que intentó hacer según sus propios escritos, según sus propias fuentes, fue no luchar contra lo que siempre se dice, contra los abusos o excesos de la Iglesia, o los malos curas o malos obispos, no; él lo dice claro en sus propias fuentes él quiso reformar la Iglesia para modificarla a propio placer, es decir él atacó la centralidad de la propia fe que se encuentra justamente en lo que es la Eucaristía.

Padre, este ataque que menciona de Lutero ¿cree fue consecuencia de su falta de amor por la propia vocación sacerdotal?
La vocación de sacerdote de Martín Lutero de por sí es muy compleja, sea que le creamos a la historia oficial protestante… que Lutero se hace fraile agustino porque estuvo a punto de partirlo literalmente un rayo y él por medio de un voto ingresa a la vida religiosa; o sea que le creamos a lo que alguno de sus secretarios dicen… que Martín Lutero simplemente entró en la vida religiosa para intentar evadir un juicio penal ante un duelo que él había hecho a un compañero de universidad. Estudiaba leyes y finalmente lo había matado, entonces decide entrar según otras fuentes en los agustinos, para evadir la justicia penal.  Sea que le creamos a una hipótesis o a la otra de la historia, lo que hay claramente es una falta enorme de discernimiento vocacional al momento de elegir la vida religiosa, de un mal consejo también, de una mala orientación de parte de sus propios superiores agustinos… A pesar de las muchas dudas que él tenía de su propia vida religiosa, de su propia vocación, lo hacen ir adelante sin preocuparse demasiado y lo terminan ordenando sacerdote.

Lutero era también conocido por ese activismo, pero tenía poca interioridad, poca oración…
Sí, claramente, Martín Lutero lo pone en sus mismas fuentes, lo dice él: rara vez tenía tiempo para rezar el breviario, la liturgia de las horas o la lectio divina, lo que hacen los sacerdotes o los monjes, los frailes; entonces decía que a veces se pasaba una semana entera sin rezarlo y lo que hacía era quedarse todo el sábado completo, desde la tarde a la madrugada del día domingo siguiente, rezando todas las horas canónicas que no había rezada en toda la semana anterior. Es decir, una especie de hipocresía o fariseísmo.

Si no estoy equivocada, ¿fueron 15 años en los que el actuó como sacerdote y desde el comienzo tuvo conflictos con la Eucaristía?
Lutero plantea en sus obras que en muchas de sus misas él quería salir corriendo del altar. En su primera misa estaba a punto de consagrar justamente y se da vuelta hacia el prior agustino que lo estaba asistiendo en la misa y le dice: “señor prior quiero escaparme del altar”. Esa es su primera misa.  Quizá al principio haya tenido enormes escrúpulos, haya creído quizá en la Eucaristía, pero después con el tiempo él ya deriva en una herejía, es una herejía eucarística, sacramentaria, de la impanación, que significa que después de las palabras de la consagración ya no está Jesucristo todo, sino que están el Cuerpo de Cristo junto con el pan y en el cáliz está la Sangre de Cristo junto con el vino, se llama impanación, como que están juntas las dos cosas. Lutero fue un apóstata.

Mirando al presente cuando a lo bueno se le llama malo y a lo malo se le llama bueno, ¿por qué hay tanto miedo para defender la verdad?
A ver en primer lugar más que miedo, creo, hay ignorancia para defender lo bueno; nadie ama lo que no conoce y nadie defiende lo que no ha amado en serio. Luego, es verdad que hay un cierto temor en algunos católicos de presentarse públicamente como tales y no tener miedo. Yo siempre repito esta frase de Chesterton, un gran pensador inglés, converso por cierto al catolicismo; una vez le preguntaron si él era un escritor católico, y Chesterton dijo: “no, yo no soy un escritor católico, yo soy católico, lo que pasa es que cuando escribo se me nota”. Entonces uno no tiene que tapar el tesoro que Dios nos ha dado, hay que comunicarlo. 
En el mundo que nos está tocando vivir, tan anticristiano, en un mundo que ha renegado de Jesús, de la Iglesia, nosotros debemos ser sal de la tierra. No podemos mimetizarnos con el mundo, no podemos caer en esa pasión que es espantosa, que paraliza el alma, que nos liquida y que nos castra, que es el miedo. Lo primero que hace Jesucristo resucitado es justamente decirle esto a los apóstoles: “No tengan miedo”. El católico normal del siglo XXI debe ser un faro, debe ser luz para el mundo, tiene que saber que si no es signo de contradicción algo anda mal, no hay ningún santo que haya sido aplaudido por el mundo.

Diversos intelectuales han afirmado en Portaluz que la revolución cultural que se pretende imponer en occidente es alentada con el control de los medios de comunicación y la educación que se imparte en las escuelas, ¿Cómo combatir esta desigual batalla?
Un gran “apóstol”, entre comillas tres veces, de esta revolución cultural que estamos viviendo nosotros, fue un pensador italiano de principios del siglo XX llamado Antonio Gramsci. Él decía algo muy sencillo: “El comunismo logró captar las masas por medio de la imposición, por medio de la dictadura, la dictadura bolchevique, en Rusia; por ejemplo, en Cuba, él decía que un pueblo que no está convencido interiormente de esas ideas se le puede tener como sostenido, como amarrado un tiempo, pero después si no está convencido por completo, si no se ha conquistado esa cultura, si no ha cambiado su propio sentido común, entonces poco a poco después se va a desvanecer. Por eso planteaba que el nuevo marxismo o el marxismo que hoy llamamos cultural apunta justamente a esto, a cambiar el sentido común de las personas, a cambiar su modo de pensar, su posición. Esto es lo que se llama la revolución cultural. ¿Qué hemos de hacer?, pues justamente lo que Gramsci decía, pero al contrario; o sea la contra revolución, lo contrario a la revolución. Decía un gran pensador francés que fue Joseph De Maistre, debemos intentar impregnar todos los valores en todos los ámbitos de la sociedad, es decir en el arte, en el cine, en la música, en las matemáticas, en los colegios, impregnar todos los valores del cristianismo, todo lo que decía León XIII, que hubo un tiempo en  que la filosofía del evangelio gobernaba en los estados, o sea se estaba impregnando el orden social completo y eso formó la cristiandad, y es eso lo que tenemos que esperar como católicos.

¿Y cuál podría ser el método más recomendado para alcanzar la santidad?
No hay ningún método para alcanzar la santidad, sino si hubiera habido algún método Nuestro Señor nos lo hubiese dejado. No, no hay un manual para ser santo.  Algo parecido le preguntó alguna vez a santo Tomás de Aquino, la condesa de Aquino, su hermana de sangre: “Tomás, Tomás, mi hermano, tan sabio que todo el mundo te reconoce, que sos consejero de los papas, has escrito varios libros, tantas obras sabias, quiero saber antes de que te mueras, ¿qué hay que hacer para ser santa?”  Y santo Tomás le respondió con una palabra: “quererlo”.  Porque la santidad radica principalmente en la voluntad y no en la inteligencia, obviamente la voluntad y la inteligencia van siempre de la mano, nadie ama lo que no conoce. Pero no basta leer libros, no hacen falta libros para ser santo, no hace falta conocer muchas lenguas para ser santo; hay muchos herejes, apóstatas y gente maligna que es muy culta, que sabe muchas cosas.  Lo principal es esto… a Jesús le preguntaron, ¿qué hay que hacer para ganar la vida eterna?: Cumplir los mandamientos. Ahí ya está el camino ordinario de la santidad, querer ser santo, querer ser perfecto como nuestro Padre que está en el cielo es perfecto. 

¿Algún mensaje adicional para los lectores de Portaluz?
Sí, quiero aprovechar este momento para agradecerles la deferencia de haber querido escuchar a este pobre cura, y de recordar que vivimos momentos difíciles, de mucha tempestad, de mucha confusión. Una enseñanza que quizá se puede dejar, por lo menos y que a mí me ha servido mucho, es que en tiempos de tempestad uno no se salva tirándose al agua, sino aferrándose fuertemente al mástil. Es decir, uno no tiene que desesperar; tiene que saber que son momentos de crisis y que ningún marinero se salva en el mar saltando al agua cuando hay tormenta, sino esperando que la tormenta pase, aferrándose fuertemente al mástil o al timón.

 

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