Una mujer tardó cuarenta años en perdonar y perdonarse. Contemplar a Jesús crucificado fue su medicina

05 de abril de 2019

«¡Señor tú sufriste más que yo! tan sólo una gota de tu sangre, una gota de tu sangre que caiga en mi corazón me sane cada herida, cada dolor»

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La violencia no es sólo la de género, la de una pelea a golpes, la socarrona actitud del poderoso en su soberbia ególatra abusiva o tantas otras que alguien pudiere recordar haber ejercido o padecido. Hay también violencias tan brutales donde la propia víctima no puede hacernos llegar su voz, como en el aborto; o quienes no recuerdan el abuso debido a su corta edad y sólo las consecuencias gritan lo padecido. Esta última fue la experiencia de Yira Paternina -colombiana nacida en el municipio de Turbo (Antioquia)- al ser abandonada por sus padres cuando apenas tenía un año y seis meses de nacida.
 
Fue acogida por sus abuelos maternos, quienes sembraron en ella con el ejemplo las primeras semillas de la fe. Yira recuerda que el abuelo iba a misa sólo, “a las seis de la mañana”; por su parte la “abuelita” rezaba el rosario en la mañana y por la tarde iban juntas a misa. Pero el paisaje emocional de su infancia tiene tonos grises pues desde muy pequeña supo del abandono y así lo describe: “Crecí con resentimiento… siempre a la defensiva, de mal genio, temperamental, todo me fastidiaba”, relata.

Embarazo adolescente
 
Recién ahora, a sus 43 años -cuenta Yira (imagen adjunta) a Portaluz-, está empezando a vivir un proceso de conversión y sanación aferrada a esa fe que dejó algunos recuerdos alegres en sus años de infancia con los abuelos.
 
Ese carácter “rebelde” dice, se potenció en la adolescencia y quizá también por ello era compulsiva, poco prudente en algunas relaciones afectivas, quedando embarazada con 15 años. Llena de miedos huyó a casa de amistades y regresó al hogar meses después con el niño recién nacido, pero no los recibieron. “Yo no sabía qué hacer en ese momento, o sea, irme sola a la calle con él no aguantaba”. Pidió entonces a la abuela paterna del niño que se lo cuidara y se fue a Medellín… “a trabajar en casas de familia y lo que ganaba se lo mandaba a mi hijo”, relata.
 
Los años siguientes la vida de Yira oscilaría en la búsqueda de estabilidad laboral, yendo y viniendo por casas de familiares, añorando formar una familia, enfrentando un fracaso tras otro en sus relaciones afectivas y haciéndose cargo de dos nuevos hijos y una hija.

Cargó sobre sí nuestros dolores y pecados

Finalmente, el alma se quebró. “Yo tuve muchas depresiones y en diciembre del año pasado, después del parto, entré en una depresión horrible, estuve hospitalizada”, puntualiza Yira.
 
Agradece a Dios haber conocido -solo algunas semanas después de su alta hospitalaria- a “Héctor Fabio” un católico vinculado al movimiento “Lazos de Amor Mariano” que le invitó a un retiro donde Yira reconocería en el rostro de Jesús crucificado, sus propias heridas y también sus errores…
 
Contemplando la pasión de Cristo veía la flagelación que recibía Jesús y yo decía: «¡Señor tú sufriste más que yo! tan sólo una gota de tu sangre, una gota de tu sangre que caiga en mi corazón me sane cada herida, cada dolor». Luego, en un momento, nos pidieron anotar los nombres de las personas que más nos habían herido. El primero que escribí fue el mío, después el de mi papá, mi mamá, algunas tías; y cuando me surgió pedirle a Dios la serenidad de perdonar a estas personas sentí la necesidad de sacar esa parte que no me dejaba avanzar. Así fue como empecé a sanar tanto dolor; y al perdonar ha comenzado a cambiar mi vida. Ese amor que yo anhelaba, que yo buscaba, lo recibí ese día”.
 

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