Pentecostés: Nacimiento de la Iglesia de Cristo

10 de junio de 2019

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Los Hechos de los Apóstoles narran la espectacular venida del Espíritu Santo a la comunidad de los Apóstoles, juntamente con María, la Madre de Jesús, algunas mujeres y los hermanos de Jesús:“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos de Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse”. (Hch 2,1-4).

Ya Jesús durante su vida terrenal había anunciado el nacimiento de la Iglesia a sus discípulos: “El que no renazca de agua y de Rúaj no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). En la última cena antes de morir les anunció a sus apóstoles que Él iba al Padre para rogarle el envío de la Rúaj Santa, la Abogada, que convencerá al mundo en lo referente al pecado por no haber creído en Él, en lo referente a la justicia porque Él vuelve al Padre y en lo referente al Juicio porque el príncipe de este mundo (el diablo) ya está juzgado. (…) Cuando venga la Rúaj de la Verdad. Ella les guiará hasta la Verdad completa (Jn 16,7-13).

Estas palabras de Jesús se realizaron en el día de Pentecostés. El verdadero Dios es la Familia Divina Trinitaria. La Rúaj Santa, todavía desconocida para sus discípulos, se muestra en todo su esplendor espiritual con manifestaciones del don de lenguas y de hacer milagros. En su fugaz papado Juan Pablo I, en septiembre de 1978, pocos días antes de morir, se refirió veladamente a la identidad maternal de la Rúaj Santa, citando al profeta Isaías 49, 15: “¿Puede acaso una madre olvidar a su hijo? Pero si sucediera esto, jamás olvidará Dios a su pueblo. Los que estamos aquí tenemos los mismos sentimientos; somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche. Dios es Padre, más aún, es Madre”.

Su sucesor, Juan Pablo II, hoy santo, manifestó esta verdad idea en varias ocasiones. En 1994,  Año de la Familia, publicó la Carta a las Familias (CF), desvelando aspectos nuevos de la Familia Trinitaria a la luz del relato bíblico de la creación del hombre por Dios, bajo el nombre hebreo de Elohim, denominación plural de Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). “Antes de crear al hombre, parece como si el creador entrara dentro de sí mismo para buscar el modelo y la inspiración en misterio de su Ser, que ya aquí se manifiesta como el ‘Nosotros’ divino. De este misterio surge, por medio de la creación, el ser humano: ‘Creó Dios al hombre a imagen suya:a imagen de Dios le creó’” (Gn1, 27).

Bendiciéndolos dice Dios a los nuevos seres: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla´ (Gn 1,28). (…) A la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir que el modelo originario de la familia haya que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida. El ‘Nosotros’ divino constituye el modelo eterno del ‘nosotros’ humano; ante todo, de aquel que está formado por el varón y la mujer, creados a imagen y semejanza divina” (CF 6). Podemos, pues, afirmar que la dualidad varón y mujer, Adán y Eva, que generan a Set, forma la primera familia humana que refleja a la Familia Trinitaria según el relato bíblico del Génesis (1,26; 5,1-3).

El mismo Jesucristo, aunque renunció a casarse, se declara como el Novio ante quienes le preguntan ¿Por qué tus discípulos no ayunan? Jesús responde: “¿Acaso pueden ayunar los acompañantes del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos, no pueden ayunar” (Mc 2, 19). El mismo apóstol Pablo pone a Jesús como modelo de Esposo que ha venido a desposarse con la Iglesia, purificándola de toda mancha mediante el bautismo con agua (Ef 5, 25). Por eso la Iglesia Católica ha elevado la alianza entre esposos a la categoría de sacramento, como signo eficaz de la unión fiel e indisoluble entre Jesucristo y la Iglesia. En la paternidad y la maternidad conyugal está presente Dios mismo (CF 9).

En el año 2016, en la Fiesta de la Santísima Trinidad, el Papa Francisco afirmó: “Dios es una ’familia’ de tres Personas que se aman tanto que forman una sola cosa. Esta ‘familia divina’ no está cerrada en sí misma, sino que está abierta, se comunica en la creación y en la historia y ha entrado en el mundo de los hombres para llamar a todos a formar parte. El horizonte trinitario de comunión nos rodea a todos y nos estimula a vivir en el amor y en el compartir fraterna, seguros de que allí donde hay amor, está Dios”.

“Por eso los seres humanos, creados a imagen y semejanza del “Nos Divino”, estamos llamados a comprendernos a nosotros mismos como seres-en-relación y a vivir las relaciones interpersonales en la solidaridad y en el amor fraterno. La misma Iglesia debería ser el icono de la Trinidad. Y también toda relación social, desde la familia a las amistades y a los ambientes sociales “son ocasiones concretas que se nos ofrecen para construir relaciones cada vez más ricas humanamente, capaces de respeto recíproco y de amor desinteresado”.

Concluye el Papa Francisco recordando a la Virgen María, “quien en su humildad cumplió la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo (Rúaj Santa). Nos ayude Ella, espejo de la Trinidad, a reforzar nuestra fe en el Misterio trinitario y a encarnarla con elecciones y actitudes de amor y de unidad”.

Recordamos que el Papa Francisco recientemente ha determinado que el lunes siguiente al domingo de Pentecostés se celebre a la Virgen María bajo la advocación de “Madre de la Iglesia”. Esta identidad maternal hace referencia a la unión nupcial que Jesús, al morir en la cruz, selló con su sangre y agua, derramada sobre la Virgen María a la que dio el título de “Mujer”, constituyéndola como la nueva Eva. Ella, juntamente con la Rúaj Divina, inician la familia de la Iglesia que reza ardientemente esperando la venida del nuevo Adán: “¡Marana Tha! ¡Ven Señor Jesús!” (Ap 22,20).

 

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