"Papi Pedro", el misionero que dio su vida en Ecuador salvando a siete niños de morir ahogados

26 de octubre de 2020

El año 2018 en Córdoba (España), se inició la causa de beatificación del hermano Pedro Manuel, con el apoyo del vicariato de Esmeraldas (Ecuador). Pedro cuenta ya con una estatua y una placa en Chiclana (Cádiz) y se le concedió la Medalla de oro de la Provincia.

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El domingo 5 de febrero de 2012 los niños de la comunidad misionera del Hogar de Nazaret de la localidad de Quinindé disfrutaban un día de playa en Atacames (Ecuador). La hermana Rosi y una de las niñas mayores se quedaron en una casita haciendo la comida, pero el hermano Pedro Manuel Salado y la hermana Juani, directora de la casa hogar, acompañaron al resto de niños para que pudieran jugar en la playa y bañarse un rato en el mar.
 
Habían estado en misa esa mañana y el hermano Pedro Manuel, gaditano devoto de la Virgen del Carmen, llevaba su escapulario al cuello y había podido comulgar y rezar ante su imagen en la parroquia de Atacames. De repente, “el agua se metió para dentro y el mar se echó para atrás. Los niños más pequeños, con 8 y 9 años, se encontraron casi en alta mar, detrás de las boyas de seguridad”, explica a Revista Misión la hermana Consuelo, del Hogar de Nazaret. Al parecer, la causa fue un pequeño maremoto. “La agencia de geosísmica había dado algún aviso de riesgo sísmico, pero casi no se publicó, y en la playa no había bandera roja. De hecho, no había ni viento”.
 
El sacerdote Manuel Jiménez explica que el hermano Pedro Manuel no era un gran nadador. “Nadaba lo normal. Le gustaba enseñar a nadar a los niños porque sabía que el mar era peligroso. Era precavido. Yo estuve con él algunas veces en la playa y me regañaba: ‘Manuel, cuidado, que el agua es traicionera’. Pero en aquel momento se lanzó a rescatar a los chicos”.
 
Otra forma de martirio


 
El hermano Pedro Manuel -recuerda la crónica de Revista Misión- nadó para sacar a cada chaval. Primero recuperó a uno, después a otro, con gran esfuerzo. Un socorrista se acercó y un hombre aportó una tabla de surf. Él volvía una y otra vez a meterse en el agua. Una ola le arrebató a los dos últimos niños. Él los persiguió y logró, ya agotado, colocarlos en la tabla. El socorrista se los llevó y volvió a por el religioso, que estaba exhausto y se ahogaba. Lo llevaron a la orilla. Le dijeron que había salvado a los siete niños, que estaban todos bien. Y entonces murió.
 
En 2018 se inició el proceso de beatificación del hermano Pedro Manuel. El Papa Francisco, con el motu proprio Maiorem hac dilectionem (2017), había abierto una nueva vía para canonizar santos: la de la entrega de la vida por los demás. Además de haber llevado a cabo una vida virtuosa en nivel heroico, el difunto debe haber realizado una “oferta libre y voluntaria de la vida y heroica aceptación propter caritatem (por caridad) de una muerte segura, y a corto plazo”.

Así era ‘papi Pedro’

¿Sabía el hermano Pedro que se enfrentaba a “una muerte segura” o simplemente no calculó bien sus fuerzas? “Nuestro postulador ha hablado de esto con Roma”, explica Manuel Jiménez. “Hay que pensar que él rescató a los 7 niños uno tras otro. Después de cada niño, notaba que estaba más y más agotado. Una hermana le advirtió: ‘Pedro, no puedes con todos’. Pero él contestó: ‘Tengo que intentarlo, son mis niños’. Los dos últimos niños cuentan que él ya llegó casi ahogándose.
 
Él sabía que estaba agotado, que no podría más cuando fue a por los últimos. Era su forma de ser. Cuando me dijeron cómo murió, me dolió y lloré, pero no me extrañó, porque él era así”.

La hermana Consuelo destaca que “papi Pedro”, como le llamaban los niños en Ecuador, “tenía una cercanía especial con los niños más pequeños y con las personas discapacitadas, por su carácter agradable y su tono siempre suave. A veces incluso le decíamos: ‘Pedro, que esos niños hacen contigo lo que quieren’”.

“Si un niño caía de la bicicleta, la mayoría de nosotros, incluso padres, diríamos desde lejos: ‘Niño, venga, levántate’. Él era de los que iban corriendo a estar a su lado, a ayudarle”, explica el padre Manuel.
 
Morir por los pobres
 


La hermana Consuelo destaca de Pedro su “humildad absoluta, de gran sencillez y transparencia. Si tenía dificultades enseguida las comentaba con sus superiores. Era persona de oración, piadoso por naturaleza, de forma espontánea. Y fiel a las normas de oración de Hogar de Nazaret”.
 
El padre Manuel destaca que “usaba mucho la Biblia para rezar y meditar, además de los laudes y las vísperas. Ya de joven tenía inquietudes espirituales, en su coro parroquial. Hizo un viaje a Taizé, Francia, y aquella oración le impactó y le centró en Dios. Cuando conoció Hogar de Nazaret se enganchó a servir a niños y pobres desde Dios”.
 
Desde 2002 era director del colegio Santa María de Nazaret en Quinindé, que atiende unos 500 niños, de los que 100 son muy pobres y están completamente becados, apadrinados desde España. Él se desvivía por los niños apadrinados y buscaba formas de ayudar a las familias.
 
Tras su muerte, ha crecido su fama de santidad. “Hay gente que le reza todos los días. Tenemos un vídeo casero que hicieron dos hermanas sobre él, a los dos meses de morir, y sigo viendo a gente que llora cuando lo ve. Creo que Pedro enseña lo que la Iglesia hace: morir por los pobres”, afirma convencido el padre Manuel.

 

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