Amar la eucaristía, la confesión y las obras de caridad forjaron la santidad del joven Pier Giorgio Frassati

02 de julio de 2021

"Jesús viene a mí cada día en la Sagrada Comunión", decía y agregaba: "Le devuelvo la visita estando entre los pobres a mi manera miserable".

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Nacido en Torino (Turín, Italia) el año 1901, desde sus primeros días de vida Pier Giorgio Frassati se vio rodeado por los privilegios de su burguesa familia. Podría haber seguido sin más una carrera política como su padre, Alfredo, senador liberal, periodista y propietario del periódico La Stampa; pero este niño había nacido para dar testimonio del amor eucarístico y la caridad.
 
Tenía diez años cuando hizo la Primera Comunión, el 19 de junio de 1911. Dos años después, tras ser inscrito en una escuela dirigida por sacerdotes Jesuitas, su director le animó a que recibiera todos los días a Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Durante los siguientes doce años, la Eucaristía se convirtió en el punto central de la vida de Pier Giorgio y en el motor de sus obras de caridad. "Jesús viene a mí cada día en la Sagrada Comunión", decía y agregaba: "Le devuelvo la visita estando entre los pobres a mi manera miserable". Pero también se daba tiempos para practicar los deportes de montaña que le apasionaban.
 
Pero todo esto no era del agrado del padre de Pier Giorgio. Así, el progenitor -quien había descuidado por años su vida de fe- comenzó a fustigar al hijo calificándolo como “un inútil”, y recriminándole su “vagabundeo” por la ciudad entre personas que no estaban “a su altura social”. La madre, que apenas si asistía a misa los domingos, tampoco lograba comprender esta pasión de su hijo por la Eucaristía y ayudar a los pobres.
 
Lejos de amilanarse el joven Pier Giorgio no cejaba en su vida espiritual y apostolado. En los registros biográficos se recuerda la ocasión en que, dirigiéndose a unos jóvenes católicos de Turín, les pidió con todas las fuerzas de su alma que "se consumieran totalmente en este fuego eucarístico". Al hacerlo, dijo, encontrarían “la fuerza para luchar contra las tentaciones interiores y ganar todas las gracias necesarias para obtener la vida eterna con Cristo y la verdadera felicidad en la tierra”.
 
La confesión regular era otro de los pilares espirituales queridos del joven torinese.  Al respecto un sacerdote de la ciudad, el padre Righini, contaba que un día, siendo casi las once de la mañana, al cruzar una calle se encontró con Pier Giorgio quien se dirigía a la misa en la Basílica La Consolata. Tras saludarlo, dice el sacerdote que el joven le preguntó si “podía tener el placer de confesarse”. El sacerdote recuerda que al decirle no había alguna iglesia cercana, Pier Giorgio respondió: “No es necesario. Me confesaré aquí en la calle”. Se quitó el sombrero -recuerda el sacerdote- hizo una gran señal de la cruz y comenzó humildemente su confesión, sin preocuparle en absoluto lo que pudieran pensar los que pasaban por allí.



El 30 de junio de 1925 toda la familia Frassati estaba tan atenta a la abuela Linda,  ya moribunda, que nadie le dio importancia al fuerte dolor de cabeza y falta total de apetito que presentaba Pier Giorgio. El día del funeral de la abuela comprendieron la gravedad cuando el joven no pudo siquiera levantarse de su cama. Recibió la Eucaristía por última vez el 3 de julio de 1925. La poliomelitis fulminante, quizás contraída en sus visitas a los barrios pobres, le troncó la vida el 4 de julio de 1925. Tenía tan solo 24 años.
 
Fueron miles los que asistieron al funeral del querido apóstol de la Eucaristía y la caridad. El padre de Pier Giorgio al ver la muchedumbre, traspasado de dolor sollozaba repitiendo: “¡No conocí a mi hijo! ¡No conocí a mi hijo!” La conversión de este hombre sería un fruto póstumo del testimonio de fe dado por Pier Giorgio Frassati.
 
San Juan Pablo II beatificó a Pier Giorgio el 20 de mayo de 1990

 

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