Cientos de sacerdotes y médicos ya han fallecido sirviendo a pacientes Covid 19. En Chile el cura Pablo asumió el riesgo

08 de mayo de 2020

Pablo García Huidobro es párroco en la Iglesia Santa Elena, de la Zona Cordillera del Arzobispado de Santiago de Chile. Cuando lo invitaron a capacitarse para atender pacientes Covid 19 no lo dudó: "Sí, pueden contar conmigo", fue su respuesta.

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En sus años de sacerdote Pablo García Huidobro “siempre ha estado dispuesto” para servir “a personas enfermas y sus familias”. Al expandirse el Covid 19 en su país, Chile, no dudó cuando le pidieron estar en primera línea, al servicio de los pacientes, destaca en crónica el periódico Encuentro del Arzobispado de Santiago; apoyando el relato en algunas reflexiones vertidas por el sacerdote, al tenor de esta experiencia que involucra también un riesgo para su propia vida…
 
“Para mí la visita a los enfermos es fundamental, estoy siempre disponible a acompañar, visitar y dar consuelo a todos los enfermos que me pidan. Me ha tocado visitar hospitales, clínicas, hogares de ancianos, y uno se encuentra con situaciones muy difíciles” relata.

La unción

“Los enfermos para mí -prosigue el cura Pablo- tienen un común denominador, y es que son personas que están limitadas y con necesidades de compañía. Lo distinto con los pacientes con Covid-19, es que estos últimos -en muchos casos- son enfermos que mueren en soledad y en abandono humano”.
 
En el curso de una capacitación para este servicio, el padre Pablo aprendió los protocolos para resguardar al paciente y a toda la comunidad, siguiendo una estricta rutina de preparación antes de ingresar a la sala de un paciente contagiado: “Nos explicaron muy bien el protocolo a seguir en la visita de enfermos de Covid-19. Yo los he seguido al pie de la letra. Cuando visité al primer enfermo, antes de entrar a la sala, me preocupé de que todo estuviese en orden para no tener posibilidad de contagio. Lo más importante es la responsabilidad y seguir todas las indicaciones”, señala el sacerdote chileno.

Tiene fresco en su memoria, el padre Pablo, su primera visita a una mujer enferma, de 93 años, en el Hospital del Salvador de la capital chilena: “Me conmovió la ausencia total de familiares. Cuando entré y le di la unción sentí que ahí estaba muy presente el Señor, en esa enferma sola, abandonada, no porque su familia no quisiera estar, sino porque simplemente no pueden hacerlo”, cuenta el sacerdote.

Médicos misericordiosos

“Tal como los pobres, los enfermos nos evangelizan”, pone de relieve el padre Pablo. Pero añade que, tal como ellos, “también el personal médico mueve nuestro corazón a ser más fraternos y humanos. He encontrado en ellos personas que me han evangelizado con su trabajo metódico, sacrificado y misericordioso hacia toda persona humana. Ahí uno puede tocar a Dios y sentir su presencia muy fuertemente”.

En su visita al Hospital del Salvador el padre Pablo entabló lazos de amistad y gratitud con los médicos y enfermeras, constatando lo que en todos los países del mundo ya es una certeza…. “que están haciendo una labor silenciosa y heroica de gran amor al prójimo”.
 
Por eso, sostiene el sacerdote, “para quienes hacemos estas visitas es muy importante la compañía al personal sanitario. Una enfermera literalmente me dijo: ‘Estamos agotadas’. Mi corazón se conmovió y sentí hacia ella y al personal médico una profunda empatía. Nuestra labor también tiene que estar enfocada hacia ellos. Mostrar la imagen de una Iglesia misericordiosa con todos, aunque no sean católicos”.
 
Al finalizar su diálogo con Encuentro el padre Pablo advierte que esta emergencia sanitaria “es un remezón profundo al corazón humano para acercarse más a Dios. Al Dios que nos dio la vida, que nos sostiene en la vida y que nos llama a la vida eterna. Ahora debemos agradecerle todos los días lo que no es algo supuesto: por ejemplo, la alimentación, la vivienda, el abrigo, la medicina a la que uno tiene acceso. Esta realidad que estamos viviendo es un llamado, primero, a estar más cerca de Dios; en segundo lugar, a vivir con solidaridad y más sencillez; y, en tercer lugar, agradecer a Dios todos los días por tener las necesidades básicas cubiertas”.

 

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