Crónicas de un Obsoleto 25. Iluminación primera

31 de julio de 2015

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Apreciados lectores:

 A fin de no perder el hilo de nuestra narración recordaremos en la crónica 23 la grande aunque única paliza que en toda la vida su progenitor le había asestado al hijo. Los frutos de este suceso fueron ciertamente felices, ya que el primogénito había sido capaz de pedir perdón, tanto a su padre como a su  hermana chica. En la primera parte de la paliza paterna al Obsoleto se le había atravesado  el vívido recuerdo  de  sus anteriores experiencias del amor  y afecto de su progenitor, lo que a su vez lo llevó a barruntar la gravedad de su culpa. En la segunda parte la  palabra “hombría” había sido la adrenalina capaz de hacerlo sobrellevar el beso al muñeco Joaquín y ofrecer un abrazo a su hermana Lilianita .Si bien estas fueron las circunstancias favorables de la vindicta paterna y de la penitencia filial, todavía faltaba un punto de mayor madurez en el joven por motivo de su negativa a  ingresar a la boleta de sus pecados el maltrato al muñeco y el consiguiente llanto de Lilianita. Con su sentencia “las bromas son bromas y los pecados, pecados”  había tratado de contrarrestar la insistencia de su madre.

            Por fin el ansiado y también inquietante día de la primera confesión se hizo presente el lunes 12 de noviembre  del año 1940. El pequeño grupo de niños y niñas católicos del colegio alemán de Osorno (unos 20) se dirigió con la mayoría de sus padres a la capillita de las Hermanas.de Schönstatt, justo detrás de la mole del edificio de la SAGO (Sociedad Agrícola y Ganadera de Osorno). Los esperaba el buen P. Humberto de la Congregación del Verbo Divino, revestido de alba y estola y la Hna. Isberga. El sacerdote hizo a los niños  un breve repaso de los diez mandamientos, mientras la Hermana, en salita aparte, preparaba a  los papás. Un cuadro grande de la “Madre tres veces admirable” del Movimiento de Schönstatt presidía la capilla; el confesionario – un gran cubo de madera con dos ambientes, separados por una pequeña rejilla- se hallaba en la parte más oscura de la capilla. Al momento de entrar a su turno de confesión el Obsoleto se percató de que se hallaba casi completamente a oscuras. A través de la rejilla, un poco alta para él, resonó la voz del P. Humberto: “Ave María Purísima”. El Obsoleto se demoró un poco  en desdoblar su cédula  de pecados y se quedó mudo al constatar que casi no podía descifrar las letras de su documento, que tanto le había costado. “Ave María Purísima” repitió el P. Humberto. Olvidándose en su creciente nerviosismo de la fórmula de respuesta, “Sin pecado concebida”, el Obsoleto sólo acertó a pegar su boca a la rejilla y proferir:  “Padre, no veo casi nada” El sacerdote, nervioso también él, susurró a través de la rejilla: “Dime lo que te sabes de memoria”. El joven trató de recordar alguna de las “cosas ffeas” que había acumulado durante su largo y cuidadoso examen de conciencia y sólo pudo tartamudear algunas frases deshilvanadas. Para aliviarle  entonces su confusión el sacerdote le dirigió algunas preguntas sobre los diez mandamientos: “¿Hiciste caso a tus padres? ¿Fuiste cariñoso con tus hermanitas?  Esto último el P. Humberto lo había preguntado porque era muy amigo de la familia y los conocía a todos. En el corazón del Obsoleto el nerviosismo y la angustia cesaron de golpe. Los dados estaban echados por una mano superior  que había disipado subterfugios, auto-justificaciones y mentiras. La lista de los pecados debía ahora completarse con el relato íntegro de los episodios de dolor con Lilianita y su hijo Joaquín. Muerte al placer malsano que había comenzado a anidarse en el corazón del Obsoleto. Este salió con paso vacilante del confesionario y se arrodilló en los bancos de atrás para rezar su penitencia. Su hermana Micaela había terminado antes que él y lo  esperaba junto a la mamá en el patio del Colegio. Ella abrazó a su primogénito, preguntándole: ¿Fue difícil? El Obsoleto sólo respondió: “No, nada”. La madre lo besó en la frente y trazó una cruz sobre el mismo lugar. Padres y  niños se dieron con alegría los saludos de despedida.

            Micaela y el Obsoleto junto a su madre cruzaron  la Plaza de Armas para ingresar al Teatro Principal, y  disfrutar el ansiado premio del día del perdón, la película “Las aventuras de Pinocho”. El Obsoleto sentía una paz muy grande y un gozo creciente. A medida que avanzaba el argumento de la película este iba cediendo su lugar a la celebración de un cristalino gozo. Cuando se cerraron las cortinas del telón final y se oyeron los aplausos de chicos y grandes, el Obsoleto se sentía en otro mundo, mudo, sin ganas de conversar. Su madre sabía que el incipiente sadismo de su hijo se había desatado no sólo en la tierra, sino que también en el cielo.

 

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