David y Ester tras padecer un aborto, constataron que con Dios la muerte no es el final

19 de mayo de 2017

"En la sala de espera del hospital rezaba en mi interior diciendo a Dios que cambiaría todo lo que teníamos porque este niño naciera. De pronto salió estar llorando y me confirmó que había perdido al niño".

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Muchas personas se alejan de Dios tras vivir experiencias límite, de crisis, donde la pérdida les marca de tal forma que se cuestionan su fe, abandonan su práctica religiosa o bien deciden dar la espalda al Creador abrigando sentimientos de rabia hacia Él, por largo tiempo.

La fe de David Zulfa y Ester Ors soportó pruebas hasta consolidarse y ser hoy este matrimonio, testigos de lo que significa en toda su dimensión el Primer Mandamiento… «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».

Al iniciar su narración de esta vital experiencia de Dios -publicada originalmente por Revista Buena Nueva-, David señala que da testimonio para “dar gracias a Dios por el don tan grande que es la vida”.

El punto de partida en esta historia David lo sitúa el día 12 de septiembre de 2015  cuando junto a Ester recibieron lo que considera “el mayor de los regalos” en su vida: el Sacramento del Matrimonio.

Habían tenido un noviazgo de 3 años y medio “en el que habíamos podido experimentar lo que es el perdón, conocernos cada día más y discernir si realmente éramos la persona que Dios había puesto para el otro”, puntualiza David.

De dulce y agraz

No fue simple lidiar con el afán, la presión autoimpuesta de querer hacerlo todo bien, que ambos tenían como característica de rigidez en su personalidad; y esto fue un obstáculo en muchos momentos reconoce David. Pero la clave para superar los roces, llegando -como lo habían decidido, dice- “vírgenes al matrimonio” fue una mezcla de “paciencia, oración y castidad”.

Estaban felices pues creían que este empeño que se coronaba en el sacramento del matrimonio, hacía parte “del querer de Dios” para sus vidas. Los primeros días, las primeras semanas, todo era “bendiciones”. Nada más regresar de su luna de miel obtuvo un buen contrato de trabajo, se compraron coche… “teníamos todo lo que queríamos”, recuerda David.

Habían pasado apenas tres meses desde el matrimonio, cuando supieron que Ester estaba embarazada. La noticia les tomó de sorpresa. “Era todo un remolino de emociones y miedos ante el hijo que venía en camino”.

Efectivamente todo iba a cambiar. En especial para Ester, a quien le costó aceptar este repentino embarazo. Se venían cambios, como los cuidados a tener en su trabajo, un laboratorio farmacéutico donde debía manipular ciertos productos. “Yo, en cambio, casi ni era consciente de lo que estaba pasando”, reconoce David.

La hora de la prueba

Así fueron pasando los días y ya se iban ambientando a la paternidad cuando un nuevo hecho los puso a prueba. La ginecóloga dijo que aquél sangrado de Ester era normal de los primeros meses para algunas embarazadas y aunque algo temerosos, así lo creyeron.

Pero los eventos se repetían hasta que uno noche el sangrado fue abundante. Ester y David partieron a urgencias con el miedo de estar viviendo un aborto espontáneo. Mientras estaba en la sala de espera del hospital él se aferró con fe a Dios y así narra aquellos momentos…

“En la sala de espera del hospital rezaba en mi interior diciendo a Dios que cambiaría todo lo que teníamos porque este niño naciera. De pronto salió estar llorando y me confirmó que había perdido al niño”. Ambos se derrumbaron, el dolor lo abarcaba todo y sus mentes estaban repletas de interrogantes, esperando respuesta, sobre cuál era el sentido de esto que vivían…

Tras insistir, Dios respondió

“Estábamos destrozados y no entendíamos nada. Era el 20 de diciembre y supuso pasar las Navidades más tristes de nuestra vida. Tantas veces nos planteamos qué nos quería decir Dios sin ver nada, pero tras insistir mucho nos respondió”.

La respuesta para Ester y David fue una certeza que con el paso de los días, tras aquél aborto, fue revelándose. Ellos no iban a olvidar jamás a ese hijo perdido. Un matrimonio amigo de la parroquia les sugirió darle a ese hijo un nombre. De regreso a casa Ester y David conversaron en el coche de ello pero sin llegar a decidirse. Era domingo y casi daban las doce de la noche, estaban agotados, pero David le sugirió a su esposa “orar Completas” pidiendo a Dios su ayuda…

“Al terminar los salmos, decidí leer el evangelio… y no me podía creer lo que estaba leyendo de boca de Zacarías: «Su nombre es Juan». No era cosa mía, no era una casualidad repentina ni una interpretación; era el Señor mismo quien nos confirmaba su nombre y nos animaba a estar tranquilos porque nuestro hijo estaba con él”.

En la alegría, en el dolor, en la prueba, en todo instante Dios había estado y continuaba estando con ellos. David y Ester por su fe pudieron descubrirlo, experimentarlo y gozar de la paz que les regalaba esta certeza interior, trascendente. Juan, su hijo, les había regalado -reconocen ambos- el anhelo de ser padres… incluso a Ester que muchas veces dudó de si algún día sería madre.

“En ese momento sentimos una paz inmensa y la alegría de que nuestra misión como padres estaba cumplida. Todo el mundo quiere que sus hijos sean buenas personas, tengan un buen trabajo, se casen y tengan hijos pero se nos olvida que nuestra misión es llevar hijos al Cielo, y la nuestra estaba ya cumplida”.

La muerte no es el final del camino

Tras dos meses ambos padres (foto superior) pidieron la mediación de San José, el mismo día que la iglesia celebra su fiesta, para que Dios les concediera un hijo narra David… “Y escuchó nuestras plegarias, al mes siguiente nos enteramos que estaba embarazada de nuevo”.

Pero, como es habitual de la existencia humana, nuevas pruebas vendrían para esta familia… David fue informado que a final del año se quedaría sin trabajo, el proceso de embarazo tuvo momentos de riesgo y en el parto tanto Ester como el bebé necesitaron ayudas médicas de emergencia para salir a flote. El miedo fue parte de aquellos momentos, pero más fuerte era la fe y tanto Ester como David oraban… ella confiada a la Virgen en la sala de partos, él se entendía con Dios en la sala de espera.  “Cuando salió la enfermera para decirme que tanto el niño como mi mujer estaban bien rompí a llorar agradecido viendo como Dios no se equivoca, sino que su plan es mucho más grande y más perfecto de lo que nosotros mismos podemos llegar a imaginar; el niño era precioso… Hoy quiero dar gracias por todos los dones que (Dios) nos da, por mi mujer… por Juan que intercede por nosotros y por Samuel que cada día que pasa nos hace más felices. Este es el regalo que Dios nos da y queremos que sirva como testimonio de que Él es el autor de la vida”.
 
 

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