Agnes perdonó a los asesinos de su esposo e hijo y se opone a la "pena de muerte"

20 de octubre de 2017

No solo es un referente del activismo que busca abolir la pena de muerte. Su testimonio de perdón emociona y es un signo de esperanza.

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Desde su nacimiento Agnes Fernandes fue comprendiendo que la fe se fortalece en la adversidad, sólo siendo fiel a la propia identidad religiosa y cultivando el vínculo con Dios.

Ella nació en tierra de musulmanes. Allí en Pakistán -siendo católica- era mirada por muchos como una infiel, prescindible a los menos, para los radicales islamistas.

Si recuerda su infancia, Agnes menciona de inmediato la palabra “familia”. Citándola surgen trazos vibrantes de  rosarios rezados juntos, de la misa diaria y también los espacios del colegio católico. Ella creció protegida por monjas y frailes franciscanos -"verdaderos siervos de Dios" como solían decir sus padres-, entre los cuales estaba uno predilecto, su tío. Fue por esto una fiesta cuando dos de sus hermanas, adolescentes, ingresaron para ser futuras monjas del convento. Cristo también sería la roca firme de esta familia al morir de improviso en un accidente, con apenas 16 años, su hermano Johnny. “Sabíamos que nuestra fe estaba siendo probada, nunca nos enojamos o amargamos con Dios”, comenta Agnes.

La ilusión de “una vida buena”

Tras casarse, buscando el bienestar de la familia, Agnes Fernandes y su esposo Joe emigraron a Kuwait. Pero la invasión liderada desde Irak por Ṣaddām Ḥusayn forzó el regreso a Pakistán, quedando varados en un campo de refugiados. “Con Dios a nuestro lado, huimos del país”, recuerda Agnes. Finalizado aquél conflicto bélico regresó a Kuwait con su esposo y los hijos de ambos: Tina y Johnny (este último llamado así en honor al hermano fallecido de Agnes). Empezaban desde cero pero esto era algo accidental puntualiza la valiente mujer: “Aunque lo habíamos perdido todo, nunca perdimos nuestra fe en Dios”. Puesto que el domingo era día laboral, jueves y viernes -días en que se celebraba la eucaristía en la única iglesia católica de todo Kuwait-, eran sagrados para Agnes, Joe y ambos hijos.
 
Ilusionados por vivir en un país con mayor libertad religiosa, respeto, nuevas oportunidades de educación y trabajo, la familia se trasladó a Houston, en Estados Unidos.

“La vida era buena en los Estados Unidos", recordaría años después Agnes en declaraciones al portal católico Our Sunday Visitor. Ella obtuvo una plaza laboral en un colegio católico, su esposo Joe como agente de ventas y tiempo después Tina ingresaría a la universidad para estudiar biología y Johnny empresariales. La madre recuerda que a sus hijos les encantaba vivir entre las libertades que “los estadounidenses tienen la bendición de disfrutar”.
 
Herida por la tragedia, sanada por la fe
 
Agosto del año 2008 era un tiempo agitado pero emocionante para Agnes, su esposo Joe, Johnny (los tres en imagen adjunta) y en particular para Tina, la hija, quien estaba próxima a casarse.

Pero la catástrofe llegó de improviso anunciada por un oficial de la ley que tocó a la puerta del hogar en Sugar Land (Texas). Nada más verlo, “mis rodillas estaban débiles, sudaba y el corazón se aceleró”, recuerda Agnes Fernandes. En shock, no lograba asimilar la noticia… que su hijo había sido asesinado. “Sentí que me iba a desmayar. Realmente quería creer que mi hijo seguía vivo y que tenían a la persona equivocada. No fue hasta que mi Tina miró la foto e identificó la cara de mi hijo que supe que se había ido. Todo mi mundo se vino abajo. Era como estar en un sueño horrible, y quería desesperadamente despertarme”, confidencia esta madre.

El agresor se declaró culpable y lo sentenciaron a 25 años de prisión por el crimen y a 35 años más por un incendio que provocó durante el asalto. Pero esto no trajo paz para Agnes y su familia… “Cuando Johnny murió, sentí que un trozo de mi corazón se fue con él. Era un dolor tan intenso que a veces no sentía nada. Todo mi mundo era sacudido y entonces clamé a Dios buscando consuelo, fortaleza y poder sanarme”.

Recién comenzaba a recuperar la paz cuando el marido de Agnes murió asesinado. Los autores fueron apresados y tras años de espera,  el año 2012 concluyó el juicio. Joe Fernandes, de 54 años, su esposo, estaba ayudando a un amigo en una tienda de autoservicio en Houston cuando fue asesinado por cuatro jóvenes que ingresaron a robar. Tres de los agresores fueron condenados por matar a Joe. Dos a cadena perpetua y un tercero  –por ser informante-  le sentenciaron a pasar 10 años en la cárcel. Un cuarto cómplice permanece prófugo.

Abolir la pena de muerte

A pesar de esta nueva pérdida Agnes afirma que nunca se "enojó ni culpó a Dios... Creo firmemente que solo Dios puede sanar" y se aferró a Dios, dice, en la oración, la adoración eucarística y la sagrada Eucaristía.
 
Poco a poco la fe trajo frutos de gracia sanando el alma de Agnes quien compartió por primera vez su historia de tragedia y perdón ante el Grupo de Estudio Bíblico de la parroquia St. Lawrence en Sugar Land (Texas) donde hasta hoy presta servicios en la Pastoral de Acompañamiento a Familias en Duelo.  "Asistir al juicio del hombre que apretó el gatillo fue como si reviviera de nuevo el asesinato. Igual de traumático que el asesinato mismo", comenzó diciendo en aquella ocasión. Testimonio que sería registrado y difundido por TCADP, coalición que -también con el apoyo de Agnes- demanda en Texas la abolición de la pena de muerte.

"Dios nos da la fuerza para llevar nuestras cruces en la vida -continuó diciendo Agnes- …si le abrimos nuestros corazones. Como mi esposo siempre decía: «¿Quiénes somos nosotros para cuestionar la voluntad de Dios? Cuando Dios pone un alto a nuestra vida, ¿quiénes somos nosotros para cuestionarlo?» No deseo ningún mal para los asesinos que trajeron tanto dolor y desesperación a nuestra familia. Sólo esperamos que los responsables de ambos asesinatos se reconcilien con Dios, cambien sus vidas y se conviertan en ciudadanos valiosos. Para mí de esto se trata el ser católico: de vivir el perdón y el amor de Dios. Mi fe me ha ayudado a superar esta doble tragedia. Si no fuera por mi fe, no hubiera podido lidiar con ella”.

 

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