Fue una frívola marquesa de España y hoy dice recibir visiones particulares de Jesús y la Virgen María

20 de octubre de 2017

Revela por primera vez a un medio de comunicación esta experiencia de Dios, describiendo cómo ve físicamente a Jesús y algunos diálogos sostenidos con Él. Información que conocen en detalle su director espiritual, miembro del Opus Dei, y otros pastores de la Iglesia.

Compartir en:



Ocurren independientes de su voluntad, son inesperadas, estando plenamente consciente, recibidas en diversos lugares; pero sólo cuando está en oración y con preferencia durante la adoración eucarística. Estos son algunos de los rasgos que contextualizan las visiones de Jesucristo y la Santísima Virgen María, que desde hace más de veinte años dice recibir una española -feligrés de la Arquidiócesis de Madrid-, conocida en algunos círculos eclesiales sólo por un nombre de pila: Esperanza.
 
Antes incluso de ver y oír, ella ya sabe que Jesucristo está presente… “porque huele a nardos” y también antecede a la llegada de la Santísima Virgen María el conocido “aroma a rosas”.
 
En el numeral 67 del Catecismo de la Iglesia Católica se estable que las “revelaciones privadas”… “no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de ‘mejorar’ o ‘completar’ la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia”.

Ana Catalina Emmerich, Madre Teresa de Calcuta, Padre Pío y varios personajes de la Sagrada Escritura se cuentan entre los más conocidos videntes en la Historia de la Salvación. Esperanza era hasta hoy desconocida para el orbe católico.

Por años cuidó esta mujer el anonimato evitando a los medios de comunicación. En otra época de su vida que califica como “frívola”, gustosa de ser marquesa y vestir a famosos modistos, solía aparecer en revista Hola. Dios lo cambió todo. Al paso de los años ha concedido esta entrevista a Portaluz en el anhelo de que su testimonio pueda animar la conversión de muchas almas; aliente al amor orante y en todo momento hacia los Sagrados Corazones de Jesús y de María; motive a trabajar por el Reino de Jesucristo sin descanso, en estos tiempos –dice- en que  “tenemos que pasar por el sufrimiento, por el anonadamiento, ser nada absolutamente, para encontrarnos al Señor”.

 
¿Cuándo comenzó a pasarte esto?
Hace 25 años cuando tuve una conversión al recibir una gracia ‘tumbativa’[1].

¿No eras católica?
Católica, pero tibia. Era una persona de la aristocracia española metida en mucho lujo, ¿sabes? Una vida frívola, superficial. Marquesa, con mucho dinero, viajando constantemente. Yo no me bajaba de un vestido -no sé quién-, en ese entonces de Gianfranco Ferré. Saliendo en revista Hola. Era otra vida. Y el Señor tuvo a bien por su Gracia, darme la conversión. ¡Que fue una maravilla! -todo esto lo hablo muy resumidito- haciéndome sentir el amor de Dios.
Supe de unas apariciones que había en Madrid, en El Escorial, no estaban reconocidas. Nosotros tenemos una finca por allí y vivo relativamente cerca de El Escorial. Entonces, con mi carácter práctico pensé: como sea que se esté de verdad apareciendo la Virgen aquí y yo no haya ido, encima teniendo una finca en el lugar. ¡Bueno, es que me van a mandar al infierno! Por si acaso era verdad fui. Al llegar reflexioné… No sé si esto es verdad o es mentira, pero está claro que la gente está en silencio, aquí hay cientos y cientos de personas orando. Y si hay cientos de personas rezando el rosario con el corazón, Dios está en medio de ellos. Empecé entonces a llevar amigos y en una ocasión la mística comenzó a enseñar sobre el fin de los tiempos según -dijo- le iba transmitiendo la Virgen. Cuando yo era pequeña había tenido visiones sobre el fin de los tiempos y nadie me hacía caso, porque a una niña de diez años nadie le hace caso. Entonces cuando la mística en éxtasis hablaba de estas cosas entré como en un estado de shock. Estuve así toda esa noche, porque esto era por la tarde. Al día siguiente, domingo, igual. Busqué una Biblia o algo de Dios en casa… ¡y no tenía nada! Desesperada le dije: «¡Dios mío yo quiero!»… Cuando me levanté por la mañana del lunes, al abrir la puerta de mi cuarto para ir a desayunar, me sentí invadida del amor de Dios. Sentirte invadida del amor de Dios es una experiencia ¡tan sumamente fuerte! Era un fuego que no conocía, Amor de plenitud. Y yo -que había sufrido de amor pues no me llevaba bien con mi marido, entre otras cosas- me estremecí diciendo: «¡Señor, cuánto me amas!» Estaba viendo a Jesús y Él me decía: «Sí, como te amo a ti amo a todo el mundo» Empecé a llorar, porque la fuerza de ese amor ¡era tan grande! Estuve sujeta por la gracia de ellos (n. del e.: los Sagrados Corazones de Jesús y de María), porque si no, me muero. Nuestra humanidad no puede soportar por sí misma el amor de Cristo. Cuando te llega ese amor de Cristo, con esa fuerza, es solo la Gracia quien te mantiene en pie. Empecé a llorar y caí al suelo.

¿Visiblemente, con tus ojos físicos, estabas viendo a Jesús?
Sí, sí, claro, con los ojos abiertos ¡con estos ojos! Caí al suelo totalmente, pero vamos, sin quererle mirar ni nada, destrozada. En ese momento empezaba a hacerme ver mis pecados. Comenzó por los pecados de cuando era pequeña, muy rebelde a lo que me mandaban con mi madre, con las chicas que trabajaban en casa. Estando en el amor de Jesús, comprendí que en esa rebeldía había dicho no a Jesús y era ¡tal dolor! Había pecados que no recordaba. Me hizo sentir mis pecados veniales de una forma pero ¡tan fuerte! Entre otras cosas por entonces yo tenía la costumbre de decir a quien fuese… ¡Hay, pero que tonto eres, no sé qué, no sé cuántos! Pude ver que era a Jesús a quien estaba llamando tonto. Dentro del amor sentir eso, yo cada vez lloraba más. Quería que mi casa se hubiese caído encima de mí. Pero mis pecados mortales -en ese momento no lo entendí, hasta un año después- me los enseñó de una forma muy suave. Comprendí dos cosas: Una, que todo pecado es una ofensa grave a Dios. Tú ofendes al amor estando en el Amor, porque todos estamos en el amor, en el amor de Dios, porque nos ha creado, porque nos ama. Obviamente tiene una gravedad el pecado mortal que no tiene el pecado venial, pero ambos son una ofensa tremenda al Corazón de Jesús. ¿Por qué me hizo ver mis pecados veniales de una forma mucho más intensa y los mortales de una forma ligera? Yo, los pecados míos, los mortales, los había confesado. Pero si yo te llamaba tonto a ti, no iba al confesionario a decir… le he llamado tonto a tal persona. ¿Entiendes? Bueno, pues esa experiencia que no te puedo decir ni cuánto tiempo fue ni cuanto duró cambió mi vida y fui corriendo a la Adoración Eucarística.

Dices que viste a Jesús tal como me ves ahora a mí.
Sí, sí. Estaba ahí.

Perdona, pero ¿Cómo es Jesús?
Mira… no te sé explicar… podría decir cosas en este lenguaje. Pero tendría yo que hablar las lenguas del cielo para describir cómo es Jesús.
Físicamente para lo que nosotros podemos entender era un poquito, no mucho, más alto que yo (n. del e.: 1 metro y ochenta y cinco centímetros aproximadamente). Iba -que es como yo siempre le veo, aunque a veces se lo quita- con su vestido beige, como de tela de saco pero fina, como si fuese de lino; y después sí, tenía la túnica esa de color vino.
Jesús es, ¡es la mirada! Son esos ojos verdes. Es un verde que no se parece a ningún ojo. Una mirada que te traspasa en el amor, la dulzura, en la ternura. ¡Es una armonía todo en Él que no existe aquí en la tierra! Te mira y ya te está sanando, te mira y ya es amor.
Él tiene unas manos ¡tan perfectas, tan bonitas, tan especiales! Porque como me hizo así (n. del e.: hace un gesto de pasar con la palma al frente las manos a centímetros del rostro), yo le miré las manos cuando me dijo: Como te amo a ti amo a todos los hombres.
Mira, a raíz de esa experiencia -¡ha tenido gracia!- porque Yo he estado buscando sus manos igual que he estado buscando su mirada… Y no he encontrado sus manos en ningún hombre. Yo enseguida miro las manos a los hombres a ver si alguno puede tener esas manos. Nunca he encontrado las manos de Jesús, ¡nunca! Porque es tan perfecto, tan armónico. Los dedos es la perfección de los dedos, el tamaño, con respecto de la palma. ¡No te lo sé explicar! No existe, es armonía. Ellos son (n. del e.: Jesús y la Santísima Virgen María) amor y armonía. Es que no se puede explicar con palabras de la tierra.
 

Jesús, ¿tiene barba?
Sí. Por lo menos a mí se me aparece con barba. No mucho ¡eh!, no es una barba larga.

¿Dirías que es un hebreo por su apariencia física?
No por el concepto de hebreo que tengo. He ido muchas veces a Tierra Santa. Sus ojos que son más cercanos al verde. El pelo de Jesús que no es negro, sino un poco cobrizo. Entonces no me recuerda a un hebreo, a lo que yo tengo en mi mente de como se ve un hebreo. Después lo he pensado y me parece lógico porque en Él, aunque era hebreo, estamos todos los hombres. Tiene una cosa hebrea, una cosa europea, una cosa más americana, una cosa más india…porque aúna en Él todo. Lo he entendido así.

¿Sabes ya por qué Él se te ha aparecido? ¿Por qué te ha permitido este tremendo regalo de verlo?
Porque soy una miseria y era la única manera. Él me lo ha dicho muchas veces. Al principio cuando me empezó a hablar, los primeros días, que estaba yo muy sobrecogida sobre todo esto y le digo: «¿Pero, cómo me hablas a mí?» Y él me decía siempre lo mismo: «Porque me gusta tu miseria» Yo respondía: «¡Pero cómo que te gusta mi miseria!?», porque yo no entendía en esos momentos. Respondía: «A mí me atrae la miseria». No le quitaba de eso y le dije: «¿Por qué tienes tan mal gusto?» ¡Bendito Dios que le guste la miseria porque así he podido tener esa gracia! Pero qué exigencia también.

¿Él te ha revelado alguna exigencia de este privilegio?
No, no. Gracias a Dios, de verdad, en el absoluto abandono en ellos (n. del e.: Jesús y la Santísima Virgen María), no me importa nada, sólo ellos. Soy una loca del amor de ellos. Estoy enamorada de Él como Eucaristía. Amo la Eucaristía profundamente, me paso muchísimas horas en Adoración Eucarística. Al día intento por lo menos que, aparte de la misa, aparte del rosario, un mínimo de una hora de Adoración Eucarística. He llegado a pasarme nueve horas en un día. Me pasa que es una necesidad.
El tema es que no les conocemos. Yo le digo: «¡Señor, la gracia que me has dado de conocerte dásela a los demás! ¡El mundo sería diferente!» Porque cuando le conoces a Él, conoces su amor y conoces las cosas como son. Nosotros tenemos un concepto de Dios muy limitado. Él no es limitado, ¡para nada! Es tan infinito en todo. El perdón por ejemplo. Alguien me preguntó alguna vez, “¿pero de verdad que a mí me ha perdonado?” Le he dicho: «Pero si es que Él no es como nosotros que hacemos una faena a alguien y le tenemos eso en el fondo. Decimos que le hemos perdonado, pero le tenemos clavado en el corazón. Él te ha perdonado desde el primer momento en que tú le has mirado. No has llegado ni a decir perdón y ya. Simplemente con elevar la cabeza ya te ha perdonado, ya te ha puesto en sus brazos, ¡es amor!» Entonces nos confundimos, no nos damos cuenta que Dios es amor. Y Dios entra por el corazón, no por la cabeza. ¡Abrid el corazón a ese amor de Cristo que quiere hacer maravillas con todos nosotros! Está deseando derramar su amor a los hombres. Cuando descubres el amor de Dios, ¡es que la vida tiene otro sentido!

Por lo que has podido comprender o explícitamente dialogado con la Santísima Virgen María o Nuestro Señor. ¿Estamos viviendo un tiempo especial y por qué es este un tiempo especial?
Pues mira, es un tiempo especial porque justamente el Señor quiere que nosotros acojamos su amor y volvamos a la idea del Padre Eterno, antes del pecado de Adán y Eva.

¿Al paraíso?
Claro. Él quiere que el hombre vuelva a eso que es su auténtica felicidad. ¿Comprendes? Entonces ahora se acercan los tiempos en que el Señor dice: Basta, basta. Sois infelices, estáis peleados unos con otros, ¡en vuestro corazón no tiene cabida el amor! Quiero regalaros lo que yo había pensado para el hombre, como había hecho al hombre, como esa obra excelsa de mi amor tiene que ser.
El Señor hace nuevas todas las cosas y quiere hacer nuevas todas las cosas. Primero, al hombre. Pero para hacer nuevas todas las cosas, tiene que haber purificación; tenemos que pasar por el sufrimiento, por el anonadamiento. Tenemos que ser nada absolutamente, para encontrarnos al Señor. Para que el Espíritu Santo venga entonces, se tiene que renovar todo. El hombre, el primero. Y se va a renovar la creación, pues todo los que veis, los árboles, todo, están viviendo dentro del pecado. Cuando (todo lo creado) vivan con el hombre renovado, estos colores por ejemplo no serán así… sino colores brillantes, diríamos, todos. Esta tristeza de la gente que vemos incluso en las misas… ya de eso nada, ¡tenemos que vivir la alegría, transmitir esa alegría interior!
Entonces, puesto que el Señor hará nuevas todas las cosas -aunque pasando por un sufrimiento, pero todo para una esperanza maravillosa-, tenemos que llevar esa esperanza. Y va a crear el Reino, como lo tenía previsto, del amor y de la paz. ¡Bendito Dios! Por supuesto que va implícito el sufrimiento, ¡pero qué le vamos a hacer! No debemos temer, porque lo que viene es maravilloso.

En términos de tiempo, cuando hablas de esto, ¿significa que nosotros lo vamos a ver?
Sí, claro, claro, todo esto lo he conversado con mi director espiritual que es teólogo, miembro del Opus Dei. Todo esto del Apocalipsis, ya lo estamos viviendo de alguna forma en una serie de primicias. Tienes que ser muy burro como para no darte cuenta de que ese tiempo se acerca y que nosotros tenemos que estar preparados para ese tiempo. Cuando digo preparados, es un estar preparados en gran santidad… Unirnos al amor de Dios, dejarnos de historias, crecer en virtudes, crecer en fe, crecer en esperanza, crecer en caridad, crecer en todas las cosas del Señor e ir por ese camino de rectitud abandonándonos absolutamente a Él. La misa diaria, la Adoración Eucarística es fundamental. ¿Cómo te va a sanar el Señor si no oras, si no se lo pides, si no se lo dices? ¡Ora, reza, vete al Santísimo, ve a misa, ve! Porque si no ¿qué? Ahí, con el Señor, con el Señor, con el Señor y toda la gracia vendrá.
 
 

[1] Término de uso popular que refiere a una experiencia extraordinaria de características tales que doblega por completo a la persona, capta su total atención, la transforma en sus creencias, pudiendo también ir acompañada de signos visibles, audibles o perceptibles por otros sentidos.

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda