Antoine Payeur no se dejó seducir por los vicios y da testimonio: "Para mí, vivir es Cristo"

21 de junio de 2019

El libertinaje moral no lo doblegó y se mantuvo buscando el rostro de Cristo, hasta recibir como don una vibrante experiencia de Dios que expandió su alma, cual flecha disparada hacia la eternidad.

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Hay quienes en algún punto de su historia son conscientes de que aman a Cristo, aunque nacieron y fueron criados en una familia agnóstica o atea. Otros, en cambio -como lo vivió Antoine Payeur-, disfrutaron el ser acunados por la fe católica desde que sus padres los concibieron.
 
Antoine se encuentra por estos días en Costa de Marfil y estará allí hasta fines de 2019, sirviendo como misionero educador a niños de la calle. A sus cortos años, no es su primera misión. Desde niño se dormía escuchando las aventuras de santas y santos misioneros que sus padres le narraban. Y él quería vivir, conocer esos lugares, como aquellos héroes de su infancia.
 
Confrontado por “el mundo”
 
Claro que, para madurar en la fe, padeció soledad, tuvo dudas y se sobrepuso, incluso al miedo de revelar su fe. Así testimonia en un video -que se puede visionar al final- esas experiencias vividas, cuando salió al mundo, durante su adolescencia y juventud… “Fue en la secundaria cuando mi vida cambió”, señala y confidencia que -quizá por su “falta de metodología”- no lograba buenos resultados en los estudios y por esto era muy inseguro. “Con una alta propensión al pánico cuando me hacían preguntas”, puntualiza.
 
Pero, además, pronto comenzó a sentirse muy distinto a sus pares y observaba “con desagrado -dice- cómo todos salían juntos a beber más de lo razonable, a fumar o a consumir cannabis”.  Le provocaba incluso “tristeza”, señala, ver que al paso del tiempo las chicas iban tornándose osadas, vistiendo “ropas vulgares”. “Escuchar a los compañeros alardeando de sus relaciones sexuales, de las drogas que habían consumido o de las noches en que todos habían vomitado, me dejaba mal. Todo era opuesto a la educación que mis padres me habían dado y yo iba estando cada vez más aislado, porque era el único en mi clase que no asistía a esas fiestas de vicios”, relata.

Sincerando su realidad

Con igual honestidad, Antoine comenta que con bastantes dificultades logró terminar su bachillerato. Apoyándose por entonces en el grupo juvenil de su parroquia. Fue significativo para Antoine participar con esos jóvenes, pues “compartíamos los mismos valores y juntos nos dimos cuenta de que no estábamos solos. Me devolvió la confianza en mí mismo y cada vez tenía más alegría al asumir aquello en lo que creía”.
 
Pocos meses después se trasladó a Nancy (Francia) donde inició estudios profesionales de geometría y topografía. No tardó en darse cuenta de que allí las dinámicas sociales entre los jóvenes eran iguales, o más bizarras aún, que en su escuela de secundaria.

Tiempo de Dios

Nuevamente estaba solo y por ello al saber que la comunidad ecuménica de Taizé preparaba un encuentro de jóvenes en Bruselas (Bélgica), que iniciaba en la noche de tránsito del 2008 al 2009, no dudó en asistir. Hizo bien, pues allí lo esperaba su personal ‘kairós’ (tiempo de Dios) …
 
“Me sentí en paz entre todas las personas que fueron a Bélgica para pasar el Año Nuevo con Dios. El último día, en la catedral de Bruselas, tuve una experiencia conmovedora: ¡Yo encontré a Cristo! Sucedió cuando un joven, Guillaume, tomó el micrófono y comenzó haciendo una pregunta: «¿Por qué la mayoría de los jóvenes abandonan la fe después de los 18 años?» y agregó que como él tenía esa edad, había decidido dar dos años de su vida a Dios porque temía que, de lo contrario, dejaría la fe como muchos de sus amigos. Era un testimonio muy simple. ¡Pero fue la gota de agua que abrumó mi corazón! Comprendí que esto es lo que quería: estar con Dios. Entonces hablé ante todos esos jóvenes. ¡Fue la primera vez que me atreví a dar testimonio de quién era yo realmente, de mi amor a Dios! y algo pasó en mi interior. Sabía que Jesús estaba allí”.
 
Con fuego en el alma Antoine regresó a Nancy, sabiendo que su futuro no estaba en los estudios científicos. Al poco tiempo vislumbró su vocación cuando conoció el trabajo educativo de la Fondation d'Auteuil donde tras tres años de estudios y prácticas se diplomó como educador. “Después de mi conversión -argumenta- comprendí la validez de los exigentes valores propuestos por la Iglesia para protegernos de las prácticas adictivas y efímeras como el alcohol, las drogas, la pornografía y tantas otras”.

A educar ha dedicado desde entonces su vida
 

Una de sus primeras misiones fue co-fundar junto a otros jóvenes el movimiento “Veilleurs” (Vigilantes), de resistencia pacífica contra las leyes de matrimonio igualitario y la adopción homoparental, proponiendo una “ecología humanitaria”. …Luego publicaría el libro Pour moi, vivre c’est le Christ (Para mí, vivir es Cristo) con el cual reunió fondos para irse de misionero un año a Tailandia. "Tuve la suerte de recibir una educación que me permitió no caer en una vida difícil; conocí a jóvenes que no habían tenido tanta suerte, que están viviendo tragedias familiares y personales; es por ellos que fui a Tailandia”, señala espontáneo en el portal que publicita su obra.
 
Hoy, gracias a la colaboración entre la Sociedad de San Vicente de Paul (SSVP) y la Delegación Católica para la Cooperación (DCC), Antoine y su esposa Claire -se casaron el año 2017- están desde diciembre de 2018 hasta fines de 2019 como voluntarios en Costa de Marfil (ver en la anterior fotografía). Se unieron allí al equipo del padre Ollo Jean Kansié, sacerdote de la Comunidad de Religiosos de San Vicente de Paúl, que dirige la Casa de los Niños de Bouaké. “Actualmente hay 80 niños, 29 externos y 51 internos. Mi papel es reforzar la educación en un proyecto personalizado para cada niño. El objetivo es hacer crecer a la persona que recibes, cuidarla y hacerla sentir amada”, escribe un feliz Antoine desde el lugar de misión.
 




 

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