Jóvenes chilenos aprenden de los ancianos fortalezas que enriquecen sus vidas

28 de junio de 2019

"El rezo diario del Santo Rosario, la escucha de la Palabra y la Eucaristía hacen que nuestros hogares sean la antesala al cielo" (Fundación Las Rosas. Chile)

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Desde sus orígenes la humanidad ha reconocido el rol fundamental de las personas mayores, para la supervivencia de las familias y el desarrollo de los países.  En culturas como la japonesa, por ejemplo, cada año -el tercer lunes de septiembre- celebran por todo lo alto el ‘Keiro no hi’, día de gratitud y honra a los ancianos. De forma semejante se les respetó por siglos en países cuya historia cultural, orden institucional, legal y educativo, fue enriquecido por la fe cristiana.
 
Sin embargo a medida que ha crecido la expectativa de vida -un promedio mundial de 72 años informado por la OMS-, se ha ido debilitando la valoración de los adultos especialmente en los llamados países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo. Cada vez más personas sobre los 60 años son víctimas de violencia, empobrecimiento, abandono y otras lacras, según reporte del mismo organismo internacional.
 
Del último Anuario Estadístico de la Santa Sede se desprende que también ante este flagelo es la Iglesia quien de forma preferente ofrece su ayuda, administrando en el mundo más de veinte mil instituciones -hospitales y hogares de acogida especializados-, que benefician de forma directa a personas mayores de 60 años.
 
Sabiduría del tiempo
 

Uno de esos hogares es el que visitan regularmente en Santiago de Chile los niños del Colegio Verbo Divino; y precisamente para vivir esa “alianza” con los ancianos, que el Papa menciona en el prólogo del libro "La saggezza del tempo" ("La sabiduría del tiempo") presentado en Roma durante el pasado Sínodo dedicado a los jóvenes. “Hoy los jóvenes necesitan los sueños de los ancianos para tener esperanza, para tener un mañana”, alienta el Pontífice en el citado prefacio y prosigue arengando: “¡Necesitamos abuelos soñadores!, pues son ellos quienes inspirarán a los jóvenes a avanzar con la creatividad de la profecía”. Los abuelos pueden enseñarles - concluye el Papa - "que hay más alegría en dar que en recibir y que el amor no sólo se demuestra con palabras, sino con acciones".
  
Esta visita de los niños no es improvisada, sino parte de un programa acordado con Fundación Las Rosas, la entidad católica chilena que administra este hogar y otros 27 más en ese país sudamericano.
 
La pasión por servir
 

Los chicos llegan expectantes, deseosos de entregar su afecto y escuchar con el corazón a los abuelos. Para compartir prepararon un par de juegos de mesa. Un bingo, con sencillos guisantes como fichas, que entrega a todos los abuelos premios como pijamas y pantuflas pensados para el frío, que este año en Santiago de Chile promete ser el más duro en 30 años. En la organización participaron también las familias y dos madres acompañaron al grupo, señalando así el espíritu comunitario del colegio.
 
Con gran entusiasmo los chicos sortean los números ganadores, mientras los abuelos sonríen y se hacen bromas. Otros chicos, con evidente respeto, ayudan a quienes en silencio parecen algo perdidos en sus recuerdos. A pocos metros se escucha el barullo en el pasillo de quienes juegan al dominó. Partida que transcurre animada por los sonidos de las radios a pilas que ninguno de los abuelos abandona. Escuchan relatos de partidos de fútbol, punto de encuentro inmediato con los jóvenes. Charlan de sus equipos preferidos, de los próximos partidos. Los niños los escuchan con atención y ternura.
 
Viviendo la comunidad
 

La profesora Karin Jahnsen dice a Portaluz estar muy contenta de ver que sus alumnos toman espontáneos las manos de los ancianos, pues muestran que pueden “ponerse en el lugar de ellos. Han sido capaces de salir de las cuatro paredes en que viven y entablar una buena conversación con los abuelos”. Concuerda Álvaro Saavedra, encargado de Pastoral del colegio: “los he visto participar con mucha humildad y espíritu de servicio, que es un sello de la Congregación”.
 
Es la hora del té y los niños ya se tienen que marchar porque el viaje en autobús es largo. Durante el regreso relatan su experiencia: “Me dieron mucha pena algunos, se notaban muy solos, pero los hicimos reír”, dice León. “Fue muy bueno haber podido compartir con gente que no conocíamos… hicimos lo posible para pasarlo bien todos”, asegura José Andrés. Lucas piensa que “disfrutaron de nuestra compañía”. Vicente está feliz: “contaban historias divertidas, me gustó mucho”.
 
Isabel Noacco, madre de uno de los chicos cree que “para los niños es fundamental la experiencia de Iglesia para unirse a ella de corazón, desde lo más cercano: la familia, el colegio, el curso, los amigos. Compartieron el entregar tiempo, alegría, juego al servicio de personas que necesitan especial atención y cariño. Todos buscaron la forma de comprometerse y colaborar, construyendo comunidad.” El objetivo se ha cumplido. Como siempre ocurre en estas actividades, se llevan en el corazón mucho más de lo que trajeron.

 

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