La noche en que el demonio atacó a San Francisco de Asís mientras este dormía

19 de julio de 2019

"Veo que este diablo es muy astuto, porque, no pudiendo hacer daño a mi alma, intenta impedir el descanso necesario del cuerpo…" (San Francisco de Asís)

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La historia que refiere el título de este artículo ha sido publicada citando como fuente el libro de biografías franciscanas Espejo de Perfección, Capítulo 9, donde se menciona que en una ocasión el demonio penetró en la almohada donde San Francisco dormía, para agredirlo:
 
 

“Estando el bienaventurado Francisco en el eremitorio de Greccio, oraba una noche en la última celda, que está después de la mayor; al primer sueño llamó a su compañero, que descansaba cerca de él. Se levantó el compañero y fue a la entrada de la celda donde estaba el bienaventurado Francisco, y el Santo le dijo: «Hermano, no he podido dormir esta noche ni estar erguido para orar, pues me tiemblan mucho la cabeza y las piernas y me parece como que hubiera comido pan de cizaña».

El compañero le dirigió palabras de consolación, pero el bienaventurado Francisco le dijo: «Yo creo que el diablo está en este cabezal que tengo a la cabeza».

Nunca, desde que dejó el siglo, se permitió descansar en jergón de plumas ni usar almohada de plumas; pero, contra su voluntad, los hermanos le obligaron a aceptar aquella almohada por razón de la enfermedad de sus ojos.

Se la echó a su compañero; tomándola éste con la mano derecha, se la puso sobre el hombro izquierdo. Al salir al vestíbulo de la celda, perdió de repente el habla, y no podía tirar la almohada ni mover los brazos; quedó rígido de pie, sin poder moverse de un lugar a otro e insensible. Habiendo permanecido así cierto tiempo, lo llamó, por gracia de Dios, el bienaventurado Francisco; al momento se recuperó y dejó caer la almohada por la espalda.

Volvió a donde estaba el bienaventurado Francisco y le contó todo lo ocurrido. Díjole el Santo: «Al anochecer, cuando rezaba completas, sentí que el diablo venía a la celda. Veo que este diablo es muy astuto, porque, no pudiendo hacer daño a mi alma, intenta impedir el descanso necesario del cuerpo, para que no pueda dormir ni estar erguido para orar, para impedir la devoción y la alegría del corazón, y provocarme así a murmurar de mi enfermedad».”
 

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