"Creo que la base de las relaciones gays es el profundo vacío que se intenta colmar, a veces con el sexo"

25 de mayo de 2018

Daniel Mattson habla de su encuentro con la fe y su compromiso en el apostolado de la organización Courage.

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¿Es la castidad del célibe una propuesta realmente viable para personas homosexuales? ¿Y qué se puede hacer para ayudarlos? El debate, dentro y fuera de la Iglesia Católica, es siempre muy animado y las soluciones propuestas a veces tensionan el debate.

Daniel Mattson, músico americano, el menor de cuatro hermanos (uno de ellos sacerdote) es un homosexual que se encuentra actualmente en Italia para presentar su libro "Why don't I call myself gay" en el que cuenta su historia. Una historia que comienza con el descubrimiento de su atracción por las personas del mismo sexo a los 6 años de edad, pasa por el acoso de sus compañeros, las angustias ligadas también a su fe (la familia, inicialmente católica, se había convertido en protestante, antes de volver al catolicismo) y la dependencia de la pornografía; para finalizar en las experiencias homosexuales, "un fruto prohibido, vacío y amargo, porque la felicidad no radica en recoger el fruto prohibido. Me ha robado la dignidad”, declara.

Finalmente su paz comenzó a llegar al escuchar una homilía del cardenal Sean O'Malley, arzobispo de Boston. En esa prédica experimentó el amor de Dios y la comprensión de que sólo en este amor se puede encontrar la verdadera felicidad. Este camino de fe se vería luego fortalecido al conocer el proyecto Courage. Un apostolado católico nacido en 1980 por iniciativa del arzobispo de Nueva York, el cardenal Terence Cooke, precursor de la atención pastoral a las personas homosexuales, en la ‘Gran Manzana’, corazón de la revolución sexual que estalló a finales de los años 60.

Entrevistado por el magazine italiano Il Timone Mattson declara que rechaza llamarse a sí mismo gay porque no es lo que objetivamente le identifica a cabalidad: "La razón primordial por la que rechazo definirme gay es simple: no creo que sea objetivamente verdad. Centrarse en los sentimientos aleja a las personas de su realidad de hijos de Dios nacidos hombres y mujeres. Tenemos que aprender a distinguir nuestra identidad de nuestra atracción sexual, de nuestro comportamiento. No es lo que 'sentimos' lo que debe regular nuestra vida; si así hiciéramos, cruzaríamos con el semáforo en rojo sólo porque lo 'sentimos'. Existe una verdad objetiva que nos protege, hecha para nuestro bien. Si así no fuera, sería el caos: hay hombres que se sienten mujeres, mujeres que se sienten gatos, personas que sienten que no deberían haber nacido con piernas y se han hecho operar para amputárselas: ¿es normal todo esto? El ejemplo es extremo, pero real".

Comenzó a perder el rumbo siendo muy pequeño cuenta al magazine italiano… este hombre cuyo testimonio fue uno de los tres con los que se rodó El deseo de los collados eternos (2014), un impactante documental sobre la forma en la que sus protagonistas viven esos sentimientos. “La pornografía contaminó rápidamente mi visión de la sexualidad: todo era únicamente placer, satisfacción del deseo, búsqueda de un nuevo placer. De las revistas pasé a la red. Era mi droga y, por su causa, todos los comportamientos sexuales se convirtieron en lícitos para mí".
 

 
De hecho, al cabo de poco tiempo llega el encuentro con el hombre con el que tienes la primera relación homoerótica, un desconocido con el que contactaste online. Describes esta experiencia como asquerosa...
No podía creer haber esperado 32 años para algo tan sórdido, pero fue el resorte que me hizo comprender que buscaba algo más, un compañero de vida, una persona con la que compartir valores y cotidianidad.
 
Conociste a Jason, con el que estuviste casi un año.
Creo que la base de las relaciones gays es el profundo vacío que se percibe y se intenta colmar, a veces con el sexo. Entre hombres éste es muy potente y crea mucha dependencia. Aparte de esto, si miro hacia atrás, mi relación con Jason era, en un cierto sentido, común: ninguno de los dos era un activista del movimiento gay y nos hacíamos mucha compañía. Puedo decir que, de alguna manera, era feliz con él. Feliz según el significado que este término tenía entonces para mí, dado que en mi interior seguía sintiendo ese vacío. A pesar de todo, había encontrado un equilibrio y me estaba preparando para salir del armario con mi familia.

Cuando, de repente, llegó el flechazo con una mujer.
No quería enamorarme de Kelly, pero sucedió y mi vida dio un giro completo. Mi historia con Jason terminó y empecé a salir con una mujer, con la que me entendía tanto, que parecía estar hecha para mí. Por fin me sentía en el lugar correcto, con la persona justa y empezaba a hacer proyectos para el futuro. Compré un anillo para pedirle que se casara conmigo...
 
Y llegó la ducha fría...
Sí. Kelly me dijo que no quería tener hijos. Sentí que el mundo se me caía encima. Nos tomamos un periodo de reflexión. Aunque yo era aún muy inmaduro en la fe, sabía seguro que quería ser padre. Hoy estoy convencido de que dejar a Kelly, a pesar de que fue uno de los momentos más duros y devastadores de mi vida, ha sido uno de los pasajes fundamentales de mi recorrido. El Señor tuvo que quitarme a Kelly para que yo me enamorase de Él.
 
Aquí comienza tu duro, pero fascinante, retorno a la Iglesia, en el que ha tenido un papel fundamental el apostolado de Courage, dirigido a personas atraídas por el mismo sexo.
Courage ha sido el modo como la Iglesia me ha acompañado. Una de las razones principales por el que volví a la Iglesia fue su claro abrazo a la realidad objetiva de la naturaleza sexual, tal como es revelada en nuestros cuerpos. Dios ha dado un nombre a nuestra sexualidad en el Génesis: hombres y mujeres, y esto es. Nada más y nada menos de la belleza de estos dos sexos.
 
Sin embargo, el padre James Martin sostiene exactamente lo contrario, es decir, que se necesita una pastoral dedicada al mundo llamado LGBT.
Creo que Martin está, ante todo, confundido sobre lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Hago referencia al párrafo que él desarrolla en su libro, el número 2358, que aborda la necesidad de tener respeto, compasión y delicadeza. Estamos ante una enseñanza muy clara. ¿Qué significa respeto? Para respetar verdaderamente a alguien debemos, en primer lugar, reconocer su identidad. Es una cuestión de antropología y para la Iglesia no hay espacio para términos como "gay", "lesbiana" o "transgénero", que son una reducción de la persona. Sólo lo que es verdad es auténticamente pastoral: y la verdad es que somos hombres y mujeres. Todo el resto es un falso respeto, una falsa delicadeza y una falsa compasión.
 
Hoy, la castidad -sobre la que trabaja Courage- está considerada una petición excesiva, imposible de conseguir, por lo que se propone cada vez menos a quien se prepara al matrimonio. Ha dado que hablar un curso, organizado y después anulado por la diócesis de Turín, que proponía a las parejas homosexuales trabajar sobre la fidelidad.
Personalmente lo considero ofensivo. Yo estoy hecho para mucho más que la fidelidad a un hombre; estoy llamado a una pertenencia total al Señor, que pasa, ante todo, por la verdad de quién soy. Pensando de nuevo en Jason, hoy sé que dos hombres no están hechos para estar juntos: si se quieren de verdad, deben dejar de tener sexo, porque el verdadero amor hacia el otro es la amistad en la hermandad, no en el acto homoerótico. Esto dice la Iglesia y éste es el camino para ser verdaderamente felices. Sería un insulto proponer algo menos de la felicidad plena "porque es demasiado difícil"; no somos cristianos para tener una vida cómoda. Esto vale también para las parejas de novios, aunque ya convivan. La Iglesia debe decir: porque te amo, te propongo algo más. Claro que es difícil, pero ¿acaso no se nos ha prometido el céntuplo aquí, en la tierra?


Fuentes: Il Timone, In terris, Religión en Libertad

 

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