Dios "castiga y consuela con ternura" dice el Papa Francisco

10 de diciembre de 2019

"¿Cómo nos consuela el Señor? Con ternura. ¿Cómo corrige el Señor? Con ternura. ¿Cómo castiga el Señor? Con ternura. ¿Puedes imaginarte sobre el pecho del Señor, después de haber pecado?"

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El Señor guía a su pueblo, lo consuela, pero también lo corrige y lo castiga con la ternura de un padre, de un pastor que “lleva los corderitos sobre el pecho y conduce suavemente a las ovejas madres”. De este modo el Papa Francisco, en su homilía en la Misa de la mañana en la Casa Santa Marta, responde a las preguntas “¿Cómo consuela, cómo corrige al Señor?”, suscitadas por la liturgia de hoy.  La primera lectura, en efecto, un pasaje del libro de la consolación de Israel del profeta Isaías, se abre, explica el Papa, con “un anuncio de esperanza”. “Consuelen, consuelen a mi pueblo”. El profeta comunica así las palabras de Dios: “hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga”.

 Lleva sobre su pecho a los corderos

El Señor nos consuela siempre - comenta el Papa Francisco -, siempre que nos dejemos consolar. Dios, aclara, “corrige con el consuelo, pero ¿cómo?” Y lee otro pasaje de Isaías, el que habla del Señor, el buen pastor, que “con su brazo” reúne el rebaño, “lleva sobre su pecho a los corderos” y conduce con dulzura a “las que han dado a luz”. El Pontífice hace repetir a quienes lo escuchan el pasaje “en el corazón”, y comenta: “¡Este es un pasaje de ternura! ¿Cómo nos consuela el Señor? Con ternura. ¿Cómo corrige el Señor? Con ternura. ¿Cómo castiga el Señor? Con ternura. ¿Puedes imaginarte sobre el pecho del Señor, después de haber pecado?”

“El Señor conduce, el Señor guía a su pueblo, el Señor corrige; además, yo diría también: el Señor castiga con ternura. La ternura de Dios, las caricias de Dios. No es una actitud didáctica o diplomática de Dios: viene a Él desde dentro, es la alegría que tiene cuando se acerca un pecador.

Corazón de Padre

La alegría del Señor, ante el pecador, se convierte en ternura
El Papa Francisco recuerda la parábola del Hijo Pródigo y el padre que vio venir a su hijo de lejos: lo estaba esperando, y “subió a la terraza a ver si el hijo volvía”. “El corazón del Padre”, dice. Y, “cuando llega, y ese discurso de arrepentimiento comienza, le tapa la boca y hace fiesta”. “La tierna cercanía del Señor”, comenta de nuevo el Papa. En el Evangelio vuelve el pastor, el que tiene cien ovejas y una se pierde. "¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió?”, cita el Vicario de Cristo. Y “si logra encontrarla, se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron”. Esta es “la alegría del Señor ante el pecador”, “ante nosotros cuando nos dejamos perdonar, cuando nos acercamos a Él para que nos perdone”. Una alegría que “se convierte en ternura, y esa ternura nos consuela”.

No nos lamentemos, el Señor perdona nuestros pecados

Muchas veces - explica el Pontífice - nos lamentamos de las dificultades que tenemos: el diablo quiere que caigamos en el espíritu de la tristeza, “amargados por la vida” o “por nuestros propios pecados”. Y recuerda: “Conocí a una persona consagrada a Dios a la que llamaban 'lamento', porque no podía hacer otra cosa que quejarse: era 'el Premio Nobel del lamento’”.

“Cuántas veces nos lamentamos, nos quejamos y pensamos que nuestros pecados, nuestros límites, no pueden ser perdonados. Allí se oye la voz del Señor que dice: Yo te consuelo, estoy cerca de ti, y nos toma con ternura. El Dios poderoso que creó los cielos y la tierra, el Dios-héroe, por decirlo así, nuestro hermano, que se dejó llevar a la cruz para morir por nosotros, es capaz de acariciarnos y decirnos: No llores.

La gracia del perdón

“Con cuanta ternura - continúa el Papa Francisco - el Señor habrá acariciado a la viuda de Naín cuando le dijo: ‘No llores’. Quizás, delante del ataúd de su hijo, la acarició antes de decirle ‘No llores’”. Porque “había un desastre allí”. “Debemos creer en este consuelo del Señor” porque después “existe la gracia” del perdón.

“Padre, que tengo tantos pecados, tantos errores que he cometido en mi vida” – “Pero, ¡déjate consolar!” – “¿Y, quién me consuela?” – “El Señor” – “¿Y adónde debo ir?” – “A pedir perdón: ¡va, va! Sé valiente. Abre la puerta. Y Él te acariciará. Se acercará con la ternura de un padre, de un hermano: ‘Así como un pastor apacienta el rebaño y con su brazo lo reúne, lleva a los corderitos sobre el pecho y conduce con dulzura a las ovejas que han dado a luz’, así también el Señor nos consuela a nosotros”.

 

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