Dos hombres en un bar hablaron de su adicción al porno y hubo consecuencias

24 de mayo de 2019

"Tal vez unas cuantas drogas recreativas aquí y un poco de demasiado alcohol allá; una relación de codependencia o una obsesión con una persona… Los vicios iban y venían, pero el que siempre parecía levantar su fea cabeza en mi momento más débil era la pornografía…"

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En Estados Unidos la pornografía ya ha sido formalmente declarada una crisis de salud pública en Arkansas, Florida, Idaho, Kansas, Kentucky, Louisiana, Pennsylvania, Dakota del Sur, Tennessee, Utah y Virginia. Esta medida considera los resultados de las investigaciones que identifican los daños espirituales, mentales, físicos y económicos -una auténtica pandemia- que causa la adicción al porno en quienes la padecen y su entorno; entre ellos, el norteamericano Jay Lampart.
 
Jay (imagen adjunta) dejó la Iglesia Católica cuando era adolescente. Iba a misa con sus padres, pero también asistía al culto bautista con su novia. Más tarde se convenció, por algunos amigos evangélicos no confesionales, de que la Iglesia Católica era malvada e incluso una forma de brujería. Después de casarse se convirtió en líder de un grupo de jóvenes. Para preparar las reuniones comenzó a estudiar los fundamentos del protestantismo, como sola Scriptura, sola fide, etc. Frustrado, confundido y enojado, dejó de asistir a la iglesia.
 
Su vida -relata en una
video-entrevista con Chnetwork.org- comenzó a cambiar cuando una Nochebuena el llamado de Dios lo llevó a asistir a la Misa de medianoche. Así comenzó su viaje de regreso a la Santa Iglesia Católica, donde encontró finalmente la sanación que su alma necesitaba. El siguiente relato escrito por el mismo Jay, nos confidencia tramos de aquel proceso...
 

“Esa falsa religión católica”
 
En un pequeño bar de Boston, sobre varios platos de alitas de pollo grasosas y pintas de cerveza Sam Adams, John me abrió su corazón. Estaba en lo que él llamaba "un momento peligroso en la vida espiritual". Admitió que había luchado con la pornografía durante años, y era cada vez más difícil resistir. No entendí por qué me elegía para decirme todo esto. Después de todo, apenas nos conocíamos. Pero me dejó perfectamente claro su gran necesidad de que alguien le arrojara un salvavida. Ambos éramos católicos de nacimiento y habíamos dejado la Iglesia recientemente. Era domingo por la noche y John me contó que había roto su rutina de asistir a los servicios en la nueva iglesia no confesional por llevar a su madre a misa ese mismo día en Quincy...
 
Entonces, al calor del momento, sentí la necesidad de decirle a John que había un camino para ser libre de esclavitud de la pornografía. Tiré algunos versículos de la Biblia en la conversación y agregué que rezaría por su madre, por su salvación. Aplaudí a John por ir a misa con ella, pero le aconsejé fuertemente que se distanciara de los muertos, de esa falsa religión católica, si realmente quería experimentar una relación auténtica con Jesucristo. Estoy seguro de que dije muchas otras cosas esa noche. Ahora que lo pienso, también había dicho lo mismo a mucha otra gente. Mea culpa.
 
¿Todavía luchas con el porno?
 
John parecía atraído por mis palabras, pero aún no estaba convencido. Claro, también había aceptado a Cristo como su Señor y Salvador personal, pero necesitaba escuchar mi testimonio de que la doctrina cristiana era el billete de oro para salir del cautiverio de la pornografía. Necesitaba algo más personal que un sermón de tres puntos garabateado en la parte de atrás de una servilleta de cóctel. Fue entonces cuando su interrogación hizo que este momento se tornase realmente personal: "¿Y tú, Jay? Dijiste que luchaste con el porno. Pero ¿y ahora qué? ¿todavía luchas?"
 
La pregunta era bastante simple y honesta, pero me hizo retorcerme, pues sería la primera vez en mis veintiún años de habitar la tierra que lo diría a viva voz: "Sí, he visto porno" salió de mi boca. Las palabras surgieron amargas, inesperadamente, como bilis en la parte posterior de mi garganta, ardiendo de sinceridad y vergüenza.
 
La mentira
 
Nunca había tenido una conversación con nadie sobre mi relación con la pornografía hasta entonces; y no tendría otra durante al menos diez años. No sabía qué decir. Le miré a los ojos y agregué: "No, John. Por la gracia de Dios, ya no veo la pornografía. Está en mi pasado".
 
John parecía contento con mi respuesta… y yo también estaba contento, creyendo de alguna manera que el Espíritu Santo me usaba esa noche, a pesar del hecho de que yo acababa de mentir a través de mis dientes.
 
La distancia hace que el pecado crezca más lejos
 

Recuerdo haber dejado el bar la noche que vi por última vez a John en Boston. Tenía que ir a trabajar temprano para prepararme al día siguiente, y tuve tiempo suficiente para tomar el último ferry lento desde Hyannis Port a Nantucket Island. A medida que las luces del puerto de Hyannis se desvanecían en el horizonte… me convencí de que la distancia representaba la liberación; aunque había mentido, pensé que haber verbalizado ante alguien el pecado del porno me alejaría de aquello.
 
Lamentablemente no fue así y durante años la pornografía, entre otras muchas cosas, se pudriría y descompondría lentamente mi alma. Se infiltró en mi formación espiritual, me robó el tiempo que nunca volverá, deformó mi mente de maneras que no se pueden imaginar y envenenó mi matrimonio. Durante años mantuve mis problemas encubiertos bajo un manto de falsa rectitud, y a veces usé la versión King James de la Biblia como un arma para desviar las dudas de aquellos que podrían haber sospechado que no era el cristiano nacido de nuevo que decía ser.
 
La Iglesia
 
Hace siete años me encontré de nuevo, casualmente, a John mientras caminaba por el Javits Center de Nueva York. Yo vivía entonces mi propia temporada de angustia espiritual y estaba a punto de no creer en nada. John me agradeció por mi audacia esa noche en el bar de Boston, alentándolo a distanciarse de la Iglesia Católica. Ya no tenía calor ni frío sobre el tema; sólo sonreí y me encogí de hombros. Una vez más, perdí una oportunidad increíble de aclarar las cosas.
 
La mayor ironía fue descubrir tiempo después, cómo la misma Iglesia a la que había reprendido y escupido durante años se convertiría en mi refugio en mi hora más oscura.
 
Jesús cura todas las heridas
 
Cuando dejé la Iglesia Católica para adorar a Dios en otra parte… como muchos niños jóvenes e impresionables, tomé varias malas decisiones que me llevaron a una serie de otras más y finalmente acabé en lugares mucho más oscuros espiritualmente… Tal vez unas cuantas drogas recreativas aquí y un poco de demasiado alcohol allá; una relación de codependencia o una obsesión con una persona… Los vicios iban y venían, pero el que siempre parecía levantar su fea cabeza en mi momento más débil era la pornografía…
 
De alguna manera hace cinco años me deshice. Así, completamente deshecho, en la víspera de Navidad, me encontré solo en la misa de medianoche, con lágrimas cayendo por mi cara. No había más doctrina por la que discutir. No más argumentos que hacer. No más enemigos a los que enfrentarse.
 
Jesús cura todas las heridas. Desde que llegué a casa, a la Iglesia Católica, Él ha sanado las heridas que heredé de generaciones de pecado en mi familia. Él sanó las heridas que me fueron infligidas a lo largo de mi infancia y en mi edad adulta. Él sanó las heridas que infligí a otros cuando blandí una espada afilada, con la intención de corregir todos mis males, con mi propia fuerza, causados por mis propias heridas.
 
Él nos sana a través de esa misma Iglesia que estableció. Él nos sana por medio de la oración y el sacramento. Él cura a las ovejas errantes cuando finalmente escuchamos lo suficiente como para oír la pequeña y tranquila voz del Espíritu Santo susurrando: "Bienvenido a casa".
 
 
/Jay Lampart es un feligrés de la Iglesia Cristo Rey en Towson (Maryland, USA). Tras su conversión inició un proceso para sanar y enfrentar cada día su adicción. Hoy mantiene un apostolado para ayudar a otros hombres que viven esclavos de la pornografía; servicios a los que se puede acceder pulsando aquí.
 

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