"El bullying me convirtió en un hombre malo"

04 de enero de 2019

Todo comenzó alrededor de los diez años, tras regresar con su familia a Colombia luego de residir en Estados Unidos… "Los niños son muy crueles; cuando yo llegué al colegio empezaron las burlas".

Compartir en:



Una niña o un niño que es doblegado por el acoso de sus pares puede experimentar trastornos emocionales tan graves, que algunas víctimas de bullying incluso atentan contra sus propias vidas. Para el Ingeniero en Sonido Diego Fletcher ser acosado y agredido por sus pares en el colegio, dejó una marca que afectó su vida por décadas.
 
El bullying generó una historia de dolor, de evasión, “de abrirle una puerta al maligno” -cuenta a Portaluz-, corroborando así las conclusiones del último estudio internacional comparativo sobre acoso escolar o bullying (pulse para leer), desarrollado por investigadores de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
 
“Tomé la decisión de volverme malo”
 
Todo comenzó alrededor de los diez años, tras regresar con su familia a Colombia luego de residir en Estados Unidos… “Los niños son muy crueles; cuando yo llegué al colegio empezaron las burlas y se fueron incrementando: me escondían los cuadernos, me pegaban entre varias niñas.  En una ocasión inclusive un compañero me quemó el cuello con un candelero. Cuando ya estaba en bachillerato un muchacho me empezó a apretar el estómago, yo le metí codazo, pero -como este muchacho era hijo de un boxeador-, me levantó, me tiró al piso y cuando yo me iba a levantar me metió un puño en la nariz que me reventó el tabique.  Yo quedé tirado en el piso… y era tanto el grado de bullying que algunos compañeros dibujaron un croquis, como si alguien hubiera muerto, de allí donde había quedado mi sangre.  Esto sucedió durante unos 5 años, soy una persona muy sensible y viví todo este proceso sólo, fue muy duro para mí pero nunca le conté a mis padres, ni a mis hermanos”, relata Diego.
 
Llegó un momento en que, sin poder resistirlo más, reaccionó... “Yo tomé la decisión de volverme malo”, dice, resumiendo así su inicio en el consumo de drogas con sus amigos del barrio entre quienes se sentía cómodo pues no lo agredían. Alrededor de los 15 años se desbordó por completo y “en menos de seis meses” ya había probado la marihuana, el boxer (inhalar pegamento), pastillas de indicación psiquiátrica como el ravotril, bazuco (pasta base de cocaína) y cocaína. El alcohol era apenas un acompañamiento de esas drogas en sus farras nocturnas.
 
Hoy sé que era Dios quien tocaba mi corazón
 
Desde los 16 hasta los 19 años fue su época de mayor consumo y precisamente en una de esas tantas correrías, cuando se dirigía con sus compañeros a comprar bazuco en una olla (lugar de expendio de drogas), tomó una determinación y les dijo: “Yo no voy a entrar”. Acto seguido se largó de aquel sitio y detuvo su consumo, al menos de bazuco. “Llevaba tiempo escuchando una voz interior diciéndome que eso no lo debía hacer. Por años creí que se trataba solo de mi conciencia y hoy sé que era Dios quien tocaba mi corazón en ese momento”.

 
Diego (imagen adjunta) tenía un vínculo difuso con Dios, aunque era una realidad presente incluso mientras su conciencia permanecía alterada por las drogas. Podía pasar horas contemplando una semilla de cualquier vegetal, divagando sobre su perfección y la mano de Dios Creador, en toda la naturaleza.
 
Una esperanza de cambió surgió cuando su padre informó a la familia que deberían dejar Colombia pues lo destinaban a trabajar en Israel, Tierra Santa. Diego le prometió a Dios abandonar todo consumo de drogas si el viaje se concretaba. Sin embargo no era sólida su decisión pues durante aquél año en Israel consumió algunas veces marihuana y de regreso en Colombia “me metí en ese mundo de la música electrónica empecé a consumir ácidos, éxtasis y le incumplía a Dios la promesa que le había hecho”.  
 

Lo que Diego pasó por alto fue que su cuerpo tenía límites y la primera señal del deterioro fue una dermatitis severa que no solo le postró en cama, sino que lo dejó con llagas en todo el cuerpo. Estuvo así ocho meses, “consciente de que Dios me estaba quitando todo lo que a mi me gustaba” comenta y detalla: “Ocurrió el año 2006, ya había estudiado música y comenzaba mis estudios de Ingeniería en Sonido cuando enfermé mal. No podía comer casi nada, tenía una dieta muy estricta y caí en cama. Empecé a retener líquidos, tenía las piernas dos o tres veces el tamaño normal, los pies totalmente inflamados, los dedos totalmente abiertos de la inflamación. Allí, enfermo y en la cama, conocería a Cristo”.
 
Un médico del cuerpo y del alma

 
Desesperados por aliviarlo y que sanara, sus padres le llevaron a casa de los abuelos en Bucaramanaga y estos le pusieron en manos de un médico católico que le “recetó” no sólo algunas medicinas para tratar al cuerpo. “Este médico me mandó a que hiciera un examen de conciencia con fe, que luego me confesara y fuera tres días seguidos a participar de la Eucaristía, a comulgar. La receta siguiente fue seguir yendo a la Eucaristía todos los días”, recuerda.
 
Diego fue dócil, aunque tuvo recaídas con el consumo de marihuana, la cual estaba habituado a fumar varias veces por día. Había estado 15 años produciendo eventos de música electrónica, relacionándose con personas o lugares que mantenían su vínculo con las drogas duras y al fin parecía que tomaría la decisión de abandonar todo aquello.
 
Dios restaura todas las cosas
 
La realidad es que esta batalla personal tuvo un itinerario espiritual con varias escalas no menos oscilantes. Se incorporó a un grupo de música sacra, estuvo por cuatro años participando del Camino Neocatecumenal, luego en una iglesia protestante otros 3. Anduvo errando hasta que conoció a una mujer, su actual novia, cuyo testimonio de fe publicado hace algún tiempo en Portaluz lo estremeció y -tal como ella lo había hecho tiempo atrás- también él regresó a la fe católica y comenzó a ser restaurada su salud consagrándose al Inmaculado Corazón de María. 
 
“Gracias a Ella (Santísima Virgen María) vi que era un esclavo y pude ir renunciando a las drogas, a ese impulso de querer negociarlo todo, esos engaños, esas personas que uno cree amigos y son sólo compañeros de celda. Pude tomar decisiones radicales orando, pidiendo al Señor su ayuda. Hoy rezo el rosario a diario, intento hacer Eucaristía diaria, tengo mi comunidad católica, hago parte del grupo de música sacra… Sólo hay Uno, Dios, que tiene el poder de liberarnos de todas esas cadenas. Por mi experiencia, a cualquiera que sea adicto le animo a que acudan al médico, acudan a Jesucristo, porque Él es el único que tiene el poder de sanarlos” anima Diego con fervor. 
 
 

Compartir en:

Portaluz te recomienda