Ecos de eternidad

El cáncer no los derrotó… su amor consagrado en el matrimonio sostuvo hasta el final la esperanza

17 de enero de 2014

Mario Salazar y su esposa, Alexandra, no permitieron que el dolor de un pronto final les arrebatara el amor que con fe habían prometido ante Dios cuidar… en la salud y en la enfermedad.

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“Yo sólo quería que supiera lo mucho que lo amaba y lo agradecida que estaba por todo lo que me enseñó, por todo lo que me dio, por todo lo que vivimos juntos”, escribió Alexandra Salazar, viuda de Mario y madre de cuatro hijos, todos ellos menores entre 5 y 15 años. Sus palabras de esperanza y de cómo batalló junto a su marido con el cáncer fueron difundidas desde periódico El Pueblo Católico, impactando a la comunidad católica hispana de la Arquidiócesis de Denver, Colorado.
 
 “Recuerdo vivamente -explica Alexandra- cuando le pidieron (a Mario) ir al hospital a realizarse una operación para remover lo que pensaban era una piedra en el ducto biliar. «Tengo miedo», me dijo. Yo no le hice mucho caso, pensando que sería algo sencillo y todo volvería a la normalidad. Marito lo intuía, pero yo no sabía que sería el inicio de un camino que transformaría nuestras vidas”.
 
Alexandra cuenta que durante el año 2010, su esposo vivió la mortificación testimoniando su fe… “sufría pacientemente, nunca se quejó. Dócilmente adhirió su dolor al misterio de la cruz y se dejó transformar por él”. Añade con cariño que Mario solía parafrasear un canto pronunciado en la liturgia eucarística: «Si tú por ventura mil cruces recibes, alaba esa suerte de males benditos; te acercan a Aquel que habitó entre los hombres, Aquel que murió para llevarnos al cielo»”.
 
El amor consagrado en el sacramento sostiene la esperanza
 
Los amigos, la comunidad, la familia entera, todos dedicaron innumerables oraciones, novenas, Misas para pedir un milagro. Dice Alexandra que oraron “con fuerzas” hasta el final. “Pero el Señor estaba transformando la vida de Mario a un nivel más profundo. «Ya entiendo», me dijo un día… «¡El milagro es que Dios me ha salvado!». Marito se había unido aún más a Dios, abrazando su cruz. Y esa unión con Dios fue para él, su verdadero proceso de curación”.
 
A pesar de vivir un camino con incertidumbres durante aproximadamente dos años, se mantuvieron unidos por la fe que Mario transmitía. “La gracia estaba allí y muy fuerte. Siempre nos sentimos profundamente amados y supimos que todo esto tenía un sentido”. Un día, dice su esposa, el doctor le preguntó a Mario luego de su primera radiación que “¿Cómo se sentía?” él respondió con alegría “¡Estoy radiante!”. “¡Ayúdame a llegar al cielo!”, recuerda su esposa que a ella le decía, para darle consuelo.
 
Unidos en la tierra para vivir la plenitud en el cielo
 
Cuando estaba a horas de morir, Mario pidió a su esposa que todavía no se despidieran. Ambos sabían que pronto iba a llegar el final, “pero cada minuto que Dios le concedía era muy valioso”.
 
Los últimos días los amigos de su comunidad católica visitaron la casa de la familia Salazar y junto a su cama cantaban y oraban. “Aquella comunidad -testimonia Alexandra- en la cual Mario y yo nos encontramos con el Señor Jesús y en donde nuestra fe se hacía vida nos acompañó invocando al Amor. Tanto que Mario un día les dijo… «¡Tener una comunidad de amigos es tener un pedacito de cielo en la tierra!»”.
 
La mañana del 15 de diciembre de 2011 Mario respiraba con dificultad, Alexandra pensó que necesitaba su medicina…le dio un beso y permaneció a su lado.
 
“El Espíritu Santo suscitó en mí, leerle la Biblia. Envueltos en la presencia de Dios, abrí al capítulo 11 de San Juan y nuevamente el Señor nos recordaba su Palabra de amor en el pasaje que había acompañado a Mario durante toda su enfermedad: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella». «Yo soy la resurrección, el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Al terminar de leer y al abrazarme a él, Marito expiró por última vez… en ese momento la presencia de Dios era muy fuerte ¡y yo pude tocar la eternidad!”.
 
Al despedirse Alexandra recuerda que muchas veces le pedía a Mario que les dejara un escrito a sus hijos, pero siempre le respondía: «Mi amor, les dejó algo mucho mejor… testimoniarles con mi vida, fuerte y claro, que Dios existe, que Su amor es real, que salva y que es más fuerte que la muerte»”.

 

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