El día en que Padre Pío y Mons. Karol Wojtyla se unieron en oración pidiendo a Dios su misericordia

06 de julio de 2020

La propia beneficiaria de esta gracia extraordinaria tardó tiempo en reconocer lo que para todos era evidente: había recibido el don de un milagro.

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A principios de octubre de 1962, cuando Mons. Karol Wojtyla, obispo auxiliar de Cracovia, partía a Roma para asistir a la primera sesión del Concilio Vaticano II, su amiga y colaboradora, la médico psiquiatra Wanda Poltawska,  vivía atormentada por dolores nocturnos intermitentes. Él le apoyaba con oraciones y continuas exhortaciones epistolares: "Haz todo como me dijiste, lo importante es no retrasar lo que es necesario. Tu salud es importante para muchos, especialmente para los más cercanos a ti. Yo mismo, entre ellos".  
 
El diagnóstico llegó el último día del mes. La colega, médico, que había realizado el examen clínico, le dijo que en la última parte del colon había "una masa dura, con ulceración", pero que "podría ser inflamatoria y no necesariamente un tumor". Wanda, como médico, analizando sus síntomas, descartó de inmediato la hipótesis de la inflamación y proyecto que el cáncer le permitiría vivir cuando mucho "dos, tres años como máximo".  
 
Reaccionó con una sorprendente "calma" y perturbada sólo por el pensamiento de que sus cuatro hijas todavía eran niñas aceptó someterse a la cirugía, suponiendo que tendría un resultado devastador. Lo haría por su familia -se dijo a sí misma en un primer momento-, pero luego pensó: "He cumplido cuarenta y un años. Bastantes, pero no lo suficiente como para morir". 
 
No le dijo a nadie. Ni siquiera su marido, Andrzej, lo sabía. Sólo escribió a su amigo obispo, quien le animó a ejecutar lo que ya había decidido: "Quiero animarte, según puedo, a luchar por tu salud y tu vida", le escribió Mons. Wojtyla. Y, casi como queriendo poner a sus palabras el sello de Dios, añadió: "Lo que escribo surge de la oración". Esta vez, sin embargo, monseñor Wojtyla no se limitó a comprometer sus invocaciones al Señor, sino que agregó una promesa: "Pido y pediré a otros que lo hagan".  
 
Finalmente, la instó a compartir el "secreto" con su marido. Wanda obedeció. Habló de ello con Andrzej, quien estalló en lágrimas. Luego fue a hablar con el cirujano, con quien también fijó la fecha de la cirugía. Dos días antes de ser ingresada en el hospital el sábado 17, se sometió a más exámenes. 
 
El mismo día, el obispo auxiliar de Cracovia, Mons. Karol Wojtyla, cumplió su promesa. Escribió una carta al Padre Pío, después de encontrar la manera de que se le entregara, en la que le pedía "dirigir una oración por una madre de cuatro hijas, de cuarenta años, de Cracovia en Polonia (quien durante la última guerra padeció en un campo de concentración en Alemania), ahora en grave peligro de salud y la vida misma debido al cáncer: para que Dios por la intercesión de la Santísima Virgen, muestre su misericordia a ella y su familia".  
 
Mons. Wojtyla confió esas pocas líneas a su antiguo compañero de seminario, Mons. Andrzej Maria Deskur, en servicio en la Santa Sede, quien las envió al destinatario a través del comendador Angelo Battisti, mecanógrafo del Santo Oficio y, al mismo tiempo, administrador de la Casa Sollievo della Sofferenza (en San Giovanni Rotondo). Al día siguiente, la carta llegó a manos del estigmatizado capuchino quien solo comentó: "A esto no se puede decir que no”. Luego le rogó a Battisti "que asegurara rezaría mucho por esta madre". 

 
El 22 de noviembre, poco antes de entrar en el quirófano, Wanda se sometió a su última rectoscopia, que, a diferencia de las anteriores, no le supuso ningún dolor. Pronto ese fenómeno tuvo una explicación: "La ulceración ha desaparecido. sólo queda una mucosa ligeramente enrojecida. No habrá cirugía, el deterioro ha desaparecido", le informaron los médicos. La paciente permaneció asombrada e incrédula, pero tuvo que rendirse ante la confirmación que venía de su cuerpo, pues incluso las punzadas, que la atormentaban por semanas, se habían ido. 
Andrzej envió rápidamente un telegrama a Roma para comunicar la inesperada evolución a monseñor Wojtyla que, en una pausa de la Concilio, el 28 de noviembre, tomando bolígrafo y papel en mano escribió una segunda carta al Capuchino de San Giovanni Rotondo: "Venerable Padre, la mujer de Cracovia en Polonia, madre de cuatro hijas, el día 21 de noviembre, antes de la cirugía, recuperó instantáneamente su salud gracias a Dios y también a Ti, Venerable Padre. Le doy las mayores gracias en su nombre, a nombre de su marido y toda la familia". 
La mujer, mientras tanto, no tenía el coraje de decir, incluso a ella misma, "esto es un milagro". De hecho, luchaba para alejar tal pensamiento, pues le daba miedo. Tenía "miedo de la omnipotencia divina y las consecuencias del amor de Dios", decía. Andrzej, por su parte, estaba contento y no logrando entender los sentimientos de su esposa le decía: "Regocíjate". Pero ella replicaba: "No puedo alegrarme, no soy lo suficientemente madura para aceptar el milagro. Tengo miedo. Temo sentir avidez del amor de Dios". 
También en esta situación llegaría desde lejos su amigo obispo al rescate. Como si a 1.500 kilómetros de distancia pudiere sentir el estado mental de Wanda el 26 de noviembre le escribió: "Tienes que buscar de alguna manera poner esta gracia en el orden de la vida, descubriendo lentamente más y más, profundizando en su significado para toda tu vida y vocación"  
 

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