El privilegio de la sencillez y los ronquidos de la Juana

08 de diciembre de 2018

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Como párroco de mis tres pueblos he recibido del Señor la gracia de poder vivir la fe y ejercer mi sacerdocio en medio de la debilidad de este mundo.

Esta mañana me he sentido muy sacerdote, especialmente sacerdote. Misa en la residencia de ancianos de Buitrago en la que he administrado el sacramento de la unción de enfermos a cincuenta residentes. Emociona acercarte a cada uno de ellos, ungir su frente y ver cómo extienden las manos para ser ungidas a continuación. Sacerdote que se acerca al débil por los años y la pesadez de los achaques, sacerdote que conforta, anima, unge y con la unción regala el perdón de Dios y la fuerza que permite afrontar el deterioro y el final si así Dios lo quiere.

Con los ancianos de la residencia tengo mi propio contrato, debe ser que últimamente me estoy volviendo interesado. Les he dicho que celebraré la eucaristía con ellos una vez por semana con la condición de que ofrezcan sus dolores y achaques por las religiosas que me acompañan y por mi ministerio sacerdotal. Soy un privilegiado. Mi fuerza se apoya en su debilidad que, colocada en la cruz con Jesús, se convierte en vida que salta hasta la eternidad.

Cosas que hacer durante el día. No he parado, gracias a Dios. Un grupo que está pasando unos días de encuentro y oración en la casa parroquial me pidió charlar un rato y confesiones. Bendito sea Dios. Ahí estuve.

Y de nuevo la grandeza del sacerdocio por la tarde, en Gascones, uno de mis pueblos. Exposición del Santísimo y rosario que hemos rezado Antonio y yo. Después la misa, a la que se incorporó una feligresa. Misa de víspera ya de la Inmaculada. No he podido por menos de decirles que estábamos celebrando nuestra peculiar vigilia de la Inmaculada. Los tres. Unidos a la sencillez de María, al misterio del portal del nacimiento recién colocado, a la soledad de la cruz, contemplando el misterio de Cristo entregado en sacrificio por nosotros, convertido en pan y vino para nuestra salvación. Misa solemne, cantada, porque les decía que no cantamos para entretenernos ni para hacer la misa más amena, sino para dar gloria a Dios.

Sencillez y humildad de la vida de un cura de pueblo que entiende una gracia de Dios el vivir hoy el sacerdocio en la nada, humanamente hablando. Qué grande está siendo Dios conmigo en esta hora.

Y sencillez llena de buen humor, que es fruto de la naturalidad de las cosas. Esta mañana, mientras se proclamaban las lecturas y predicaba la homilía, he observado que una buena mujer se iba quedando dormida y que las compañeras le andaban arreando unos codazos que daban miedo para que se despertara.

-          Dejad que duerma, les digo, que no pasa nada
-          Pero es que ronca y no nos deja escuchar a las demás…


Qué buen día he pasado. Bendito sea Dios.
 
 

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