Esperanza y esperanzas

20 de agosto de 2021

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“A nadie se le ofrece la medicina […] si antes no reconoce su propio defecto”
 
Tomar conciencia y reconocer cuál es el "brillo" propio de la esperanza, puede ser una importante vivencia cotidiana.
 
Esperamos aquello de lo que tenemos alguna garantía o confianza de poderlo conseguir, aunque sea difícil, y caemos en la desesperanza si no es así. Unas veces confiamos en nosotros y otras en un tercero. También ponemos nuestra esperanza en potenciales hallazgos del conocimiento o en remedios, y no siempre con resultados satisfactorios. Porque no todo podemos conseguirlo con los medios a nuestro alcance, presentes o a futuro. Y esto puede provocar dos reacciones: que nos desesperemos o bien busquemos nuevas razones para seguir esperando. Claramente hay cosas a nuestro alcance, como ahorrar para pagar una deuda o adquirir algo que necesitamos, pero hay otras que no logramos controlar en su complejidad o porque escapan de nuestras manos.
 
Creo que la experiencia de la pandemia desafía nuestra esperanza. Buscamos los medios humanos a nuestro alcance, pero como no lo controlamos todo, surgen temores, vivimos inseguros y nuestra esperanza se torna débil. Esta vivencia se puede extrapolar al motivo de la esperanza más profunda, que es la salvación y la cuestión de la vida eterna. Este es el punto en que creo surge el mejor brillo de esta actitud - virtud. Pues, en efecto, si humanamente no hay respuestas definitivas ante la muerte o la injusticia, sí las hay, en cambio y de manera radical, por la donación gratuita de la Palabra de Dios hecha carne, Jesucristo. Ello, en la medida en que se lo acepta.
 
Condición necesaria de esa aceptación es reconocer nuestra necesidad de trascendencia; como el enfermo que recibe el tratamiento y la medicina del médico sólo en la medida en que reconoce su enfermedad y la necesidad de curación. Reconocer así nuestra condición nos despierta a la humildad, que contrarresta -superándola- la presunción de creer que nuestros medios humanos nos permitirían saber y hacerlo todo. No es así. Ni la ciencia humana lo explica todo, ni el poder humano lo puede todo. Esto pone de manifiesto que no bastan los tremendos avances y adelantos de la humanidad; que la esperanza basada en el ser humano es limitada y necesita de una esperanza mayor, que escape a esos límites, porque está más allá de ellos.  
 
A esto mismo apuntó un hombre que conoció los límites humanos, pero no se quedó en ellos, y por eso se fio totalmente de Dios afrontando con esperanza la enfermedad, las injusticias, el mal en general y la muerte: Tomás de Aquino, el santo que unió fe y razón, tanto en su vida como su obra. “Y así fue preciso que finalmente se diese al hombre que no presumía de ciencia ni de poder un auxilio eficaz contra el pecado por la Encarnación de Cristo, a saber, la gracia de Cristo que le instruyera en las cosas dudosas, para que no fallase el conocer, y le fortaleciera contra el asalto de las tentaciones, para que no cayese por flaqueza” (Suma contra Gentiles, IV, cap. 55).
 
En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios; el Dios que nos amó y que sigue amándonos «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida»” (Spes salvi, nn. 26 y 27). 
 
Necesitamos esta conversión a la esperanza sobrenatural. Sólo el enfermo que se reconoce como tal, puede recibir la medicina del médico. La presunción orgullosa que cree saber y solucionarlo todo, nos encierra en nosotros mismos y se cierra a la medicina, en este caso divina, que es la gracia.
 
Al respecto de esta reflexión: con el desafío de revitalizar y reconocer el brillo de esa esperanza que todo lo espera en Dios, llega a nosotros el XVII Congreso de Católicos y Vida Pública -“La esperanza en Cristo, en y tras la pandemia”- los días 1 y 2 de septiembre, en transmisión on line (info aquí). Los testimonios de diversas personas en torno a la esperanza nos ayudarán a reconocer ese brillo del amor que a diario nos regala Dios.
 
 

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