Evitó que profanaran una imagen de la Virgen María gracias a la ternura del Arcángel San Miguel

01 de diciembre de 2017

Michel se mordió los labios y temió revelar sus convicciones a aquel desconocido. Si fuera uno de los revolucionarios, una afirmación imprudente podría costarle la vida…

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El año de 1777 transcurría apacible en Bouzillé, pequeña aldea en los dominios de los Señores de Bonchamps. Michel Pajot, quien era sólo de 6 años, vivía allí con su familia -católicos fervorosos-, en una casa sencilla y acogedora.
 
En su dormitorio el único adorno era una bonita pintura, regalo de la Señora de Bonchamps a su abuela. Representaba a un niño cruzando un puente carcomido por el tiempo, quien ponía un pie en una grieta de madera, exponiéndose a caer en un río de tan fuerte corriente que su alborotada espuma lo cubría de orilla a orilla. Un Ángel sonriente y alerta se encontraba al lado del niño, listo para salvar a su joven protegido del desastre.
 
Olvidando a su Arcángel guardián
 
La madre de Michel, le había enseñado la tradicional oración a su fiel amigo y guía: “Ángel de Dios, mi querido guardián…”. Ella le había asegurado que San Miguel Arcángel era su patrono, de quien había tomado el nombre y que ella lo había consagrado a este Arcángel desde su nacimiento. Cada noche, antes de acostarse, el niño se arrodillaba y repetía la oración. Con el paso de los años, al crecer Michel, la pintura fue retirada de su habitación pues ya no era un niño. Después de que la sacaron, el chico olvidaba con frecuencia rezar al Ángel y rápidamente la presencia de su protector le pareció parte de los recuerdos de infancia.
 
Cuando cumplió 21 años, la impiedad y la persecución implacable se extendieron por toda Francia, y ni siquiera la pequeña aldea de Bouzillé se salvó. La campana de la iglesia ya no doblaba, los niños ya no iban a la sacristía para recibir instrucción religiosa, y hasta tenían miedo de jugar en las calles. Después de sufrir muchas humillaciones, el anciano y amable sacerdote de la iglesia parroquial fue finalmente detenido por los jacobinos y expulsado del pueblo.

Un extraño que pide abrigo

Un domingo por la mañana, deprimido por no poder asistir a misa en la iglesia parroquial, que los revolucionarios habían convertido en un almacén, Michel salió de su casa para recoger unas patatas para la cena.  Cuando regresaba del jardín, una voz desconocida lo llamó:  «¡Joven!» Se giró y vio a un hombre de mediana edad. Vestía de campesino, pero su acento era diferente al de la gente del campo que conocía... «Estoy viajando por estas partes. He caminado toda la noche, y necesito descansar un poco. ¿Me abrirías tu puerta?"» No era una petición ordinaria, especialmente dadas las circunstancias. ¿Cómo podía un extraño esperar encontrar hospitalidad en tiempos de terror? Así que Michel le preguntó al hombre: «¿Quién eres tú, y de dónde vienes?»
«Soy Pierre y soy de Nantes», respondió el desconocido.
«¿Y cómo están las cosas por ahí?»
«Tiempos tristes y cielos nublados...»

Michel comprendió que el desconocido hablaba en términos figurativos. Por su forma de hablar, parecía no ser uno de los revolucionarios traidores. ¿Podría ser un hombre de Fe? En el mismo tono contestó: «Así es, amigo mío, aquí en Bouzillé, los cielos son 'prometedores de lluvia', aunque todavía no se han nublado por completo. ¿Qué te parece si buscamos refugio en la casa?»
 
Entró Michel con Pierre, que observó un pequeño trozo de papel a los pies de una estatua de la Santísima Virgen, sobre el que estaba escrito con letra casi infantil:"Dieu et le roi - Dios y el rey"… Eran las intenciones de las oraciones familiares: la gloria de Dios y la liberación del monarca francés, que acababa de ser tomado prisionero por la revolución. Asintiendo hacia el pequeño altar, dijo el inusual visitante: «Veo que tu familia es muy católica, ¿eh?»

Michel se mordió el labio y se preguntó si podría revelar sus creencias al desconocido. Parecía ser una buena persona, pero los jacobinos podrían haberle enviado... ¡una palabra descuidada podría costarle la vida!
 
«No te preocupes», continuó Pierre, «hoy, si quieres, podrás asistir a la Santa Misa. ¿Serías tan amable de traerme un poco de vino y pan?»

Michel se quedó boquiabierto de asombro. ¿Quién era este hombre que prometía una misa si el párroco había sido arrestado? De hecho, se rumoreaba que lo habían llevado a bordo de uno de los asquerosos barcos galera a La Rochelle.
 
Viendo la vacilación de Michel, el viajero abrió su mochila y sacó lo necesario para el Santo Sacrificio: un pequeño cáliz dorado y una patena y una variedad de otros objetos litúrgicos necesarios; todos muy simples pero impecablemente limpios: una estola bordada con cruces y una casulla cuidadosamente doblada. Michel no necesitaba más explicaciones. Llamó a sus padres y todos asistieron piadosamente a la Misa de ese misterioso sacerdote fugitivo.
 
El misterio revelado
 
Cuando llegó el momento de dar la homilía el Padre Pierre, se dirigió directamente al joven: «Michel, no creas que vine a esta casa por casualidad. Viajaba hacia Marsella, cuando un joven extraordinario se puso a mi lado. Sus palabras me cautivaron y aunque parecía una cosa arriesgada de hacer, inmediatamente actué en respuesta a su petición de cambiar mi rumbo y vine aquí para celebrar la Misa. Dijo que se llamaba Michael y que era un amigo muy cercano de tu familia».
 
Las brasas de la devoción infantil se encendieron en el corazón de Michel. Había dejado que el recuerdo de su santo protector se desvaneciera con el tiempo, pero el gran Arcángel San Miguel nunca lo había dejado. Lloró de emoción al oír las palabras del sacerdote y recibió con devoción la Sagrada Eucaristía. Después de la celebración, hizo una larga confesión, acusándose de su frialdad e ingratitud. Al día siguiente se despidió del sacerdote llorando.
 
Socorrido en la hora de su muerte
 
Unos meses después, los "cielos se nublaron" también en Bouzillé... Algunos de los jóvenes más valientes huyeron de la aldea para evitar ser reclutados por la milicia revolucionaria; otros, los menos valientes, renunciaron a la religión de sus antepasados como precio a pagar por quedarse en la aldea.
 
Michel se quedó en su pueblo natal, pero no renunció a la Fe. Lleno de confianza en la ayuda de su protector angelical, no temía ningún mal. Y cuando llegó una horda de despiadados jacobinos, empeñados en profanar la estatua de la Santísima Virgen que todavía era venerada en la iglesia por algunos de los aldeanos más valientes, luchó como un león hasta la muerte para defenderla. Gracias a su heroica resistencia, algunas piadosas mujeres lograron guardarla en un escondite cercano.
 
Y en Bouzillé dicen que cuando recibió su golpe de muerte, Michel cayó pacíficamente, haciendo el solemne Signo de la Cruz. A su lado, algunas personas vieron a un joven rodeado de luz que lo sostuvo suavemente y mientras Michel respiraba el último suspiro, se elevó con su hermosa alma al cielo.
 

Fuente: newinsightsmultimedia.com

 

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