Juana de Arco, la heroica santa que luchó hasta el martirio por llevar a su pueblo a Cristo

29 de mayo de 2020

La espada que portaba -relata la tradición- fue fraguada con cinco cruces, por las cinco heridas de Cristo. Ella la prefirió a otra que le había ofrecido el rey Carlos VII. Todo un símbolo para mostrar que su misión le vino de Dios y no de los hombres.

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La heroica figura de este relato, a semejanza del rey David, con apenas ocho años creció como una humilde pastora que solía llevar su rebaño de ovejas a orillas del río Mosa, cerca de la aldea Domrémy (Francia), su lugar de nacimiento. Pero la serena belleza de este paisaje no aleja el dolor que en su alma alberga esta niña por tanto sufrimiento que está causando al pueblo de Francia la llamada “Guerra de los Cien Años”.
 
El encuentro con Dios y su total abandono en la providencia divina la convertirá de humilde pastora en factor estratégico para el cambio de la historia y más aún, en todo ese proceso alcanzará la santidad. “Yo no tengo miedo, nací para esto”, dirá ella misma, según señalan sus biógrafos.
 
Esa niña es Jeanne d'Arc (Juana de Arco), la joven Doncella de Orléans proclamada santa por la Iglesia tras ser reconocida mártir de la fe (1920) 500 años después de su muerte y también elogiada como heroína por el estado laico, sin distingos. De hecho, hasta hoy los políticos conservadores veneran a la Doncella de Orleáns por su lealtad al rey y su devoción a Francia; mientras que los comunistas y socialistas respetan el valor revolucionario de la mujer del pueblo, que afirmó persistentemente su misión frente al poder secular y eclesiástico. La cuestión de si debía colocarse políticamente a la derecha o a la izquierda fue una vez repelida acertadamente por el ex presidente de Francia Jacques Chirac: “Jeanne pertenece a todos los franceses, el odio y el desprecio no son sus banderas”.


 
Dado su sentido de obediencia incondicional a la voluntad de Dios, Juana de Arco ha sido calificada por la iglesia e historiadores como un modelo de fidelidad. En efecto, el testimonio de esta joven -injustamente acusada de herejía y condenada por un tribunal eclesiástico a morir en la hoguera, en 1431-, habría de inspirar a mujeres tan diversas como Santa Teresa de Lisieux y la estrella luterana evangélica de Hollywood Ingrid Bergman, quien invirtió fortuna privada en la adaptación cinematográfica de la vida de Juana de Arco.
 
Aunque la imagen de la heroína nacional leal al rey, que también comprende la voluntad de Dios en las voces interiores de los santos y del arcángel Miguel, pueda parecer extraña a algunas personas hoy en día, la Doncella de Orleáns sigue siendo un referente.
 
En efecto, no solo las virtudes heroicas de su martirio permitieron a la Iglesia declararla santa, sino también “las muchas gracias, tanto espirituales como materiales, concedidas por Dios a través de su obra, y prodigiosas curaciones, que son descritas con todos los detalles en sus respectivos procesos”, dirá el Papa Benedicto XV en la Bula Divina Disponente que decreta su canonización, cuya fiesta y martirologio celebra la iglesia cada 30 de mayo. 
 
Al respecto son tres los milagros mediados por Santa Juana de Arco que la citada Bula papal reconoce como probados: “la curación instantánea y perfecta de la hermana Teresa de San Agustín de una úlcera estomacal crónica; el segundo: la hermana Julia Gauthier de San Norbert de una úlcera herética fúngica en el seno izquierdo; el tercero: la curación instantánea y perfecta de la hermana Joan Mary Sagnier de una osteo-periostitis tuberculosa crónica”.
 
(Hasta el 30 de marzo H & M Televisión tiene disponible el documental «La Pasión de Santa Juana de Arco» que puedes ver pulsando aquí)
 
 
Santa Juana de Arco, ejemplo para tiempos de prueba


 
Para tiempos difíciles, de dolor e incertidumbre, como el actual debido a la pandemia del Covid-19, a la potencial crisis económica, la crisis social, la que genera la violencia, la debida a un rechazo de Dios en muchas almas, es una luz el testimonio de santa Juana de Arco.
 
Esta notable mujer desplegaría heroísmo y santidad, remeciendo las bases mismas de Francia y Europa, durante la fase final de la Guerra de los Cien Años. Recordemos que este fue un conflicto armado entre los reinos de Francia e Inglaterra extendido desde el 24 de mayo de 1337 hasta el 19 de octubre de 1453. Una barbarie, 116 años de conflicto bélico. Al origen de esta guerra, de raíz feudal, estaba el definir quién controlaría las tierras adicionales que los monarcas ingleses habían acumulado desde 1154 en territorios franceses, tras el ascenso al trono de Inglaterra de Enrique II Plantagenet, conde de Anjou.
 
En este complejo contexto político y social en que se desenvolvía Francia, aparece nuestra humilde campesina, sin formación, afirmando que ella había recibido la misión divina de salvar a Francia, devolver el Reino de Francia a su verdadero Rey y Señor, Jesucristo.
 
Tenía trece años cuando dijo haber oído la llamada de Dios. Posteriormente confesó haber visto a san Miguel Arcángel y a las primeras mártires, santa Catalina de Alejandría y santa Margarita, cuyas voces -locuciones interiores- la acompañarían durante el resto de su vida, y quienes la instruyeron para que ayudara a Carlos VII de Francia, a liberar su territorio de la dominación inglesa en el período final de la Guerra de los Cien Años.


 
Carlos VII, que aún no había sido coronado, pidió a Juana de Arco asediar Orléans con un ejército de colaboración. La doncella, sin formación militar, comandó a diez mil hombres bajo un particular estandarte que tenía bordada la frase: “Jesús y María”. En esta misión, nuestra santa obtuvo un gran reconocimiento, pues el asedio fue levantado tan solo en nueve días gracias a las indicaciones y directrices de la Doncella de Orléans, quien siguió al pie de la letra las indicaciones de las voces interiores que siempre la acompañaron. Otras rápidas victorias permitieron que Carlos VII fuera coronado rey de Francia en Reims. Todo lo anterior levantó la moral de Francia y preparó el camino para su victoria.
 
Hay un hecho notable y poco conocido en la vida de santa Juana de Arco el cual ratifica su voluntad por devolver Francia a Jesucristo. Coronado Carlos VII como Rey, Santa Juana de Arco hace llamar a los notarios y secretarios de Francia frente al mismo Rey, en donde hará una promesa, registrada por escrito, al ser uno de los actos más importantes de su misión:
 
Dice la Doncella de Orléans: “Su majestad le voy a pedir algo, ¿está dispuesto a dármelo?”. El Rey sabiendo cuánto había hecho por él, todas las batallas que había ganado para Francia y reconociendo que gracias a ella había sido incluso coronado Rey, le dice: “Sí, estoy dispuesto, qué quieres”. Le responde Santa Juana de Arco: “Gentil Rey, quisiera tener vuestro palacio y vuestro Reino”. Contesta el Rey: “Os doy mi Reino”. “Anotad”, le replica la santa: «El Rey Carlos VII dona su Reino a Juana. Juana dona a su vez Francia a Jesucristo» y prosigue añadiendo: «Señores nuestros, ahora es el mismo Jesucristo quien habla: Yo Señor Eterno se la doy al Rey Carlos». 
 
Al tenor del anterior texto podemos señalar con toda propiedad que la Doncella de Orléans fue Reina de Francia por unos segundos, y para un único acto soberano: Devolver Francia a Jesucristo.


 
Es aquí donde se encuentra el aporte espiritual de Santa Juana de Arco para estos tiempos. Su testimonio moviliza a lograr que las personas y los países vuelvan su mirada a Jesucristo, lo reconozcan como el Señor de la historia, acojan su Palabra como la roca fundante de la sociedad, de la familia, de cada individuo.
 
En su vida santa Juana de Arco destaca por su fortaleza frente a la dificultad, cumpliendo la voluntad de Dios sin flaquear ante la guerra, las traiciones, ni siquiera en el momento de su muerte frente a la hoguera. Un ejemplo que incentiva para pedir al Espíritu Santo el don de fortaleza.
 
Un 23 de mayo de 1430 Dios permitió que fuese capturada en Compiegne por la facción borgoñona, un grupo de nobles franceses aliados con los ingleses. El Rey Carlos VII no hizo nada para salvarla. La entregaron a los ingleses y fue procesada por el obispo Pierre Cauchon quien injustamente declaró era culpable de herejía. Muere en la hoguera en Rouen el 30 de mayo de 1431. Tenía alrededor de 19 años de edad y mientras agonizaba gritó varias veces con fuerza: “¡Jesús!”, el nombre que siempre llevó en sus labios y en su corazón.  En 1456 un tribunal inquisitorial autorizado por el papa Calixto III examinó su juicio, desmintió los cargos en su contra y la declaró inocente.


 
La figura de Santa Juana de Arco -canonizada 500 años después de su martirio en la Basílica de San Pedro por el Papa Benedicto XV en el año 1920- nos enseña una vez más que el único Señor de la historia es Dios, nuestro padre. Al igual que Juana de Arco, podemos alcanzar la santidad siendo fieles hijas e hijos, discípulos de Cristo, el Hijo de Dios, hasta dar la vida como Él, si fuere necesario.




 

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