Su matrimonio era un infierno

La conversión de una esposa que deseaba asesinar a su marido

04 de marzo de 2016

La violencia, la adicción, la rabia, la decisión de matar, la seducción del mal, son vencidas en esta historia apasionante sólo cuando su protagonista logra mirar al agresor con misericordia. Desde ese instante vivió sostenida por Dios desde el rosario y la Eucaristía.

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Ann Ellison nació en Montgomery,  capital del Estado de Alabama, al sur de los Estados Unidos, en el seno de una familia católica. Fue la octava de nueve hermanos que vivieron -dice- una infancia sana, feliz.
 
Su madre no sólo formó en la fe a todos sus hijos, sino que ella misma era muy devota de la Santísima Virgen de Fátima. Para mayor valoración de ese vínculo espiritual, Ann recuerda que su mamá “falleció un 13 de octubre” (última aparición).
 
Ann tenía apenas veinte años cuando se casó, segura de que en su matrimonio continuaría viviendo con paz y bienestar. Pero su esposo, quien siempre le había parecido el joven ideal, “el hombre perfecto”, ocultaba un trastorno que se expresaría en conductas violentas y alcoholismo. “Llevábamos apenas dos semanas casados cuando él me empezó a pegar. (…) Progresivamente fue a peor. Él era alcohólico y eso trajo mucha violencia a nuestro hogar”.
 
La relación se convirtió en un infierno y esto generó en Ann un profundo resentimiento contra Dios. Su descontento, su rabia,  la expresó abandonando por casi veinte años toda práctica religiosa. “Me amargué y, en un cierto sentido, le eché la culpa a Dios”.
 
Una fe que no toca el corazón
 
En esas dos décadas nacieron y crecieron los hijos, pero las dificultades permanecían y Ann recuerda que odiaba cada vez con mayor intensidad a su marido. Era su madre quien la contenía recordándole el carácter sagrado del vínculo que libremente había tomado. “…has hecho un voto a Dios para lo bueno y para lo malo”, le recordaba.
 
Buscando  entonces redes de apoyo para llevar su cruz, regresó a la iglesia y aunque su conversión aún no se hacía explícita, comenzó a participar con regularidad en un grupo que rezaban juntos el rosario. Pero en lo profundo de su alma esta mujer no se abría a perdonar. Aferrada a su rabia y resentimientos no podía ponerse en las manos de Dios…
 
En aquél tiempo Ann y su esposo trabajaban en el Kennedy Space Center, en Florida. Estaban bien calificados. Pero él, seducido por la espiral del alcohol, terminó abandonando su trabajo. Ya no sólo era entonces sobrellevar su alcoholismo y arrebatos de violencia; ahora Ann debía proveer sola a todas las necesidades de su familia, incluidas las de su esposo agresor. “Estaba al límite de mis fuerzas”, reconoce.
 
La tentación del enemigo de Dios
 
Un día en que iba camino a rezar el rosario para luego recibir a Jesús en la Eucaristía, estando algo distraída, la asaltó aquél pensamiento de oscura seducción… La solución al infierno que vivía –pensó- era: “asesinar a mi marido”. Al poco tiempo falleció la madre de Ann y un mes después ella decidió botar de casa a su esposo. “Le dije: «Vete». Le di un coche, dinero y le dije: «Por favor no vuelvas. Déjanos vivir en paz». Pero él seguía viniendo. No vivía con nosotros pero venía de vez en cuando, siempre borracho como una cuba”.
 
Era una mañana de sábado. Ann estaba sola en casa cuando escuchó el coche de su esposo, aparcando en el garaje, y su paso tambaleante en dirección a la puerta: “Cuando le vi fuera de casa me dije: Esta es la gota que colmó el vaso. Le voy a matar hoy mismo, porque no puedo aguantar esto por más tiempo. Subí a mi habitación donde teníamos una pistola calibre 22 en el armario. Busqué y busqué pero no estaba allí”.
 
Providencialmente, uno de sus hijos había cambiado la pistola de sitio. Ann, aún llena de rabia, bajó la escalera para enfrentar a su marido. Pero en ese momento ocurriría en ella una radical transformación que daría inicio a su conversión y a la de su esposo…
 
 “Cogí el manillar de la puerta y la abrí violentamente, con todas mis fuerzas. Todo pasó en apenas tres segundos, no más, porque él ni siquiera tuvo tiempo para decir «hola» o algo, antes que todo esto me pasase. En cuanto abrí esa puerta, no vi a un borracho ahí de pie, vi un hombre con una enfermedad. Me di cuenta de que él tenía una enfermedad. Fue como si me viniera un rayo de luz y vi todo lo que había hecho yo y como estaba colaborando para mantenerle en ese estado. Yo vi todos los gritos, todo el rechazo, toda la falta de amor en mi matrimonio. Vi todo esto y a la vez, lo que una mujer tenía que ser verdaderamente: tenía que haber sido esposa y madre. Todo eso me vino en ese momento, en esos pocos segundos. Todo lo que pude decir fue: «¡Oh, Mickey!, lo siento, perdóname, perdóname». Lo abracé”.
 
La misericordia de Dios
 
Ann explica que el cambio ocurrió en ella. Se sintió conmovida, llena de amor, de misericordia por su esposo: “Estaba llena de un amor con el que nunca había amado en toda mi vida. Desde que abrí esa puerta, empecé a ponerle en el Corazón Inmaculado de la Virgen y dije: «Mamá, yo no puedo hacer nada por él»”.
 
Comenzó a rezar el rosario por él todos los días; fue a Misa por él, sobrellevó todo confiada en Dios. Tres años después el alcoholismo cobraría la vida de su esposo. Pero Mickey finalmente se entregaría a Dios al borde de la muerte. “Él estaba en coma, no le habíamos oído decir nada en mucho tiempo. Pero cuando el sacerdote dijo: «Mickey, ¿aceptas a Jesús?» Mickey respondió con un: «Ahhh». Entonces yo supe que le estaba aceptando y tuve la certeza de que Nuestra Madre trabajaba en él”.
 
Confiados al Inmaculado Corazón de María
 
Ann tuvo la certeza interior de que su esposo se había salvado, y de que su misión en esta tierra había sido colaborar -con su sacrificio- a su salvación: “Sabía que la Virgen había salvado su alma. A lo mejor estaba en lo más profundo del purgatorio, pero sabía que no estaba en el infierno y sabía que Ella había salvado su alma. (…) Y de lo que me di cuenta es que si yo no me hubiera casado con él, a lo mejor su alma no se habría salvado. El Señor estaba contento y yo también estoy contenta, no me importa el sacrificio que me ha costado”.
 
Al finalizar su testimonio que ha sido registrado para el programa de televisión “Cambio de Agujas” de HM Televisión (Fundación Eukmamie del Hogar de la Madre, España), Ann insiste en la importancia de la oración: “Si ves que estás en una situación así, como esta que viví yo, reza, entrégate a Dios, a la Virgen, dale esa persona a la Virgen. Si un marido tiene una mujer que es alcohólica, que le dé su mujer al Inmaculado Corazón de María, y verá cómo la Virgen trabaja. Hace cosas maravillosas. Y es el camino para que tú tengas más paz”.

 

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