La espiritualidad del exorcista. Los Sacramentos

26 de septiembre de 2014

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Uno de los sacramentos que más se descuidan hoy entre nosotros los sacerdotes es la confesión frecuente. Pensamos —y creo que en general así sea—, no vivimos en pecado mortal. Pero para quien va a guerrear contra el príncipe de las tinieblas, su alma debe estar en condiciones de resistir el embate.

Recordemos las palabras de Pablo: “El salario del pecado es la muerte” (Rom 6, 23), y no se refiere sólo al pecado mortal, sino a todo pecado. Recordemos que todo pecado, como nos lo dice san Juan, procede del demonio. Por ello no podemos compartir nada con él; no podemos permitir en nosotros sombras y mucho menos oscuridad. Esto dificultará todo nuestro ministerio.

El exorcista debe confesarse idealmente, al menos, una vez a la semana. Sabemos que para nosotros, quien no tiene vicario y una vida agitada en la parroquia, esto puede ser difícil, sin embargo, no debe pasar un mes sin acudir al hermano sacerdote para, con humildad, confesarnos de nuestras pequeñas faltas.

Yo acostumbro confesarme, al menos, una vez al mes, y cuando tengo un caso más serio, en esa misma semana antes del exorcismo.

En el sacramento nos sentimos pobres, necesitados de Dios; sale a flote nuestra miseria, y Dios muestra su fuerza en nuestra debilidad, como lo dice el apóstol (2 Cor 12, 9), por eso nos gloriamos de nuestras debilidades, pues permitirá a Dios actuar con gran poder a través de nosotros.


 

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