La Eucaristía entre naturaleza y gracia

23 de julio de 2021

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Evangelio del domingo 25 de julio. Juan 6,1-15.
 

Con este domingo, la liturgia interrumpe la lectura del Evangelio de Marcos e inserta un largo pasaje del Evangelio de Juan, precisamente el famoso capítulo 6, que contiene el relato de la multiplicación de los panes y el discurso eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Todo esto tiene un motivo práctico: el Evangelio de Marcos, por ser el más breve de todos, no alcanza a cubrir todo el año litúrgico y debido a ello es integrado con el cuarto Evangelio, que no se lee en un año en particular. 

Aparentemente, el Evangelio de hoy de la multiplicación de los panes no dice nada acerca de la Eucaristía; sin embargo, constituye la premisa para entender todo el resto. Es bien sabido: Juan vincula la Eucaristía con el episodio de la multiplicación de los panes, como los otros evangelistas la vinculan con la última Cena y la muerte de Jesús. Y no hay contradicción entre ellos; simplemente, uno ve la Eucaristía a partir del signo (el pan), los otros, a partir del hecho significado. Sin embargo, todos se basan en la historia, porque es siempre el mismo Jesús quien prometió, o mejor explicó, la Eucaristía en Cafarnaúm, y la instituyó en la última Cena. Por otra parte, estas diversas teologías eucarísticas de Juan y de los Sinópticos terminan por encontrarse en la contemplación del Cordero inmolado en la cruz, que constituye la realidad última de todos los signos, incluido el de la última cena.

¿Qué quiere decirnos el Evangelio cuando nos introduce en la comprensión de la Eucaristía mediante el episodio de la multiplicación de los panes? Que la gracia supone la naturaleza, que la redención no anula la creación, sino que construye sobre ella. En otras palabras, quiere decirnos que en la Eucaristía hay una continuidad y una armonía maravillosa entre la realidad material y la gracia espiritual (…) 

Hemos sido acostumbrados a explicar la Eucaristía con la palabra transubstanciación. ¿Pero qué significa transubstanciación? Por cierto, no que el signo del pan y del vino desaparecen del todo, que terminan para dar lugar al cuerpo y a la sangre de Cristo. Los sacramentos -se dice- obran en cuanto significan (significando causan); por eso, si el signo se anula del todo, se anula también el sacramento; si el signo es sólo ficticio (un accidente), el sacramento corre peligro de basarse en una ficción (docetismo eucarístico), lo cual es contrario al estilo realista de Dios, expresado por la Encarnación.

Por lo tanto, el signo permanece; (…) Permanece, pero es elevado (como siempre la gracia eleva a la naturaleza); en cierto sentido, puede decirse que es transformado, ¿De qué es signo el pan (así puede hablarse también del vino) antes de la consagración? Es signo de la fecundidad de la tierra, del trabajo del hombre, de los cuidados a cargo del padre de familia, de la alimentación, de la unidad entre quienes lo comen juntos. ¿De qué es signo el pan después de la consagración? Del sacrificio de Jesús, de su ilimitado amor por el hombre alimento espiritual, de la unidad del cuerpo de Cristo.

Estos significados constituyen, respectivamente, la «realidad» del pan y de la Eucaristía (…).

Los significados espirituales (amor de Cristo, participación en su muerte unidad de la Iglesia) forman parte, por lo tanto, de la «realidad» de la Eucaristía. ¡Forman parte, pero no la agotan! En el misterio eucarístico tiene lugar algo más profundo e insondable que sólo la fe puede captar. En él, por las palabras de la institución y el poder del Espíritu Santo, es el mismo hecho originario de la muerte-resurrección de Cristo el que se hace presente «personalmente» es decir, en la persona de quien realizó este hecho: Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. En otras palabras, aquí la naturaleza no recibe solamente a la gracia (como hace el agua del Bautismo), sino al Autor mismo de la gracia. Todo el significado simbólico y espiritual de la eucaristía se apoya en esta base segura; aún más, se desprende de ella como de su fuego.

El encuentro entre Eucaristía y vida debe ser vuelto a buscar en ambas direcciones. Si por un lado la Eucaristía debe acercarse a la vida, por el otro, la vida debe tender hacia la Eucaristía; en otras palabras, la comida cotidiana que hacemos cotidianamente en familia o en comunidad, debe ser de alguna manera un gesto religioso que prepara para la Eucaristía.

Por supuesto, no prepara para la Eucaristía la costumbre -cada vez más difundida en las casas de hoy- de comer cada uno en un horario distinto, sacando de la heladera lo que se necesita e ignorando a los demás; de comer en «mesas separadas» o con los ojos pegados todo el tiempo al televisor. A veces, la vida moderna hace inevitable todo esto; sería necesario, sin embargo, no dejarse arrastrar y actuar en forma tal que, al menos una vez al día, toda la familia se encontrara alrededor de la misma mesa para comer algo común, enriqueciéndolo con algún gesto cristiano de bendición y oración. Aquel día, Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó: ¿qué impide que se haga lo mismo en una familia cristiana? Lo hacen muchas familias y descubren que ayuda muchísimo a quererse, a perdonarse y a permanecer unidos.

Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a los discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». A la luz de aquello que la palabra de Dios nos ha venido diciendo hasta aquí, es posible comprender de manera nueva incluso este importante detalle del relato.

¿Qué significa el colligite fragmenta? El pensamiento vuela espontáneamente a la recomendación evangélica de dar lo que sobra a los pobres (cfr. Lc. 11, 41), a la urgencia de poner fin al terrible desperdicio de recursos que se hace en algunas sociedades opulentas y consumistas -comprendida la nuestra- para que no existan después quienes carezcan de todo. Todo esto es verdad y lo hablamos al comentar el mismo episodio en otra ocasión, pero no es suficiente. Queda del lado de la carne, que por sí sola -como dice Jesús- resulta inútil y no capta el verdadero significado del gesto ordenado por Jesús el cual, como todo el resto, es espiritual (cfr. Jn. 6, 63).

Si entre la naturaleza (la multiplicación del pan natural) y la gracia ( la Eucaristía ) existe esa continuidad que hemos visto, entonces incluso el gesto de recoger las sobras no tiene solamente un sentido material y sociológico, sino también un profundo significado espiritual. Eso quiere decir que la Eucaristía no es sólo para quien la recibe; debe sobrar algo también para los ausentes, los que están lejos, para todo el pueblo (¡doce cestas, como las doce tribus de Israel, como las doce tribus de la Jerusalén celeste!). Ya no es como lo del maná celestial, del cual cada uno recoge los que le alcanza para un día (cfr. Ex. 16, 4); aquí es necesario recoger también para los hermanos y para el mañana. Quien está presente en la multiplicación debe compartir después con los hermanos la fuerza y la luz que ha recibido de ella; debe hacerse él mismo pan para ser desmenuzado, es decir, eucaristía. ¡Nada debe desperdiciarse! Resulta condenada esa forma de desperdicio espiritual que es el egoísmo y el individualismo, causas que se cuentan entre las principales de la ineficacias de tantas eucaristías. La Eucaristía de Jesús tiene la misma ley del ágape; está hecha para ser compartida, para fluir de uno a otro; quien la recibe debe asemejarse a Jesús, convirtiéndose, como él, en una dádiva para los de más.

Esa es la luz que el Señor nos dio para este domingo sobre la Eucaristía. La Misa nos ofrece ahora la maravillosa posibilidad de experimentar ya mismo esa luz. Experimentarla, viviendo esta nuestra Eucaristía en toda la verdad de sus signos (ofrecimiento, consagración, división del pan, gesto de paz, comunión), y abriéndonos a todos aquellos hermanos que, fuera de aquí, esperan de nosotros los pedazos sobrantes.

 

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