La "Jilguerita de Jesucristo" subsiste alabando a Dios en las calles de Bogotá

26 de abril de 2019

"Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios…" (artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

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Suele ocurrir que lo establecido por las leyes constitucionales de un país o acuerdos entre naciones, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, permanece en el papel y no se concreta en la vida de millones de personas.
 
Claudia Ramírez se levanta muy temprano cada día y junto a su compañero de aventuras, un tranquilo perrito chihuahua, se dirige a uno de los puntos céntricos de Bogotá donde sus cantos de alabanza a Dios ya son conocidos por los transeúntes habituales, quienes al pasar le regalan alguna moneda.
 
Claudia a quien llaman con cariñola jilguerita de Jesucristo, nació y vive con osteogénesis. Que subsista de esta forma habla de todo lo que en Colombia y en el mundo queda por avanzar para asegurar lo que el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece: 
 
Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez y otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad…
 
“Mi niñez fue muy bonita”
 
Claudia nació con esta enfermedad, comúnmente llamada “huesos de cristal” y en su conversación con Portaluz recuerda con alegría los años de infancia: “Mi niñez fue muy bonita, aunque nunca pude caminar y me fracturaba seguido, yo igual jugaba con ser algún día cantante”.
 
Hija de músico, su mamá quedó embarazada y luego el padre las abandonó.  Creció al cuidado de la abuela y su madre que se ganaba el sustento de las tres trabajando de lavandera y vendiendo rifas.
 
“El doctor le dijo a mi mamá que yo no tenía cura”
 
Como hoy, tampoco entonces la inclusión era una realidad custodiada adecuadamente en las leyes ni incorporada en la cultura o la convivencia misma de las personas.
 
Cuando tenía 9 años recuerda que una junta médica proyectó lo que sería su futuro. No ha olvidado al médico informando a su madre: “…Que yo no tenía cura, ni acá, ni en Suiza, ni en ningún país y era posible que me siguiera fracturando más”, puntualiza.  Junto a su madre siguió luchando por subsistir e incluso en su adolescencia -al no existir lugares donde la recibieran- la madre pudo pagar a un profesor y Claudia se educaba en casa. “Estudiaba, jugaba y miraba a mi mamá como cosía”, recuerda con su característica sonrisa esta valiente mujer.
 
 Para la resiliencia: Dios, su prójimo y el canto
 
A pesar de todo es una resiliente que nunca -dice- se victimizó o permitió ser discriminada. Siempre intentando jugar con sus primos y en especial con una prima que le prestaba las muñecas Barbie que hasta hoy le gustan. Así, en su familia “en ningún momento que yo me acuerde me sentí discriminada”, reitera.
  
Desde pequeña sintió una gran atracción por el canto y las melodías, ya de grande ingresó a una academia de música, pero se aburrió porque lo que más le gustaba era cantar y no tanto las clases teóricas: “Empecé a practicar piano y me lo robaron, entonces me dediqué a la composición” señala. 
 
La muerte su madre hace 9 años atrás fue un duro golpe.  Recuerda cómo rezaba la gente, y la rabia que ella sentía. “Le hice el reclamo a Dios cuando se murió mi mamá, eso sí, pero el resto de mi enfermedad nunca le reclamé a Dios nada porque siempre he creído que Él sabe lo que hace” confidencia Claudia.
 
“Me alejé de Dios”
 
La abuela estaba demasiado anciana y Claudia en su condición no era físicamente capaz de atenderla. No faltó sí, una vecina, buena samaritana que venía cada día para encargarse de la anciana. Claudia, por su parte, se dejó arrastrar por la tristeza. “Me alejé de Dios, empecé a tomar alcohol, aguardiente, a consumir marihuana y después me di cuenta que yo necesitaba a Dios”. Pero no pasó mucho tiempo y ya estaba buscando reconciliarse con Dios, “pidiendo su perdón” nos dice.
 
De todo esto y más hablan sus canciones que atraen a muchos que llevan vidas sacrificadas. En la silla de ruedas abraza a su perrito mientras canta. Los transeuntes, en especial la gente sencilla de las calles de Bogotá son los más solidarios en el acto de caridad con La Jilguerita de Jesucristo…  “Dios es bueno, se ha pasado de bueno conmigo, y, sí, soy feliz”, rubrica.

 

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