La poderosa fuerza que transformó el dolor de un huérfano en vida y esperanza para miles de jóvenes

13 de octubre de 2017

"Me quedé huérfano... Incluso huérfano de Dios, de ese Dios lleno de velas que me fue propuesto".

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Cuenta el italiano Antonio Mazzi que “una noche de 1951, rodeado de niños sin padre ni madre, me preguntaba por la vida: ¿Y si yo hiciera de padre para ellos?”. Así, a los 20 años de edad -reflexiona- comenzó a gestarse una vocación al sacerdocio y a la paternidad. Un “Paterdozio”, señala con humor en la introducción de un libro reciente que recoge su testimonio bajo el sugerente título: “Amores y Traiciones de un sacerdote de la calle”.
 
Desde la Casa Central de Acogida que su Fundación, Exodus, mantiene desde 1984 en Milano, rodeado por un grupo de sus hijos adoptivos -y destacando lo que le une a ellos-  confidencia que decidió dar su vida por los demás… “Porque me quedé huérfano... para llenar ese terrible vacío dejado por mi padre, a quien ni siquiera recuerdo de la foto sobre la lápida de su tumba en el cementerio de Valdobbiadene. Pero también fui huérfano de mi madre, viuda, más cercana a su esposo muerto que a sus propios hijos. Y huérfano de mí mismo, diseminado por mi carácter e indisciplina. Incluso huérfano de Dios, de ese Dios lleno de velas que me fue propuesto. Así fue como a los 20 años de edad, decidí convertirme en el padre de los demás, más padre que sacerdote tal vez... aunque es difícil distinguir las dos cosas”.

Un método centrado en la Eucaristía

Padre Antonio es miembro de la Congregación de los Siervos Pobres de la Divina Providencia y muy pronto después de  su ordenación, inspirado por las enseñanzas de Don Bosco decidió ser un “cura de la calle”, un padre para huérfanos atrapados en el abandono, las drogas, la prostitución, enfermos de SIDA, personas con historias desmembradas, carentes. Tiene 88 años y sigue adelante. “¿Mi fuerza? ¡Es la misericordia de Dios!”, agrega sonriendo.
 
Con décadas acogiendo, ayudando a liberar de las adicciones, sanar dolores atávicos o simplemente acompañando a morir en paz, padre Antonio confidencia que el método de Exodus se basa en el amor de Cristo.

“No con terapias, sino educación, el mismo método que usaba Don Bosco. Los jóvenes no se salvan con medicamentos”, puntualiza; y luego, en la introducción de su libro revela apasionado cuán medular es en su experiencia de fe, su vida sacerdotal, en la vida de los abandonados la Eucaristía. “Es cuando celebro la Misa que ceno con mi Cristo…Cena que llena el vacío que por años llamé Orfandad… para poder cantar, abrazar con serenidad y sinceridad el Padre Nuestro”, describe el sacerdote.

Cristo en un enfermo de SIDA

El pasado 10 de octubre en una entrevista publicada por el portal italiano Avennire, padre Antonio recuerda una de las historias que más lo ha impactado, modelando incluso su experiencia de Dios, palpando “que sin misericordia no soy nadie”, advierte…

Ocurrió que cierto día, dice, lo visitó una madre pidiéndole que fuera hasta su hogar para confesar a su hijo que yacía en cama, enfermo de SIDA. Al llegar, señala, la imagen del joven lo estremeció…

“Estaba frente a un esqueleto. No podía saber qué hacer, era un momento en que poco o nada se sabía sobre el SIDA y los primeros en ocuparse de estas personas enfermas fuimos nosotros en Exodus. Me apoyé en la misericordia del Señor, abracé a ese chico, lo besé y lo absolví de sus pecados. Dos días después murió. En él vi a Cristo. Y todavía lo tengo dentro”.

 

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