Ma Ángeles una sevillana muy franca: "El mundo no precisa teorías sino personas capaces de entregar sus vidas"

19 de octubre de 2018

"Dios me tiene en el lugar donde me necesita, y puedo aportar esperanza para el mundo de hoy".

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Cálida y reveladoras son las reflexiones de la hermana María Ángeles Pasadas (Lora del Río, 1995/ Sevilla, España) mujer que ha dado y sigue dando una buena batalla, pues siguiendo la huella de Cristo ha sembrado el Evangelio ya en tres continentes. El semanario de la Arquidiócesis de Sevilla ha difundido esta semana su testimonio en esta entrevista…
 

Su vida ha quedado muy marcada por sus estancias en Japón, Estados Unidos, Irlanda y Filipinas. Pero todo empezó en Lora del Río…
De Lora del Río me vine a los nueve años a Sevilla, a estudiar con las teresianas. Ahí está mi base de fe, junto con las mercedarias de Lora. Más tarde comencé un camino de la mano de Verbum Dei, y entre los 15 y los 19 años mi vida experimentó un cambio radical: vi que Jesús me buscaba donde yo estaba. Acabé Filosofía y Letras especialidad de Historia del Arte, y a los 15 días de mi último examen entré como misionera. Después, por fi n, ingresé en la congregación de Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios.
 
¿Cómo explica su relación con Dios?
Cuando descubrí a Jesús vi que mi vida cambió. Experimenté una transformación del corazón, descubrí que todo el mundo tenía derecho a conocer el amor de Dios.
 
Usted subraya que su vida está marcada por Asia ¿por qué?
Cuando era niña me atraía mucho Asia. Los asiáticos me parecían personas muy profundas de las que se podía aprender mucho. Quería ir a la India, y fui a Japón, a Tokio. Tenía 24 años, hablamos de principios de los 80. Al principio me llamaban extranjera por las calles, y aquello supuso una crisis fuerte, porque tienes que dejar todo tu concepto de vida y empezar a aprender el idioma. Te das cuenta de que el corazón y la mente del japonés no tienen nada que ver con los nuestros. Recuerdo que los domingos teníamos en casa la paella misionera, invitábamos a gente, algo que ellos valoraban... Allí tienes que aprenderlo todo, desde sentarte hasta dormir.
 
¿Cómo se evangeliza en una cultura tan distinta a la occidental?
En Japón experimenté la artesanía del espíritu. La evangelización allí es un proceso lento no, lentísimo. Pero seguro. El japonés necesita sentirse amado, tiene una intuición muy grande de lo que vives, no de lo que dices, y se fija mucho en tus costumbres. Me enseñaron que nuestra fe en Jesús es encarnada, eso lo entendí en Japón. Para que a ti te escuchen una catequesis, primero tu vida se tiene que hacer una catequesis. Solo así van a ver que tú estás llevándole un amor, una alegría, una forma de vivir que les convence.
 

 
¿Cómo se hizo con el idioma?
Es duro de aprender. Un misionero jesuita decía que era difícil sólo los treinta primeros años (ríe). El tiempo iba allí a otro ritmo. Cuando te invitan a su casa, cosa extraordinaria, tienes que ir sin tiempo. Tienes que darles el día entero, y ellos valoran mucho que te entregues a ellos y les des tu tiempo.
 
Su siguiente destino misionero fue, curiosamente, Estados Unidos.
En Estados Unidos experimenté la misión de dar a conocer el amor de Dios en cualquier circunstancia de la vida. Estuve en Texas y en San Francisco, la mayor parte del tiempo con hispanohablantes. Allí todos los sectores sociales están yuxtapuestos, pero no hay una fraternidad.
 
¿Qué fue lo que más le impactó de esa etapa norteamericana?
Fue como abrir los ojos al sufrimiento de la humanidad. Eran los años en los que venían los salvadoreños huyendo de la dictadura, y la Iglesia hacía una labor tremenda de acogida. En San Francisco yo leía el periódico, pero no en papel sino en carne viva. Allí estaban los ‘boat peoples’ que habían salido de Vietnam, los que huían de la Camboya de Pol Pot… Les he escuchado sus historias, unos relatos que te muestran el sufrimiento de Cristo concentrado.
 
¿Alguna fórmula para dar a conocer el Evangelio en ese contexto?
El mensaje del Evangelio cala muy despacito. Estados Unidos es muy complejo, pero mi experiencia es que el lenguaje del Evangelio es el lenguaje del amor. Todo ese camino humano de escucha y amistad cala.
 
De Norteamérica a Irlanda…
En Dublín estuve dos años, formándome. Irlanda es una sociedad con un nivel de fe grande, muy tradicional, pero con mucha sed de descubrir un Dios más allá de las normas.
 
Pero el corazón lo dejó en Japón.
En mi corazón nunca dejé Japón. Fíjese, para los japoneses hacerse cristiano era como dejar de ser japonés, se entendía como una renuncia a su cultura. Yo me arrodillaba delante de cada cristiano. Cuánto trabajo de los misioneros y del Espíritu Santo… Yo soñaba con un japonés cristiano que no dejara de sentirse japonés, que no se hiciera europeo, que lo viviera con su cultura, con su sensibilidad. Ese era mi sueño.
 
Filipinas es el país que ama.
Sí. Dios me hizo una llamada a experimentar realmente la riqueza del Evangelio en un país pobre: Filipinas. Estuve cuatro años en Manila y puedo decir que me sentí en casa, en Asia. Estuve en la misa de los cuatro millones de personas con el Papa. Fue impresionante. El filipino es un pueblo que te transmite la fe por los poros. Pase lo que pase y vivan en el último tugurio que vivan, allí te encontrabas con un crucifijo, con una imagen del Sagrado Corazón. No tienen nada…, y la fe está ahí. Todo con una alegría que te enseña que la vida es mucho más sencilla de lo que crees.
 
¿Cómo se planteó la tarea evangelizadora en un ambiente teóricamente favorable?
El pueblo filipino se siente muy infravalorado, son muy sufridos. Ellos aprecian mucho la vida religiosa, y la labor allí es devolverles su dignidad como persona. Allí Jesús me tenía para que ellos descubrieran la riqueza que ellos tenían.
(…)

¿Qué diría a un joven que se plantea su vocación misionera?
Le diría que, en este mundo en el que se experimenta el cambio, tan interconectado, hay que mirar qué puedes cambiar. La transformación de fondo viene del Evangelio, la persona necesita conocer quién es para Dios. Y es lo que dice el Papa, tú eres una misión en la tierra. Le diría que la esperanza de Dios, el cambio real de los corazones necesita del anuncio de Jesús. Y el mundo no precisa teorías sino personas capaces de entregar sus vidas, olvidándose de sí mismos. El misionero va a ganar que su corazón se llene de rostros, de personas, que Dios lo va a apasionar por la persona.


 

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