Sin Dios todo es caos

Mujeres que dejan huella siendo testigos de la fe en su enfermedad

26 de junio de 2015

"Es cierto que tantas operaciones quirúrgicas me han llevado a veces a dudar del amor de Dios; pero, cuando pasa la «tormenta», veo que esos pensamientos son obra del demonio, que me quiere quitar la paz".

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Que la fe y participar de ella activamente, es un factor protector para la vida humana y la creación, en todo ámbito, ha sido expuesto por diversos artículos publicados en Portaluz. Investigaciones médicas y de las ciencias sociales, como abundantes testimonios lo indican.
 
Rosa e Isabel no califican como personajes para los parámetros que hoy -en espectacularidad para consumo de masas-, Internet y las redes sociales demanda. Tampoco se inscriben como testigos de que Dios ha obrado un milagro después de haber orado pidiéndolo. Ellas son como la mayoría, católicas, conscientes, para quienes Dios es persona, experiencia, alimento, todo, en cada día. Esta es su huella. Son testigos en su familia y comunidad, que viviendo “de cara a Dios” todo es posible de vivir y enfrentar con paz. En ello han encontrado su alegría.
 
Rosa María Aceves Barba padece por cáncer de mamas. Con casi cuatro años conviviendo con la enfermedad confiesa que no duerme bien, y si lo hace, apenas cierra sus ojos por un par de horas. Pese a ello, junto a su esposo Heriberto Ramírez, no han dejado sus actividades en la parroquia San José, en la ciudad californiana Pinole, Estados Unidos. Cuenta Rosa al periódico El Heraldo, de la diócesis de Oakland que algunos de sus hijos y nietos asisten regularmente con ellos a las catequesis.  
 
Originarios de Tepatitlan, Jalisco, en 1970 se casaron y unos años después mudaron a Estados Unidos. “Ambos nacimos en familias numerosas, trece y catorce hermanos. Nuestros padres siempre nos tuvieron en iglesias católicas. En la mañana se acostumbraba que, antes de ir a la escuela, nuestros papás nos llevaban a misa, todos los días, y todas las noches al rosario cantado. Pertenecíamos al templo del Señor de la Misericordia. Desde los siete años yo era parte del coro”.
 
Con los años Rosa continuaría como miembro de coros pues este constante alabar a Dios, dice, nutre su fe. Pero también es devota del Señor de la Misericordia de Tepatitlán, cuya imagen trajo desde Jalisco… “Uno de mis hermanos tuvo un accidente muy grave en México y casi que lo dieron por muerto. Pero lo trajimos aquí a Estados Unidos y se recuperó milagrosamente, gracias al Señor de la Misericordia. Hoy, cuando paso noches en vela por mi enfermedad, tomo mi Tablet, leo las reflexiones del Padre Pío o algunas meditaciones del movimiento de la Renovación Carismática  Católica y la oración continua a mi Señor de la Misericordia”.
 
“Si me separo de Dios todo es un caos”
 
Como Rosa, Isabel Alastrúe tiene en la fe su principal reservorio de esperanza. Tiene treinta años, y padece de espina bífida, una malformación congénita originada durante su gestación. La enfermedad ha impuesto que esté paralizada desde la cintura hacia abajo. Es española y con una treintena de operaciones a la espalda cree que su vida “es igual de digna que la de cualquier persona… la discapacidad no me ha impedido hacer nada de nada. He estudiado, he trabajado, tengo amigos…”.

Isabel cuenta al periódico del arzobispado de Valencia, Paraula, que no se considera ninguna heroína y rechaza la lógica de considerar a la discapacidad como un obstáculo para alcanzar la felicidad. “Es cierto que tantas operaciones quirúrgicas me han llevado a veces a dudar del amor de Dios; pero, cuando pasa la «tormenta», veo que esos pensamientos son obra del demonio, que me quiere quitar la paz. Pero lo que más me hace sufrir es la poca sensibilidad que tienen algunos hacia las personas con discapacidad. Las peores barreras son las que nos ponen los demás”.
 
La joven valenciana ha compartido su historia a decenas de familias dentro de la diócesis e incluso adquirió un compromiso radical en la defensa de la vida en España. En todo este recorrido, explica, ha sido un sustento importante la oración y los sacramentos. “Veo que mi vida, la que Dios ha querido que viva, es un don precioso. Cuando me tienen que volver a operar -he pasado por más de treinta operaciones de traumatología y neurocirugía, algunas muy duras- me hundo; cuando creo que mis padres, amigos, compañeros no me entienden me desespero. ¡Pero le grito al Señor y Él me responde! Soy una persona muy orgullosa y si no tuviese una cruz visible al cien por cien no estaría en la Iglesia, porque pensaría, ¿un Dios?, ¡para qué! Puede sonar «masoquista», pero doy gracias por la cruz, aunque a veces me cueste llevarla. Es sencillo: si estoy de cara a Dios la afronto con alegría y valentía; si me separo es todo un caos”.

 
 
 

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