Padre Manuel Guerra, el hombre que por amor a Jesucristo batalló contra las sectas y la masonería

30 de agosto de 2021

"Hay que ser contemplativos, hay que pedir a Dios continuamente el don de la contemplación", repetía.

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El pasado 25 de agosto murió en Burgos (España) uno de los más destacados expertos en sectas del panorama internacional: el sacerdote Manuel Guerra Gómez. En 1998 se convirtió en un referente fundamental al publicar su Diccionario enciclopédico de las sectas (Biblioteca de Autores Cristianos, 5ª ed. en 2013). Después, en 2005, decidió ser uno de los miembros fundadores de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES); misma que presidió hasta el año 2019.
 
El intelectual
 
En sus 90 años de vida, este sacerdote diocesano de Burgos comenzó su trayectoria intelectual con la Filología Clásica, escribiendo libros que han utilizado miles de estudiantes en España y el resto del mundo hispanohablante, sobre todo en torno al idioma griego. También profundizó en la Antigüedad cristiana, a la que comparó –de forma crítica y distintiva– en muchos elementos con el paganismo clásico. Más tarde, por su conocimiento de idiomas antiguos (incluido el sánscrito, fundamental para las religiones índicas), dedicó muchos años al estudio de la Historia de las Religiones, de la que publicó dos manuales (en Eunsa y BAC).

El tercer paso lo dio en los años 90 del siglo XX, cuando su estudio de las religiones se vio movido a la inquietud e interés por las sectas, a las que dedicó un libro en 1993: Los nuevos movimientos religiosos (las sectas). Rasgos comunes y diferenciales (Eunsa). Cinco años después, vino su monumental Diccionario, imprescindible para situarse ante la complejidad del fenómeno sectario y de la Nueva Era (New Age), y otras obras posteriores. Finalmente, dedicó sus últimas investigaciones a la masonería, escribiendo varios libros sobre este tema más oscuro aún.

El sacerdote



Lo dicho hasta ahora es la faceta más conocida de Manuel Guerra por el público en general, dada la trascendencia de sus estudios y publicaciones. Pero lo verdaderamente central en su vida fue lo que sucedió el 27 de marzo de 1955: recibir el don del presbiterado, para el que se estuvo preparando en el Seminario Diocesano “San José” de Burgos, institución a la que dedicó, como profesor y formador, los primeros años de su ministerio, y de la que nunca se desvinculó, al ser catedrático, hasta su jubilación, de la Facultad de Teología del Norte de España en su sede burgalesa, donde estudian los futuros sacerdotes de la zona, entre otros alumnos.

Encontrarse con Manuel Guerra era, indudablemente, conocer a un hombre enamorado de Jesucristo. En algún momento se atrevió a acercarse literariamente a su figura, como hizo con el libro Jesucristo y nosotros (UCAM, 2002), una curiosa vida del Señor en forma autobiográfica. Pero no hacía falta leer ninguna de sus páginas para comprobarlo: en todo momento subrayaba la centralidad de Cristo en su vida y en el mundo entero. “Hay que ser contemplativos, hay que pedir a Dios continuamente el don de la contemplación”, repetía a aquel con quien se encontraba. Y se resistía al uso del solo nombre de Jesús, para reafirmar el carácter confesante de “Jesucristo” como muestra de fe.

En torno al pueblo en el que nació (Villamartín de Sotoscueva, hoy con apenas una veintena de habitantes), en una comarca montañosa, hay multitud de cuevas que recorrió multitud de veces, llegando a correr peligro su vida en alguna ocasión. Siempre que iba o que hablaba de ellas, aprovechaba la ocasión para dar gracias a Dios por las maravillas de su Creación y hablar de él a conocidos y extraños. Con motivo de su fallecimiento, una madre ha relatado en Facebook lo que Manuel Guerra les decía a ella, a su marido y a sus hijos explorando una de las cuevas, ante las impresionantes estalactitas y estalagmitas que encontraron: “¡Las maravillas que Dios hace poco a poco!”. Además, recuerda esta mujer, él “aprovechó el momento para seguir hablándome de Dios y sus grandezas”.

Las sectas… y los cristianos

Desde esta fe profunda, afianzada en la oración frecuente y en la celebración diaria de la eucaristía, no es de extrañar que fuera más allá de la erudición en su estudio, y cuando afrontaba el fenómeno de las sectas pretendía que sirviera para la autocrítica de cada creyente y de la Iglesia entera. “A veces se habla como si los agentes externos (sectas, laicismo, etc.) fueran los culpables de la descristianización de las naciones tradicionalmente cristianas. Pero es señal de ser enfermo o enfermizo, viejo o prematuramente envejecido el culpar los achaques y manías personales al ambiente, al clima, a las corrientes de aire, etc. El joven, mucho más si es atleta, corre por el campo en verano y en invierno, come lo que sea y generalmente no le pasa nada”, decía en una entrevista.

Por ello, señalaba que “los remedios eficaces” ante las sectas “pueden resumirse en una información adecuada, en fomentar la vibración interior (ser personas de oración y que hacen ratos de oración), en promover el dinamismo apostólico (ser apóstoles y hacer apostolado)”. Y no sólo eso: estaba convencido de que “el contemplativo de Jesucristo de día y de noche, el santo y apóstol, no corre el riesgo de quedar atrapado en la red de las sectas, aunque arrecie la opresión y persecución desde fuera, ni aunque interiormente atraviese las tinieblas y zozobras de la noche oscura de los sentidos y del espíritu”.

Signo de contradicción

Con ocasión de la publicación de su libro Las sectas. Su dimensión humana, sociopolítica, ética y religiosa (Edicep, 2011), el periodista y profesor José Francisco Serrano Oceja afirmaba que Manuel Guerra se había convertido en “signo de contradicción”, destacando lo que había conseguido por su trabajo intelectual en torno a las sectas y la masonería: “haber sufrido la persecución y la difamación por parte de no pocos sectarios; haber defendido con verdad y libertad a la persona humana; y habernos alertado de no pocas de las tramas que se esconden detrás de organizaciones aparentemente anodinas”.

Es cierto: más de una vez recibió amenazas de los grupos que desentrañaba en sus libros, o también lisonjas que pretendían ganarlo para causas sectarias. Pero no sólo contaba con un sólido conocimiento de las propias sectas y un agudo sentido crítico y de discernimiento, sino que dedicó mucho tiempo a la escucha y ayuda a víctimas y afectados. El hecho de que en su Diccionario aparecieran sus datos de contacto facilitaba que cualquiera pudiera dirigirse a él buscando orientación y apoyo.

En los últimos años, cuando dedicó gran parte de sus esfuerzos a desentrañar el mundo masónico, se multiplicaron sus problemas al recibir cada vez más presiones por parte de personas e instituciones que veían amenazada la discreción con la que suelen moverse a nivel social y hasta político. Sin embargo, él seguía hablando y escribiendo, porque estaba convencido de una realidad: “la acción ‘discreta’ (según los masones), ‘secreta’ (según los no masones) de la masonería, sin pausa y sin prisa, ha transformado las sociedades occidentales (europeas, americanas) y occidentalizadas (filipina, australiana) de cristianas en relativistas, naturalistas y laicistas, o sea, masonizadas e incluso masónicas”.

Por eso, cuando le preguntaban por la necesidad y oportunidad de escribir un nuevo libro sobre la masonería (el último que escribió sobre el tema, en 2017), afirmaba que “es necesario ‘desenmascarar’ (como decía el papa León XIII) y conocer la masonería”. Y la razón la tenía clara: “la mayoría de los gobiernos y de los políticos, sean masones o no, están imponiendo los principios y criterios masónicos, implantando así el New World Order (NWO), el ‘Nuevo Orden Mundial’ (NOM)”. Una preocupación que nunca le hizo perder la paz, afianzado en una relación personal con Dios y una pertenencia filial a la Iglesia.
 

Reseña póstuma en InfoRIES.

 

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