Vida nueva en Cristo

Pensaba en el divorcio, pero Cristo restauró su vida y matrimonio

05 de diciembre de 2014

Incertidumbre y tentación al divorcio marcaron al mexicano José Luis Carretero. El inesperado encuentro con un testigo fue el primer signo de muchos para volver a descubrir el amor.

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La expansión de su empresa de maquinaria agrícola situada en Monterrey (México), comenzó a tomar no sólo cada vez más horas de trabajo, sino que también a desperfilar las prioridades en la vida de José Luis Carretero. La familia que formaban con su esposa Patricia y los tres hijos, estaba en riesgo. Todos los veían, menos José Luis.
 
Terremoto en el matrimonio
 
“En 1984 yo trabajaba para la Ford Motor Company en Ciudad de México, cuando me propusieron tomar un entrenamiento de tres meses en Estados Unidos para una inmersión total en el idioma inglés. Un compañero de trabajo me recomendó la Universidad de Michigan, en la ciudad Ann Arbor. En aquel entonces, llevaba cuatro años de casado y nuestra vida matrimonial dejaba mucho que desear. Creía en Dios, pero era una relación totalmente distante, al punto de que ni siquiera iba a misa. Patricia, mi esposa, fue siempre practicante, muy creyente, pero estaba triste y decepcionada por mi resistencia a buscar a Dios. En realidad, yo estaba en el peor momento de mi existencia y  matrimonio. En esa época, mi hijo Rodrigo tenía dos años y Mónica acababa de nacer”.

En esas circunstancias, relata a la revista mexicana La Palabra entre nosotros, preparó sus maletas con el corazón dividido y viajó a Estados Unidos, con la sombra del divorcio planeando en su mente. Recuerda que el primer día de clases les dieron un tour por la ciudad y que en el autobús escuchó algunas conversaciones en español, algunos asientos detrás de él. “Cuando nos detuvimos en un centro comercial para un descanso, bajé y esperé a que descendieran los dos jóvenes que hablaban español. Los saludé y extrañamente uno de ellos, que se llamaba David, no entró al centro comercial, sino que se quedó conversando conmigo. Empezamos a caminar y de inmediato me empezó a predicar de Dios. Para mí fue muy extraño todo aquello. Cuando terminó el tour nos despedimos, y me dio un papelito con su teléfono ofreciéndome que lo llamara si tenía cualquier necesidad, a lo que asentí”.
 
«Que Dios te bendiga»
 
Lo más extraño de aquella conversación se produjo segundos después, puntualiza José Luis… “Al despedirse me dio un abrazo diciendo «Que Dios te bendiga». Palabras que quedaron resonando en mis oídos, ya que no recordaba que nadie más que mi propia madre me las hubiera dicho antes. A los dos días me llamó al hotel para invitarme a cenar donde una familia nicaragüense, lo cual acepté”.
 
El improvisado encuentro estaba dando fruto a una experiencia que transformaría su vida. Cuando llegó al lugar de la cena –continúa narrando-, “los dueños de casa y su hija me recibieron muy amablemente, de abrazo y beso, me llamaron por mi nombre, como si me conocieran de toda la vida. Al empezar a cenar, el dueño de casa bendijo los alimentos y oró por mis necesidades. Después de la cena, nos despidieron con mucho afecto y cariño y de nuevo con la consabida frase: «Que Dios te bendiga»”.
 
Fraternidad y testimonio que educan
 
Días después, David lo invitó a cenar nuevamente, pero con otros jóvenes y a jugar fútbol. “Naturalmente acepté porque me encanta el fútbol. Los otros jóvenes se veían todos alegres, felices, con una profunda paz y transparencia. Nos sentamos a la mesa, bendijeron los alimentos y cada uno hizo una oración por mí… yo quería meterme debajo de la mesa. Luego, nos trasladamos al campo de juego, en donde ya nos esperaban otros muchos jóvenes. Nos reunimos en el centro del campo, uno de ellos tomó la palabra y bendijo el momento; yo estaba impresionado”.
 
Pero aquél partido de futbol que disfrutó no sólo por su afición, sino por el grato ambiente, sería apenas un peldaño más. “Al término del partido, volvimos a la casa y David me preguntó: «¿Nos quieres acompañar a la oración de la noche que hacemos en la casa?». Aunque no estaba tan convencido dije que sí. Bajamos a un sótano pequeño y cada uno tomó uno de los libritos rojos que había en una mesita; me pusieron uno en las manos y, todos de pie mirando al crucifijo, oraron con el canto de Simeón y leyeron el Salmo 4 en voz alta, perfectamente armonizados”.
 
Vida Nueva en Cristo
 
Fue en aquella oración que sus resistencias comenzaron a desmoronarse. “Aquella noche me fui impresionado; había sido una experiencia maravillosa, ver ahí a esos hombres, todos más jóvenes que yo, alabando y orando al Señor”.
 
Pasaron apenas tres días y David, quien tenía claro su norte de apóstol, le llamó invitándole a participar en un curso llamado ‘La vida nueva en Cristo’. La propuesta consistía en pequeñas reuniones donde se meditaba sobre la Sagrada Escritura y los sacramentos durante las tardes de los martes, miércoles y jueves. “Accedí de inmediato, sin saber bien de qué se trataría. Escuché las pláticas con interés, pero al mismo tiempo con cierto escepticismo”.
 
Asistió a los cursos, pero confidencia que tenía una tibia actitud. “Recuerdo incluso que algunos oraron por los cuatro latinos que tomábamos el curso, y nos impusieron las manos, pero no experimenté nada diferente… pocos días después vino a buscarme David, conversamos y me preguntó cómo me había ido en la oración y en los días siguientes a la misma. Le dije que bien, pero que realmente tenía una gran duda: «¿Qué es lo que tienes tú y tus amigos que yo no tengo y que se te ve en los ojos y en tu manera de vivir?». Me respondió: «Le hemos entregado nuestra vida a Cristo». Le volví a consultar: «Y ¿cómo se hace eso?», y me contestó: «Entrega tu vida a Cristo en un acto voluntario y sincero»”.
 
Aquella frase resonó en el corazón de José Luis y durante el retorno al hotel, hizo memoria de las razones por las que había emprendido el hacer familia con Patricia; el amor de sus hijos y cómo estos imprevistos encuentros desde que había llegado a Estados Unidos, sólo, estaban generando cambios en él. “Esa noche en mi habitación, me dirigí a las ventanas, las abrí y alzando los ojos al cielo oré con todo mi corazón diciendo: «Señor Jesús, esta noche te entrego todo cuanto tengo y cuanto soy. No puedo seguir viviendo de esta manera. Ven a mi vida y toma autoridad de ella». Nada más terminar debo haberme desmayado porque no supe más de mí y al día siguiente, desperté acostado sobre la cama, vestido”.
 
El retorno y la fuerza de la oración
 
No transcurrieron muchos días más para que sintiera que necesitaba volver a México. y reencontrarse con su esposa para juntos, restaurar sus vidas. “En todo el tiempo que había pasado por allá nunca sentí algo parecido. Necesitaba conocer el plan de Dios, según su palabra. Obviamente, ya le había platicado a Patricia por teléfono de las cosas que estaban ocurriendo, aunque yo tampoco las entendía. Era algo a lo que yo había llegado después de cuatro años de matrimonio, de una vida bastante desordenada y tras un matrimonio muy deteriorado, con una gran necesidad por encontrar la verdad”.
 
Finalmente volvió a México, lleno del Espíritu Santo, dice, para reconciliarse con su esposa.  “A partir de ese momento reconocí que Cristo es lo más importante en mi vida, dejé mis vicios e inicié mi gran aventura de vivir en el Señor”. Hasta hoy se mantiene agradecido de David quien fue “instrumento para mi salvación”, puntualiza.
 
Al cabo de algunos meses José Luis y su esposa se integraron en una comunidad de vida para familias en su parroquia. También sus hijos siguen hoy los sanos pasos de sus padres en materia de fe. “Aunque implica ir contra la corriente del mundo, nos esforzamos por vivir según el Evangelio… con nuestras debilidades, pecados y limitaciones, pero lo más cercano posible a la enseñanza de Cristo”.


 

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