Quedó inválido y recibió ayuda del cielo: "El accidente fue para mí una experiencia positiva"

30 de junio de 2017

Desde Chile el ingeniero Luis Eugenio Manterola narra en Portaluz las dos ayudas extraordinarias que recibió de Dios, tras ser impactado por una ola de mar que lo dejó cuadripléjico.

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Cuando un ser humano pierde de forma repentina y permanente la visión, el habla o el movimiento de sus extremidades, las consecuencias son dramáticas.
 
Reconocer y acoger la pérdida, el dolor, los miedos, esa nueva vida jamás deseada, es un proceso donde los apoyos de los profesionales de la salud, de la familia, de la propia voluntad o resiliencia no bastan. Es entonces cuando el alma busca en lo trascendente su apoyo, el sentido, el camino para renacer.
 
Para un católico como Luis Eugenio Manterola, ese “trascendente” al que se aferró -cuenta a Portaluz- era y es Dios.
 
Durante la década de los setenta este ingeniero civil, nacido en Chile, había emigrado con su esposa e hijos a Buenos Aires (Argentina), logrando allí sus metas profesionales. Era un empresario exitoso.  “Éxito que va asociado a dos cosas: una, que se llama vanidad. Cuando eres joven, la gente te adula, ves que te va bien, te lo crees y como uno se la cree, trabaja mucho.  Dos, en esta situación alguien sufre… y esa es la familia, uno la descuida. Mi mujer… tuvo mucha paciencia y sacrificio para entender esta agitada vida mía”, recuerda.
 
Chile y Argentina al borde la guerra
 
Pero la amenaza explícita de un conflicto bélico entre Chile y Argentina el año 1978 provocó que se esfumara aquel idilio con el éxito. En su juventud Luis Eugenio -“por voluntad propia contra la opinión de mi papá”- había estado formándose para ser oficial en la Escuela Militar y al estallar el conflicto ello significó que los argentinos lo acusaran de ser espía. Se vio forzado a dejar Buenos Aires, su empresa, sus logros, debiendo regresar a Chile.
 
Fue la primera pérdida importante que pondría a prueba la fe de este hombre, templando el espíritu para lo porvenir. Comenzaba a tambalearse el hombre viejo, cegado en las vanidades que aplaude el mundo.
 


Y llegó la cuadriplejia
 

 
Criado en una familia católica -que le inculcó amor al rigor y confiarse a la mediación de la Virgen con el rezo diario del rosario-, Luis Eugenio no era un hombre irreflexivo, que se expusiere a situaciones potencialmente dañinas para quienes amaba o para sí mismo.
 
Así, lo suyo fue totalmente inesperado y accidental aquél día de enero de 1980. Como en otras ocasiones, esa tarde de verano salieron con su esposa e hijos a disfrutar de la playa, en Reñaca (Chile), cuenta a Portaluz…  “Me agarró una ola  mal parado, me enterró y me quebré el cuello. Quedé boca abajo en el mar, sin la posibilidad de salir y respirar. La Divina Providencia me ayudó; estaba un compadre mío quien me sacó y me llevaron al hospital”.
 
Un cura con “capucha”
 
Durante las primeras horas, sedado, con vaga consciencia, aún  no sabía que la consecuencia de aquél accidente era una cuadriplejia permanente. Vale decir, parálisis de sus cuatro extremidades por daño en la médula espinal. Cuando se enteró de esta verdad algunos días después, cobró mayor valor cierta visita significativa que recordaba haber recibido en esas horas… “Recuerdo haber tenido una conversación con un fraile que tenía capucha. Yo le decía que no me iba a morir, pues Dios me tenía preparado un trabajo más importante que los realizados hasta entonces”.
 
Cuando recuperó la conciencia preguntó por este cura (sacerdote) con el cual había tenido esa conversación, “pero todo el mundo me miró y  dijo: ¿cura?, ¿cuál?, ¿de dónde?”
 
Tiempo después Luis Eugenio cuenta que honraría ese compromiso visitando a personas que habían padecido accidentes similares al suyo, animándoles a centrar sus vidas en Dios, con fe. Su mensaje era: “Dios aprieta pero no ahorca. Con fe, la gente no los verá con pena, sino que dirán ¡qué valioso!, ¡cómo  aporta!”, confidencia.
 
Mi cruz, mi apostolado

En definitiva, dice, su propio camino era lo único que podía compartir. El sentido trascendente de la vida, la conciencia y voluntad de crecer en la fe, descubierta tras quedar cuadripléjico.
 
“El accidente fue para mí una experiencia positiva. Primero, parar de correr por la vida para ser más exitoso, ganar más dinero; en general el dinero corrompe. Segundo, oír a la gente; porque uno no oye a la gente, la escucha, no oye lo que la gente quiere expresar, no oye el interior de las personas. Tercero, mirar la naturaleza, todo lo que Dios nos ha dado; pasamos por parques, cerros, por las partes más lindas,  muy rápido, apurados y no vemos la grandeza de lo que Dios ha hecho. Cuando una simple ola te deja fuera de toda contienda, era un aviso que iba por mal camino. Gracias a Dios nunca he renegado del accidente, al contrario lo he agradecido”.
 
El agua buena de San Damiano
 
Esta conversión espiritual, aferrado en todo a Dios como su única esperanza, sería nutrida por otra intervención extraordinaria del Espíritu Santo. Pasaban las semanas y su cuerpo no mejoraba, hasta que –sin haberse avisado y burlando el cerco familiar- apareció al lado de su cama una monja benedictina, Jacqueline de la Taille, quien en pocos minutos le contó sobre la aparición de la Virgen de las Rosas en San Damiano (Italia) a una campesina. “Me cuenta la historia y me hace beber un poco de agua traída de la fuente que surgió allí. Curiosamente a los pocos días comienza mi recuperación: como un  avión a chorro, impresionante, nadie se explicaba.  Hay cosas que la medicina no explica que son los milagros”.
 
Amado y apoyado en todo por su esposa Verónica Swett, Luis Eugenio Manterola se re-insertó en lo laboral. Juntos criaron a sus cinco hijos. En 2004 y con un rápido deterioro, ella falleció por cáncer. Él tiene hoy 72 años de edad y testimonia ser un hombre que vive en paz, “dando gracias a Dios porque tengo cinco hijos que son buenos. Dios ha bendecido sus vidas”.


(Las citas son de entrevista realizada por Fernando Hurtado -amigo de Luis Eugenio-, para Portaluz)

 

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