Tenía cinco años cuando la acusaron de haber matado a Cristo y ella ni siquiera sabía quién era esa persona

15 de junio de 2018

Ella era una niña, bondadosa, judía, llena de interrogantes, que al enfrentar la enfermedad comenzaría un dramático camino de conversión.

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Los conversos recorren diversos caminos que los conducen a la experiencia de Dios y en ella, a identificarse con la fe que proclama la oración del Credo. El de la norteamericana Bonnie Rapkin comenzó en su infancia y no fue precisamente un inicio agradable, según ella misma lo relata en el portal The Coming Home Network, bajo el título “Cantaré al Señor un canto nuevo”. Su testimonio pone de manifiesto cómo el dolor también puede ser puente hacia la fe en Jesucristo…

“Puedo precisar el momento exacto en que oí por primera vez la palabra Cristo. Tenía cinco años (...) Estaba empezando a cruzar la calle hacia mi casa cuando un autobús escolar se detuvo cerca para dejar a los niños mayores. Había caminado cerca de la mitad del trayecto cuando siete u ocho niños, el doble de mi tamaño, vinieron corriendo hacia mí. Formaron un círculo alrededor mío, levantaron los brazos y me señalaron, gritando: «¡Tú mataste a Cristo! ¡Tú mataste a Cristo!» (…) Cómo podían decir que había matado a alguien. Ni siquiera sabía quién era ese tal Cristo. Estos chicos me aterrorizaron y empecé a llorar a gritos”.

La madre de Bonnie vino en su ayuda y una vez estuvo a salvo en casa, la pequeña le contó lo sucedido. Aún desconcertada preguntó a su madre quién era Cristo. Su progenitora, dice Bonnie, le respondió que “los Gentiles creen que Jesucristo es el Hijo de Dios”. Pero si “ni sabía que Dios tenía un hijo”, protestó la niña y preguntó el por qué la acusaban de haberlo matado. “Mi madre entonces trató de explicarme, lo mejor que pudo y desde una perspectiva judía, quién era Jesucristo y cómo se había culpado a los judíos por su muerte hace casi dos mil años (…) «No querían decir que lo mataste personalmente», continuó mi madre: Se referían a todos los judíos, como grupo. Y tú eres parte de ese grupo".

¿Quién es Cristo?

Su madre intentando aclarar las cosas le dijo que, si bien Jesús “era un judío devoto, un hombre muy bueno, de gran inteligencia” y que por esto los gentiles creen es el Mesías, el Salvador; la realidad es que el pueblo judío seguía esperando la llegada del Mesías.

Bonnie recuerda que por alguna razón sentía la necesidad de conocer más de ese Cristo y entonces descolocó a su madre al preguntar; «¿Cómo sabemos que (Cristo) no es el Hijo de Dios?». La respuesta no se hizo esperar: “Porque somos judíos”, sentenció la madre. Y fue tan áspero el tono de voz, que Bonnie entendió era mejor para ella no continuar preguntando. “Así comenzó mi búsqueda para saber quién era Jesús”, relata.

Los años siguientes su sed de Dios no se extinguió y aunque la tradición determinó que fuera su hermano quien recibiera instrucción religiosa formal, Bonnie aprovechó todas las oportunidades que tuvo; ya fuese leyendo a escondidas el libro de oraciones con que su hermano se preparaba para el ‘Bar Mitzvah’ o aprendiendo el rezo oral de las escrituras escuchando a través de la pared las repeticiones que él hacía.

Quería estar envuelta por el amor de Jesús

En ese tiempo hubo un hecho, ocurrido en 1970, cuando tenía nueve años, que la puso de nuevo en directa sintonía con Cristo. Una amiga, vecina, le invitó a escuchar “el nuevo disco que acababa de comprar”. Se trataba de la obra musical Jesucristo Superstar. La vívida descripción de los hechos llevados a canto impactó el alma de la niña judía. “Mientras escuchaba, me enteré de una historia que nunca había oído antes (…) Estaba llorando. Sentí amor por este hombre; amé sus enseñanzas; amé su amor. De alguna manera, el amor que mostraba a los demás a través de las palabras y la música se sentía seguro y cálido dentro de mí, y yo quería estar envuelta por él”.

Pero Bonnie recuerda haber quedado estaba desconcertada y algo agobiada por la escena de la muerte. ¿Qué era eso de la crucifixión? ¿Por qué no se salvó a sí mismo si realmente era el Hijo de Dios? ¿Por qué la gente se volvió contra él? Muchas preguntas se atropellaban, y no le daban paz las respuestas que obtuvo tanto de su amiga como luego de su madre. “Me quedé insatisfecha y empecé a pedirle respuestas directamente a Dios”, comenta Bonnie.

Pasaron los años y continuó respetando la fe de su familia, aunque en lo íntimo de vez en cuando volvía a recordar a Jesús. “Mi deber era abrazar mi fe judía y aprender todo lo que pudiera, haciendo a un lado esos sentimientos persistentes hacia Jesús”.

Durante su segundo año de secundaria, el día en que celebraban Yom Kippur (Día de la Expiación) la vida de Bonnie “dio un giro dramático”, recuerda. Fue su madre quien le recriminó el por qué movía sus ojos adelante y atrás, de forma intermitente. Algo de lo cual -dice Bonnie- no era consciente. Comenzó entonces una etapa de su vida donde por años padecería dolor e incluso la incomprensión de sus padres.

Ni oftalmólogos, neurólogos, oncólogos u otros especialistas lograban diagnosticar lo que sucedía con ella. Los médicos presuponían la presencia de un tumor cerebral y luego lo desechaban. Sin ayuda concreta e incluso soportando que sus padres a veces no le creían, pasó más de un año padeciendo dolores, vómitos, mareos, junto a ese movimiento de balancín en sus ojos. “Muchas noches me acosté y recé a Dios, rogándole que me quitara todo esto (…) Finalmente, sintiendo que no podría soportarlo un día más, le supliqué a mi madre que me llevara de vuelta al médico. Al final ella aceptó (…) Hicieron arreglos para que fuera a la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota.

Enamorada de Cristo
 

En la Clínica Mayo le practicaron varios exámenes “dolorosos e invasivos” que finalmente tuvieron éxito al identificar “un desorden neurológico congénito llamado Malformación Cerebral Arnold-Chiari”.  La sometieron de inmediato a una cirugía que sería un éxito. Fueron dos semanas en las que Bonnie confidencia haber vivido además una experiencia de fe radical…

“La Clínica Mayo tiene varias unidades, y yo estaba en la sala de pediatría St. Mary's. En la pared de cada habitación había un crucifijo (…) Cuando mis padres se iban cada día, yo estaba sola toda la noche. El único que me hacía compañía era Jesús en la cruz. Todavía no me había permitido hablar con él, pero estaba obsesionada con él. Recordaba su crucifixión descrita en Jesucristo Superstar. Pensé en el dolor y la soledad que debe haber sufrido, siendo abandonado por sus amigos; la humillación que había sufrido, siendo desnudado, escupido y burlado. Entonces, no me sentía tan sola. Al entrar en St. Mary's, le había preguntado a Dios por qué permitía que esto me sucediera. Después, estando allí, al ver a tantos niños sufriendo de enfermedades incurables, de nuevo hice a Dios la misma pregunta, pero con un significado completamente diferente. ¿Por qué yo? ¿Por qué Dios me dejas vivir? Casi sin excepción, todos los niños que conocí en Mayo estaban muriendo o tenían una enfermedad dolorosa y debilitante que los acompañaría de por vida. Yo no sólo viviría, estaba completamente libre de dolor, sanada. ¿Por qué yo? A la edad de 15 años, de repente tuve una perspectiva muy diferente y me di cuenta de que la vida era verdaderamente un regalo de Dios. Fue esa experiencia la que me llevó, por primera vez, a meditar sobre la Pasión y la cruz de Jesús. Esa meditación me dio una pequeña idea del precio que Jesús pagó por mi vida”.

Tras recuperarse de la cirugía Bonnie regresó a la rutina de la escuela secundaria. Eso, hasta que llegaron las vacaciones de primavera y estando de regreso en casa, tras un campamento de fin de semana, constató que no había nadie. Encendió el televisor y allí estaba Él de nuevo…  “Era el segmento final de la película Jesús de Nazaret. Lo vi hasta el final. Para cuando terminó, estaba sollozando incontrolablemente. Corrí al baño y cerré la puerta. Mientras estaba allí sentada llorando, imaginando la imagen de Jesús colgado en la cruz, hice mi primera oración directa a Él en voz alta. Grité que lo amaba, que creía en Él y lo acepté como mi Salvador. Pero entonces, con las lágrimas cayendo sobre mi rostro, añadí: «¡Y nunca más podré volver a rezarte! No puedo hacer esto. No soy lo suficientemente fuerte. ¡Mis padres me matarán!»"

Santo es el Señor

Durante años mantuvo en secreto este amor por Cristo, hasta que a inicios de los ochenta, estando en la universidad le pidió a uno de sus amigos católicos si podía acompañarlo a misa. Se conmovió con la liturgia, los signos de respeto a Dios que expresaban los fieles al arrodillarse. “El concepto de humillarse ante Dios tenía sentido para mí, y aunque no me atrevía a participar, algo muy dentro de mí lo deseaba”.

Una lluvia de gracia le invadió haciéndola consciente del significado de cada parte de la celebración eucarística y la estremeció el íntimo vínculo entre algunos momentos litúrgicos y los que conocía de las celebraciones judías. “Me sorprendió oír «Santo, Santo, Santo, Santo Dios», y lo reconocí como el Kadosh, Kadosh, Kadosh (…) Pero nada me había preparado para lo que escuché después. Todo el mundo empezó a cantar las palabras: «Cordero de Dios, quitas los pecados del mundo». Nunca había oído que se refirieran a Jesús como el Cordero de Dios. Pero un momento después hice la conexión; las palabras simple y honestamente me dejaron sin aliento. Tenía la piel de gallina y el rostro bañado en lágrimas. La verdad es que nunca había visto las cosas tan claras. En Éxodo, en la primera Pascua, un cordero fue inmolado, cuya sangre salvaría a todos los primogénitos de la muerte y liberaría al pueblo hebreo de la esclavitud. Pero ahora, una vez más en la Pascua, otro Cordero fue inmolado. Pero la sangre de este Cordero nos salvaría a todos nosotros, de cada nación, por toda la eternidad. Este sacrificio pascual, la Eucaristía (otra palabra desconocida para mí en aquel tiempo) era la comida pascual. Jesús se había convertido en el Cordero de la Pascua. Nuestra participación del pan y el vino en esta comida es el nuevo y eterno Pacto. ¡Jesús realmente era el Mesías y el catolicismo la verdadera culminación del judaísmo! Cada promesa que Dios hizo al pueblo judío se cumplió a través de Jesús y de la Iglesia Católica. Me di cuenta de que finalmente había vuelto a casa (…) Vi cómo experimentamos la plenitud de nuestra fe a través de los sacramentos de la Iglesia Católica, especialmente a través de la Eucaristía”.

En marzo de 1983 Bonnie Rapkin fue bautizada en la fe católica, recibió la primera comunión y el sacramento de la Confirmación. En estos treinta años ha servido a Cristo en la comunidad como cantante, catequista y dado testimonio por todo Estados Unidos. Hoy es Asistente Pastoral de la Parroquia Holy Trinity en Kewaskum, Wisconsin (U.S.A.).

 

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