Un inesperado rezo del rosario liberó de la New Age al conocido dibujante de historietas "Picanyol"

07 de septiembre de 2018

Debido al adoctrinamiento que unos jesuitas dieron a su madre, dice, "desde los ocho años, asimilé como normal la reencarnación".

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Picanyol (Josep Lluis Martínez Picañol), nacido en 1948, es uno de los más populares dibujantes historietistas de Cataluña, España y Europa. Su personaje cómico más famoso es “Ot el Bruixot”, un brujillo ingenuo, cabezón y un poco cenizo que vuela en su escoba y complica las cosas intentando ayudar a la gente, popularizado por la revista infantil Cavall Fort. También ha destacado como autor de pasatiempos infantiles, con enigmas y laberintos. Pero quizá su obra más ambiciosa y de la que está más satisfecho es su Biblia infantil en cómic, publicada en 2011 y traducida a varios idiomas. También dibujó en 2012 cómics sobre San Francisco y Santa Clara y más tarde sobre San Ignacio y los Salmos.

Picanyol dejó la vida cristiana y los sacramentos a los 16 años, cuando llegó a Barcelona y se sumergió en un mundo de dibujantes que él recuerda como personas buenas, que le ayudaron, pero que estaban alejados de la fe, recuerdan en crónica desde el portal Cari Filii. No volvería a la fe plena, confesándose, hasta 2003, con 55 años. Hoy quiere contar su historia de búsqueda de la fe y de sanación de las heridas de su vida para dar gloria a Dios y a la Virgen y ayudar a otras personas en situación similar.

Por María y el Espíritu, hacia el Padre y Jesús

Yo llegué a Dios Padre y a Jesús a través de María y el Espíritu Santo”, explica. “Tenía que ser así, porque mi padre terrenal me había hecho mucho daño, yo no tuve un padre amoroso, crecí sin padre. La imagen de padre era para mí la de un tipo peligroso. Yo no podía ver a Dios como Padre así, sin más. Pero el Espíritu Santo me hizo tomar contacto con María a través del Rosario. Y a través de María llegué a Jesús, y más tarde a Dios Padre. Rezando el Rosario me reconcilié con Dios Padre y perdoné a mi padre terrenal, y eso me ha sanado mucho”, confidencia.

Entre los años 70 y 80, Picanyol y su esposa Rosa Maria fueron unos buscadores espirituales, que probaron en el mundo del New Age, del orientalismo, y también en el cristianismo ecuménico y algo experimental de Lanza del Vasto (www.lanzadelvasto.com/es/), un discípulo de Gandhi que en los años 70 creó una comunidad interreligiosa, El Arca. Lanza del Vasto les asombró porque era, sorprendentemente, un católico convencido: se había convertido leyendo a Tomás de Aquino y le gustaba cantar gregoriano con su mujer. Era el primer católico intelectual y admirable que conocían. De él aprendieron a cantar el “Veni Sancte Spiritus”.

El largo y tortuoso camino hacia la fe y la Iglesia encontró años después un atajo definitivo en María y el Rosario, explica Picanyol, recibiendo a los periodistas de ReL en su casa de Moià, a 50 km de Barcelona.

Él para entonces acudía a misa de vez en cuando, pero ni se confesaba ni comulgaba. “Pero hubo un momento de gracia cuando Clara, mi hija mayor, me regaló un día un rosario. Y otro día me dio un folleto explicando cómo rezarlo. Y guardé ambas cosas. Y un día, queteníamos problemas de dinero, paseando, me vino la idea de coger el rosario y rezar un poquito durante mis paseos. Pensé: ‘si rezo 3 avemarías, ya será algo. Y una decena, ya será un gran éxito’. ¡Pero resulta que ese día me recé, paseando, todo el rosario! Y al día siguiente, otro rosario entero. Y al siguiente, otro. Y así, cada día durante un año. Es evidente que no era mérito mío. Si me lo hubiera propuesto no lo habría hecho. Es algo de Dios”.

Fue un año especial. “Salía a pasear y rezar por la tarde; en verano, cuando ya no había tanto sol. Iba por el Camí de Pasarell, el único camino llano de Moià. Pero a partir de cierto momento, al terminar el rosario, empecé a añadirle oraciones de intercesión por la gente, y necesité una ruta más larga. Y luego le añadí el Veni Sancte Spiritus, y se alargó más”.

Empezó un Viernes, precisamente con los misterios dolorosos. “Al principio, me costaba ver a la Virgen como Madre, porque parecía interferir con el amor a mi madre terrenal. Más fácil me era verla como una Dama, como los caballeros medievales. Pero no es algo que razonase entonces. Lo que yo hacía ese año era una oración, digamos, pura, sin razonamiento. Era un puro impulso”.

“Después, al empezar a rezar por la gente, por mis suegros, mis hijos, mi esposa… me di cuenta de que no rezaba por mi padre. Él me había hecho mucho daño. Pero pensé: ‘rezas por tanta gente… ¿y por él?’ Y cuando recé por él fue como perdonarlo. Es algo que va junto. El perdón es una decisión: tomar la decisión de rezar por él fue perdonar. Y le deseo lo mejor en el otro mundo. Por mi parte queda todo arreglado”.

“Después, mi esposa Rosa María me empezó a llevar a misa a Caldes de Montbui, porque sabía que me gustaba la Virgen de su parroquia. Y ya me vi católico y fui a confesarme a la catedral de Barcelona en 2003, por primera vez desde niño. Desde entonces me he alimentado con la Eucaristía, con lecturas y con la oración”.

Fue a Lourdes a desgana… y se enamoró

Otra riqueza mariana en su vida de retorno a la fe ha sido Lourdes. “Fuimos por primera vez a Lourdes en coche en 2008 porque nuestra hija Clara quería ir. Yo iba con mala disposición. ‘Ya verás, serán sillas de ruedas y enfermos y aglomeraciones y tiendas, pero lo haré por mi hija. Yo ya tenía devoción por la Virgen, pero no por Lourdes. Y entramos por una calle fea, de naves industriales, y tiendas. Y, pese a todo, antes de llegar a la Gruta me enamoré del lugar. ¿Sabes eso de que te enamoras y no sabes por qué? Ya hemos ido 11 veces, me gusta la basílica, la Gruta, tocar esas piedras. Y la procesión de las antorchas cada vez me gusta más. Cuando termina, me gusta quedarme solo, en misa en la gruta. Mis familiares me respetan ese momento, de estar solo en oración al aire libre”.

Picanyol, precisamente por haber sido víctima de un padre maltratador y haber crecido sin figura paterna, es un gran defensor de la familia y de la necesidad del padre. También tiene un cierto reproche a la Iglesia de los años 70 y 80: no encontró clérigos haciendo una tarea de sanación espiritual, de curación de estas heridas. “Nos metíamos en la New Age y los mismos gurús de la New Age nos lo decían: ‘nosotros hacemos esto, terapias y sanaciones, porque los curas no lo hacen”, lamenta el dibujante.

La infancia y los maltratos

La historia de la fe de Picanyol entronca con la historia trágica de España y su Guerra Civil. “Mi madre era peluquera de las señoras progres y refinadas de Moià y quería ser moderna, y eso significaba distanciarse de la Iglesia. Pero en 1936, desde la azotea de la casa, vio que los rojos disparaban contra los novicios escolapios del pueblo. ¿Solo para humillarles o intentando matarles? No sé. Pero ahí ella cortó toda simpatía con los rojos. La iglesia de San Sebastián, junto al Ayuntamiento fue incendiada y destruida, y no se ha podido reconstruir. Querían destruir también la de Santa María, barroca sobre el antiguo templo románico. Pero los vecinos pidieron a los rojos que no lo hicieran, que el fuego saltaría a las casas. Así que se dedicaron varios días, con camiones y maquinaria, a despojarla sistemáticamente de todo lo que tenía dentro. Se salvó la Virgen de la Misericordia que un señor escondió durante años. ¡Luego no quería devolverla!”

“Mis padres se conocieron en un viaje en tren, ya algo mayores, después de la guerra. Eran los dos muy modernos y divertidos y se reían juntos y se casaron. Luego se vio que mi padre tenía problemas mentales. Pegaba a mi madre y lo hacía delante de mí. Mi memoria ya borraba cosas entonces. Recuerdo una vez vez que mi madre y yo huimos de casa por la noche a casa de una tía, mirando hacia atrás por las calles, por si nos perseguía”.

“Otra vez, cuando yo tenía 5 años, nos encerró en el piso de arriba, a mi madre y a mí. Se fue abajo, a la tienda y nos amenazó: que volvería al cabo de un rato y nos mataría y que quizá después se mataría él. Nos encerró sin luz y bajó a leer el periódico. Nos quedamos a oscuras, esperando aterrados, mirando por unas ventanucos si pasaba alguien de confianza. Pasó un alguacil con gorra de plato y mi madre, en voz muy baja le dijo al alguacil: “Estamos aquí, mi marido nos ha encerrado, por favor ve a pedir ayuda”. Recuerdo bien el miedo mientras esperábamos. Oímos golpes fuertes en la persiana metálica: eran el alguacil, el juez de paz y el secretario del ayuntamiento, que obligaron a mi padre a abrir. El alguacil se nos llevó a casa de mi tía Pilar, que era nuestro refugio”.

Esta experiencia fue traumática, pero Picanyol señala algo más profundo y dañino: “yo digo que lo peor era sentir, como niño, que mi padre no me amaba, que me veía como un estorbo. Se separaron, me quedé con mi madre mi padre se fue a Sitges con todo lo que tenía valor y gastando el dinero familiar. Mi madre arruinada se puso enferma. Y durante 15 años no hablé con nadie de nuestro problema. Yo veía que otras familias en el pueblo eran felices… y eso me hacía daño. Yo no quería pensar. Me llenaba de odio. Podría haber estallado como un delincuente… pero me salvó el dibujo. Dibujaba a todas horas, era mi refugio”.

“Sin casa, con mi madre enferma y sin trabajo, yo viví en muchas casas, con muchos tíos y tías, que me trataban bien. Pero ninguna de esas casas era realmente mi hogar, y yo digo hoy que un niño necesita, de verdad, un hogar“. Además, una vecina, buena mujer que les ayudaba, se dedicaba continuamente a hablar mal del padre que se había ido… “y no es bueno para un niño que hundan de esa manera la figura de un padre”.

“Mi madre creía en Dios firmemente, pero quería ser moderna. Podía decir “yo nunca me confesaría con una mujer sacerdote” pero también decía “esto de que los curas lleven habito es una tontería”. Su fe me influyó. Ella rezaba novenas al Sagrado Corazón, pero no iba a misa en una época que todos iban. Y yo iba a misa porque ella me decía que tenía que ir. Hasta los 12 o 15 años que un amigo me dijo: “aún va a misa, qué tontería”, y dejé de ir claro”.

Los jesuitas y la reencarnación


“Además, después de la separación, mi madre se puso muy enferma y la ingresaron en el Hospital Clínico de Barcelona. Unos jesuitas que visitaban enfermos y habían llegado de misiones en la India hablaron con ella. Les contó sus desgracias y les preguntó qué había hecho ella para merecer tanto sufrimiento. ¡Y los jesuitas le hablaron de la reencarnación: que en la India dicen que lo que vivimos en esta vida es una consecuencia de las vidas anteriores y que viviremos otras vidas, etc. Ella quedó convencida de eso y, cuando regresó, mas o menos curada, lo contaba. O sea que yo, desde los ocho años, asimilé como normal la reencarnacion. No es extraño que luego yo probara en la New Age”.

Desengañados de los amigos marxistas… a lo alternativo

Años después, en Barcelona, Josep Lluis se casó con Rosa María, que había estado en la Hermandad Obrera de Acción Católica y ahora, con muchos amigos socialistas, ya no iba a misa y lo que quería era la revolución, o algo similar. Tuvieron una pelea con los amigos “progres, marxistas y marcusianos; me habían metido en un lío que hizo daño a gente y me dejó la sensación de que hice mal. Cortando con ellos, fuimos a un campamento de verano de Lanza del Vasto, porque nos habían dicho que era discípulo de Gandhi y proponía unas comunidades antisistema de no violencia, vegetarianismo, etc…”

Con Lanza del Vasto empezó un largo camino hacia la Iglesia. Para empezar Gandhi creía que la verdad existía, no era relativista, y Lanza del Vasto lo repetía.

“En su primera charla, Lanza del Vasto ¡se puso a hablar del pecado original! No lo esperábamos de ninguna manera. Y lo hizo en la línea de Tomás de Aquino (auque yo entonces no lo sabía). Años después supe que él era descendiente de la familia de Tomás de Aquino en Italia. Y dice que se convirtió al cristianismo leyendo la Summa Teológica, cosa que le ha pasado ya a unos cuantos. Fue a la India no buscando orientalismo, porque él ya era creyente, sino a conocer a Gandhi para buscar soluciones a los problemas occidentales. Lanza del Vasto fue siempre un católico como hay que ser, aunque el orientalismo le influyera algo. Esa charla suya sobre el pecado original nos impactó”.

A Rosa María le sorprendió que dijera “como la cosa más normal del mundo que era católico”. “Pues si este señor tan inteligente es católico, es que el catolicismo no está tan mal”, pensó ella. “El Arca, donde estuvimos toda una semana, nos enseñó a cantar gregoriano, el Veni Sancte Spiritus. Más adelante, durante un tiempo, probamos a vivir en comunidad. Después ya caímos en orentalismos, new age, una mezcla de cosas durante muchos años… A veces íbamos a misa, Rosa María era más constante. Pero no nos confesábamos, porque los mismos curas nos desincentivaban. Esos curas decían que lo de confesarse estaba ya superado. Probamos con varios maestros orientales. A algunos ya los descartábamos rápido”.

“También conocimos gente de la Renovación Carismática. Teníamos una amiga muy cristiana que había sido atea pasota. En una oración carismática de El Arca tuvo una experiencia de Dios bastante escandalosa, todo un espectáculo. Pero la verdad es que la transformó: la limpió de muchas cosas y se convirtió en una católica de ideas claras. Pero yo tenía miedo a que me pasara alguna experiencia escandalosa de esas. ‘Si voy a los carismáticos y me invocan el Espíritu Santo, yo no quiero hacer el ridículo…‘, pensaba”. Y así mantenía a Dios a cierta distancia, durante años.

Pero Dios… ¿con Jesús o sin Jesús?

¿Y Jesús? Tardó en conectar con Él. Y su primera apuesta por Jesús fue así: “Yo me relacionaba con un grupo cuáquero de Barcelona. Vino un matrimonio inglés que les visitaba para proponerles redescubrir las raíces cristianas del cuaquerismo. Este matrimonio, la verdad, irradiaba santidad y entrega. Pero un asistente allí se indignó y dijo que Jesús no importaba, que lo que cuenta es la Luz Interior. En esa reunión todo el mundo habló y cada uno de lo que quiso. ¡Uno hablaba de los autobuses de Barcelona! Y yo pensé en aquel matrimonio que venía de lejos para hablar de Jesús y que veían que les cerraban la boca. Y me dije: “si yo fuera cuáquero, tendría que ser de esos, de los de Jesús”. Y así me di cuenta de que yo tenía una adhesión fuerte a Jesús. Y me dije: “¡sin Jesús no voy a ninguna parte!” y me sorprendía a mí mismo”.

Fue después, con el Rosario, que María acabaría de unirle a Jesús. “Hoy me planteo, ¿por qué ha de dar un hombre su vida? ¿Por la política, por la familia? Quizá. Pero mi respuesta es que yo, si he de dar mi vida, quiero darla por Jesús“, afirma convencido.


 
 
 

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