Un ludópata agradece su conversión a Dios tras haber estado a punto de suicidarse

15 de marzo de 2019

"Yo lo llamo purificación y reparación, pues todo lo que hice de niño, de joven y de maduro, debo repararlo porque nada puede llegar manchado al cielo..."

Compartir en:



Fue recién en 1980 que la American Psychological Association identificó a la ludopatía como un trastorno del control de los impulsos, que se manifiesta en recurrentes y mal adaptativas conductas de juego, según define el Manual Diagnóstico de Desórdenes Mentales DSM5. También la Organización Mundial de la Salud la incluye en su clasificación Internacional de las enfermedades mentales.
 
Todo inicia con un simple divertirse en el juego, con unas pequeñas apuestas y poco a poco la persona va traspasando límites. Se genera así un estímulo compensatorio que alimenta una adicción de la que sólo se puede sanar mediante un arduo proceso con apoyo de profesionales de la salud mental. Pero también la sanación y liberación es posible para algunas personas, de manera extraordinaria -como testimonia a Portaluz Carlos Monroy Moreno-, gracias a la fe.

La mentira es habitual para el ludópata
 
La infancia de Carlos -hoy de 52 años en imagen adjunta- está plena de vivencias, recuerdos, que hablan de sueños truncados, de marginación, de injusticia. Eran cuatro hermanos y todos compartían por casa una misma habitación, junto a sus padres.  Eran una familia pobre, pero con valores, narra a Portaluz, recordando que fue su madre quien le formó en los valores de la fe y le inculcó lo beneficioso de ir a Misa cada domingo. La adicción al juego -prosigue- le ha venido de su padre, aunque también su abuelo y uno de sus tíos eran jugadores compulsivos: “Mi papá tomaba tragos, era jugador y mujeriego”.
 
En su caso, dice, inició con una visita accidental al casino, junto con su esposa, tras haber ido al cine; luego él se dejó seducir por lo grato del lugar, la ilusión de ganar y “comencé a jugar todos los días. Cuando me di cuenta ya estaba metido ahí” nos comenta.
 
Como en otras adicciones, Carlos comenzó a relacionarse con personas tan aferradas al juego como él y pronto sólo tenía por amigos a otros ludópatas. No tardó en comenzar a endeudarse para poder apostar, intentando reducir sus pérdidas y profundizando así el trastorno. Tres amigos de Carlos se suicidaron, nos confidencia, a consecuencia de las pérdidas cuantiosas de dinero que debían: “Todos se botaron debajo de un carro, los tres”.
 
Por su parte -en su desesperación por ganar y luego viéndose perder todo lo apostado-, se le hizo un hábito el mentir cuando le cuestionaban los más cercanos: “Uno comienza a ser mitómano, mentiroso, hasta uno se inventa atracos porque como juega plata que no es la de uno, comienza a buscar excusas”, reconoce.
 
Tentado por el diablo
 
Para él desde pequeño, dice Carlos, el juego siempre estuvo vinculado no a la diversión o relajo, sino a la oportunidad de ganar dinero, tal cual vio hacer a su padre y tíos. “Nunca me gustaba jugar por jugar, si no era por plata”, señala y reconoce que jugando todos los días, “…llegué a perder en una hora o dos horas tres millones de pesos; perdí un capital grandísimo, o sea, pues para uno que es de clase media yo perdí una buseta, un supermercado y casi pierdo a mi familia, mi hija, la que estaba recién nacidita”.
 
Así a medida que las deudas se acumulaban, sin saber qué hacer, recurrió incluso a tarotistas y astrólogos, creyendo encontrar en ellos alguna solución. Desesperado más de una vez se le cruzó la idea de acabar con su vida… “Pues en el momento entra el diablo como dentro de uno y así ¡pum!, uno se tira, uno empieza a buscar la oportunidad de suicidarse...”.
 
Purificar y reparar
 
Providencial, para evitar un desenlace fatal, fue un particular llamado de atención que le hizo su madre cuando Carlos estaba al límite de su resistencia emocional. Otras veces ya le había cuestionado, pero en esta ocasión le tocó el alma cuando su madre le suplicó que fuesen juntos a la Parroquia Virgen del Perpetuo Socorro de Bogotá (Colombia) que ella había conocido y donde la ayudaban en sus dolencias imponiéndole las manos.
 
Carlos acudió y desde entonces ya han transcurrido 17 años viviendo un proceso de conversión que aún no cree haya finalizado… “el Señor comenzó a llamarme, aunque no fue fácil”, y explica luego: “la Eucaristía, la Palabra, inclusive el rosario diario a mi no me gustaba”. 
 
Ha sido una lucha interior nos dice Carlos, en la que puede reconocer la mano de Dios también a través de su esposa quien lo acompañaba e insistía para que fuesen cada miércoles a las eucaristías donde al final se oraba por la sanación y liberación de los presentes.  “Yo lo llamo purificación y reparación, pues todo lo que hice de niño, de joven y de maduro, debo repararlo porque nada puede llegar manchado al cielo… El Señor me moldeó mi carácter porque yo era una persona prepotente, arrogante y soberbia, tuve un hijo alcohólico y otro drogadicto”, revela. Sobre cómo ha buscado ayudar a sus hijos lo escribió en su libro “Oración de sanación por un hijo en treinta y tres días”, señala.

 

Compartir en:

Portaluz te recomienda